Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Son
personas que han sido mostradas en otras temporadas de su vida anterior en las
pantallas. Entonces presidían, dictaban, recomendaban; eran el centro de
atención de focos y micrófonos, de cámaras y radios. Hoy los vemos sentados en
banquillos, en entradas en salidas de cárceles y juzgados. Ahora van con la cabeza gacha, con la cara tapada.
Los que
eran referencias nacionales o locales, los que nos pedían sacrificios y nos
decían qué significaba ser "buen ciudadano", ahora se mueven por ambientes muy distintos, son contemplados y descritos de otra manera: comparecientes, declarantes, acusados, sospechosos, condenados... por delitos, tramas, complicidades, etc.
No sé
si los políticos, la clase en su conjunto, son conscientes de esto. No sé si se
dan cuenta del daño que se hacen y, especialmente, que nos hacen con este mal
ejemplo que supone ver a la persona que ocupaba un ministerio, una consejería,
etc., que nos daba consejos, nos hacía recomendaciones, que nos hacia
responsables a nosotros o a otros políticos de males de todo tipo... sentados
en un banquillo, saliendo de cárceles y comisarías.
La gran
duda es si estos comportamientos están destruyendo algo más que su prestigio,
si están dañando la credibilidad del sistema en su conjunto. Los datos sobre
falta de credibilidad en el "democracia" en generaciones de jóvenes
apuntan a esto. No hay ejemplaridad y si la hay es negativa. No se acude a la
política a "servir", sino a "servirse". En un espacio en el
que el empleo es precario y mal pagado, en el que a estudiar se le llama
"sobrecualificación", el mal ejemplo político se ve reforzado. ¿Por
qué no? ¿Si a otros les va tan bien? La duda se extiende. Los listos son
aquellos a los que no pillan.
Los casos de corrupción de personas jóvenes por la enfermedad moral, el otro lado de la pandemia, enseña que el mundo se divide en listos y tontos, en aprovechados y víctimas. En este sentido, es desolador. No hay un movimiento de regeneración, solo de aburrimiento en unos, de rechazo en otros y finalmente de imitación. Estos últimos sustituyen a los que entran en las cárceles, son inhabilitados, etc. Son los puestos que dejan libres y que se verán pronto ocupados por aquellos que les ven como pardillos, los que se lanzarán a esa senda de la corrupción.
La base
picaresca del español vuelve a salir a la superficie siempre justificada por la
corrupción mayor, por lo poco fino que están los que les pillan y la seguridad
en ellos mismos que da el pensar que son más listos que los demás y no serán
pillados.
Hay
mucha gente que cumple, pero esos no son los que salen en telediarios, los que
son retratados entrando y saliendo de las cárceles, juzgados y comisarías. Es
nuestra alfombra roja particular, la alfombra patria. No somos los únicos,
claro, pero es nuestra alfombra, el desfile de celebrities políticas que vemos
desfilar esposados.
Hace
muchos años que se debería haber realizado algún tipo de pacto político de
vigilancia de la corrupción, pero se eligió el camino de la broca, el del
"tú más" cuyo resultado vemos cada día. Y es cansino; cansino y
vergonzoso. Es un dislocamiento de la memoria en el que se superponen las
imágenes solemnes del mandato con las nuevas de los mismos rostros en juzgados,
muchas veces tapados por la vergüenza.
Y
perdemos la confianza. Vamos a las urnas no con alegría, sino con un enorme
cargo de conciencia, con enorme tristeza y el deseo intenso de que mañana no
tengamos que arrepentirnos, porque ese candidato o candidata en quien pusimos
fe y esperanza acabe, tarde o temprano, en una cárcel.
Hoy es fácil construirte una imagen; tienen gabinetes dedicados a ellos, a asesorarte cobre cómo vestir, qué decir o cómo sonreír. Esa facilidad lanza a muchos a construirse una tapadera, crearse un apoyo popular. Todo eso tapa negocios sucios, conexiones oscuras e inmundicias varias.
La cuestión rebasa ya la política
y afecta a todo aquel lugar en el que se mueva dinero, como estamos viendo en
el deporte. Los sinvergüenzas se sustituyen unos a otros, pues la cola para enriquecerse
avanza rápido y ya tocará el momento. Los pelotazos ya son otra cosa en el deporte, que no se queda atrás y conecta con la política.
El
efecto llamada de la corrupción es cada vez más intenso y extenso. No se libra
ningún grupo y solo rivalizan en el escándalo y la cantidad desviada, en el
número de empresas que blanquean y el número de sicarios que pasan de chóferes
a asesores ministeriales.
No es la primera vez que lo decimos aquí: hace falta un gran pacto por la honradez, algo verdadero y no un gesto de cara la galería. Lo necesitamos.
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