Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los
medios de comunicación desciende al detalle y la casuística trasladando lo que
se supone son los intereses de la gente de la calle. Esta vez la cuestión era
ese miniespacio de convivencia
llamado ascensor, anteriormente —uno es viejo y con memoria— una ocasión de
mostrar educación —"¡Suba usted primero, señora, por favor!",
"—No se preocupe, ya sube el niño por la escalera", "—Suba
usted, que va con bolsas", etc.— a ser motivo de una guerra descarada y
exhibición de mala educación. Son muchos
los kilómetros de escalera que le debo agradecer a la pandemia y a la mala
educación de muchos vecinos. Como muchos juegan a la tensión —a ver quién cede
antes y se va por la escalera— no les doy esa satisfacción y subo directamente,
cargado o no, los dos pisos hasta llegar a casa. Muchos no se han puesto la
mascarilla en los ascensores, ya fuera porque iban al garaje a por el coche o
porque consideraban que su casa terminaba en la acera.
En el
comienzo de la pandemia, algunos estigmatizaron sobre todo a las enfermeras y médicas (había bastante machismo en esto),
que de aplaudidas en los balcones junto al personal sanitario pasaban a no serlo
tanto en algunas comunidades de vecinos, que las rechazaban. Lo manifestaban en
cartelitos dejados, entre otros lugares, en los ascensores.
Los
ascensores de las estaciones del metro o de RENFE han sido marcadas con
carteles señalando que solo subiera un pasajero y, por supuesto, como en toda
la red de transportes, con mascarilla. Fue una de las reglas más pisoteadas
desde el principio. He visto subir más de siete u ocho personas en ascensores.
El verbo más usado en este tiempo por nuestros responsables en todos los
niveles ha sido siempre "recomendar", como por ejemplo, "se
recomienda que no suba más que un viajero" o fórmulas similares, como
"se recomienda mantener la distancia de seguridad", aunque esta no se
manifestara. Lo que está claro es que sea cual sea es distancia, se incumple en
los ascensores en cuanto que suben dos personas "no convivientes"
(otra fórmula para la Historia).
Hace
tiempo que no tenemos una buena película sobre ascensores (las hay, como "Ascensor para el cadalso"), un lugar,
como digo, donde se ven las maneras, buenas y malas, una vez desestimada la
mesa, en donde se suponía que se podían apreciar la maneras, que son la exteriorización de lo que nos habita y nuestra
forma de respetar a los demás. Hay mucha gente que ha hecho del ascensor su
plató favorito para los selfies porque sencillamente se suele mantener la vieja
costumbre de los espejos, antesala de las omnipresentes pantallas.
No divaguemos
y entremos en lo que la gente quería saber sobre los ascensores y la reportera
estaba dispuesta a investigar consultando a los expertos en esto de la retirada
de las mascarillas. Vaya por delante en que muchos expertos no están de acuerdo
con esta retirada gloriosa de las mascarilla, aunque no lo manifiesten
directamente. Varios expresaron su opinión. Pero uno de ellos, tras afirmar que
no era peligroso estar en el ascensor
sin mascarilla porque se estaba en él muy poco tiempo (¿cuánto tiempo hace que
no se ha quedado encerrado en un ascensor?), que las probabilidades de
contagiarse eran muy bajas, soltó la temida frasecita: "...y si se
contagia, pues mala suerte".
Debo
confesar que un "experto" hablando de mala suerte me llamó la atención pues se supone que están hablando
desde los hechos y las probabilidades y no del destino o suerte de cada uno.
Aplicando este principio teórico no hacen falta mascarillas, señales de
tráfico, pasos de cebra, ni siquiera Seguridad Social. Basta con la fe en la
suerte, en tener un vidente o alguien que nos lea la mano, que interprete la
posición de las estrellas en la fecha de nuestro nacimiento, etc.
Pero
dándole vueltas al asunto, creo que es lo que en realidad esconde la postura
oficial sobre la pandemia. Subamos todos en el mismo ascensor, dejemos las
mascarillas, y los que enfermen, mala suerte. De los que se enfermen, tendrán mala suerte los que se mueran y no hay
que darle más vueltas. ¿Para qué?
El
gobierno lo ha intentado todo: ha cambiado los sistemas de conteo de casos, ha
redefinido la gravedad y nos lanza a calles, a locales cerrados o abiertos, a
los ascensores a que decidamos convirtiendo nuestras acciones en tiradas de
dados en las que comprobar si hemos tenido suerte o no. Su obligación, se nos
dice, es que haya sitio en los hospitales y en las UCI para atendernos,
pensando, más que en nosotros, en el colapso del Sistema sanitario y, de forma
especial, en su enfado por el desbordamiento de trabajos, la precariedad de los
contratos y la falta de recursos destinados a la Sanidad.
Ahora
los casos están subiendo y los "otros expertos" nos dicen que en dos
semanas se verán los resultados de la Semana Santa de las Sonrisas y otras dos
semanas después los resultados de esta retirada, ambas coincidirán.
De nuevo
—¡qué casualidad!— es otro periodo vacacional el que nos marca el rumbo en esta
país del ocio, propio e importado. Los medios se han lanzado a celebrar el
éxito, la felicidad de la gente porque se han librado de las mascarillas...,
pero no del virus. No hemos luchado contra el virus sino contra las
mascarillas, las auténticas culpables de que la gente no vaya a los dentistas,
a las peluquerías, a que se venda menos maquillaje, etc. ¡Perversa mascarilla!
En mi caso, doy gracias a la suerte por vivir en un segundo piso y por estar en grupo de riesgo por la edad. Me pintaré más canas para que nadie me vea como un bicho raro, como un "negacionista positivo de la mascarilla". Diré que me viene bien subir por las escaleras o que lo hago por protegerles, que suban ellos y que la tirada de dados de la suerte les sea favorable. Y que si no lo es la primera tirada, y se contagian, la segunda, la de la atención médica, sí lo sea y les atiendan rápido. Y que si la segunda no lo es y tardan en atenderles, que en la tercera tengan toda la suerte del mundo y salgan de la UCI. No me atrevo a seguir deseando suerte a la gente porque no soy un experto.
23/04/2022 |
13/09/2020 |
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