Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
historia del actual régimen egipcio —cuando pase— será recordada como una tapa
oscura, pretenciosa, autoritaria, carente de sentido del humor, algo de lo que
las dictaduras carecen siempre. El idolatrado
presidente Sisi quedará reducido a la talla correspondiente y los egipcios
—acostumbrados a dividir la Historia en dinastías— lo considerarán como una
parte de una parte confusa, aún por decidir. Será llamado entonces el continuador de Mubarak, un mubarakista, algo que fastidia mucho al
que tiene pretensiones de elegido.
Si por
algo debe ser recordado este régimen —cuando pase— es por haber desencadenado
una cruzada sin precedentes contra los humoristas, uno de los bienes capitales
de la sociedad egipcia, que se puede dividir, entre los que se ríen y los que
son objetos de risa, aunque maldita la gracia que les hace. Los trabajos
académicos sobre el sentido del humor de los egipcios (de algunos, no de todos)
abundan centrados en la etapa de Hosni Mubarak, que fue de treinta años, y fue
incombustible ante los chistes políticos. No conozco ninguna entrevista en la
que se le haya preguntado sobre el conocimiento que pudiera tener sobre los
chistes que se hacían a su costa, si le hacían gracia o si por el contrario le
irritaban profundamente.
El
régimen actual está siendo objeto igualmente de crítica humorística a través de
las caricaturas. Pasado el tiempo de la Sisimanía general, los defectos y
problemas van saliendo a la luz y pasan a ser objetos de crítica. La
personalización —auténtico culto a la personalidad— centrada en el presidente
actúa también negativamente porque no son las instituciones —militares,
policía— como ocurría anteriormente el objeto de la crítica, sino que estas se
derivan hacia el que promete, hacia
el que dice una cosa y practica otra. Es esa distancia la que es el objeto del
humor mayoritariamente. Cuanto más alto se está en el pedestal, más dura es la
caída porque son las expectativas las que se ven frustradas. La recepción de
El-Sisi como el hombre que salvaría a Egipto de los islamistas, de sus crisis
de todo tipo, que haría funcionar la democracia, la economía y rectificaría la
historia de los pueblos para que girara de nuevo hacia la luz egipcia, el
hombre que todos los pueblos querrían tener al frente de sus destinos, se va
mostrando cada vez más humano en sus imperfecciones, que en este caso es la
incapacidad de resolver las promesas o los autoengaños de los propios egipcios.
Pero el
régimen actual —mientras dure— no tiene intención de repetir los errores de
Hosni Mubarak. El-Sisi es un hombre de la sociedad de la información y su
especialización precisamente han sido los servicios de inteligencia; sabe el
valor de la información y cómo, además de cañones y cárceles, hay que crear barreras, prisiones y guillotinas
con discursos para el buen funcionamiento del sistema. Pero en el terreno de
los discursos al poder le está vedado el humor ya que es el reino de la
seriedad, el espacio de los grandes discursos y las grandes palabras, el de los
destinos sobrehumanos y las personalidades salvadoras. La oposición es, por el
contrario, el espacio carnavalesco de la crítica, el humor que corroe, la
ridiculización de la sociedad, como bien vio Mijaíl Bajtín.
Solo
conozco un presidente que se haya permitido chistes desde el poder y ha sido
François Hollande (un bromista nato) en sus épocas más bajas de popularidad.
Solo ha recuperado el apoyo popular con la llegada de los momentos trágicos a
Francia (los atentados, la guerra) en los que ha asumido el papel
"serio" del estadista y ha vuelto a las grandes palabras: la patria,
la libertad, la solidaridad...
El
régimen de El-Sisi puso en fuga al humorista más corrosivo, surgido de la
revolución, Bassem Youssef, que había sobrevivido al periodo de la SCAF y a los
islamistas, quienes lo tenían en el punto de mira. Pero no consiguió
enfrentarse a la sisimanía, aunque lo intentó. El régimen mostró que el poder
no iba a consentir bromas que erosionaran su imagen pública, construida
meticulosamente como el "hombre total" (militar, decidido, religioso,
patriota, animado por Dios —quien le envió el "ángel Sadat"— a asumir
la presidencia como un sacrificio por el país, cortés con las mujeres,
sonriente...). El-Sisi tenía tantas virtudes que era el blanco perfecto para la
sátira. Y Youssef, con buen sentido, tuvo que hacer las maletas. Los egipcios
que le habían aplaudido en su crítica al poder anterior, que le habían
convertido en héroe social, se volvieron furiosos contra él ante la sola idea
de que iba a criticar a su hombre-milagro. Los egipcios se clasifican por su
actitud ante Bassem Youssef: le aman o le odian.
En
estos momentos la división social tiene que ver con un "incidente"
ocurrido en la Plaza de Tahrir tomada policialmente para evitar las
conmemoraciones del aniversario de la Revolución denostada, la del 25 de enero.
Ese día, dos jóvenes se acercar para entregar unos globos a la Policía. El
aniversario —¡qué casualidad!— coincide con la celebración del Día Nacional de
la Policía. La prensa cuenta que a las únicas personas a las que se ha dejado
pasar al recinto a grupos de simpatizantes del régimen y familiares de policías
que han acudido a rendir su homenaje a los agentes en la Plaza.
El
escándalo surge cuando los globos entregados a los agentes entre risas de todos
son en realidad condones inflados y la entrega resulta ser una broma gastada
desde un programa de televisión que reproduce las imágenes. Los condones llevan
escrito en árabe "De la juventud de Egipto a la Policía en el 25 de enero".
El presunto "homenaje" que les iban a rendir queda convertido en una
broma que se convierte en viral a través Facebook y de la subida de grabación en
YouTube. La sociedad egipcia se divide una vez más. Mientras unos se carcajean
otros exigen castigos contra los que han ofendido a los héroes y mártires que
defienden las fronteras y al pueblo egipcio de los ataques, y que de vez en
cuando detienen, encarcelan, torturan y hacen desaparecer a los egipcios a los
que defienden de otros peligros.
Muchos
han visto en los jóvenes autores de la broma —el reportero de televisión Shady
Abu Zaid y el actor Ahmed Malek— , una liberación de los sentimientos de
protesta contra el estado actual del sistema. En Egyptian Street, Shahira Amin hace un recorrido por las medidas de
represión anteriores al 25, especialmente contra los jóvenes y un aspecto
importante, la fisura generacional:
The controversial video drew mixed reactions
from Egyptians, highlighting a widening generational split over the
government’s increased repression in recent months. Embittered by an
intensifying security crackdown that has targeted dissenters of all stripes
(including secular activists who led the revolution five years ago), many young
activists said they enjoyed seeing the security forces lampooned in the video.
Describing the prank as “hilarious,” they hailed the video’s creators as “bold”
and “courageous.”
“Shady was able to do what many in Egypt today
are incapable of doing: He has broken free from the fear that has kept most of
us silent since June 30,” said Ibrahim Gamal Eldin, a young graduate of the
American University in Cairo.
Meanwhile, many in Egypt’s older generation —
in particular regime loyalists who approve of the government’s heavy-handed
policies to crush dissent – were shocked and enraged by the prank. Among them
are those who believe the January 25 revolution was ”a Western conspiracy“ and
who accuse the young pro-democracy activists of being “traitors” for demanding
greater freedoms and for speaking out against rights violations.
The majority of those cheering on the clampdown
on government critics and opponents are Egyptians who grew up in the days of
former President Gamal Abdul Nasser, a strongman who hailed from the military.
They believe that “authoritarian rule works best for Egypt” and that “democracy
and freedoms can only lead to chaos and instability.” Not surprisingly, many of
them have decried the condom prank as a ”horror,” saying it was unacceptable as
it showed “disrespect for the country’s noble police force.”*
Desde hace muchos años, y en Egipto se cumple a la
perfección, las divisiones de clases se han visto sustituidas por los
enfrentamientos generacionales. Cuando comenzó la revolución en 2011, la
califiqué como la "revolución de los hijos" porque esa era la
dimensión que me parecía más adecuada para explicarla, en cuanto que el
argumento para la obediencia era la "paternidad", tal como Hosni
Mubarak se presentó a los manifestantes que reclamaban su salida del poder. Le
dijo que iba a hablarles como un "padre". Gran error, por supuesto,
pero que ejemplifica a la perfección el control que las generaciones integradas
ejercen sobre las que les siguen y les reclaman un mundo ajustado a sus valores
y deseos de libertad frente al acomodaticio estar de los que aguantaron 30 años
de régimen paternalista y autoritario. Mubarak no entendió que los que
protestaban no querían un padre, ni perverso ni benévolo, querían regir sus
propios destinos. Reclamaban el fin de la
infancia, la mayoría de edad política y social.
La visión patriarcal de la sociedad aúna simbólicamente a
las personas y las instituciones. El Ejército, suministrador de presidentes, es
el padre autoritario —el padre, padrone—
de los egipcios. El presidente representa al Ejército y a la vez la adhesión
del pueblo a la institución gloriosa que dice defenderlo. "El Ejército y
el pueblo, una sola mano", dicen los cánticos que siguieron a la caída de
Mubarak, héroe militar y sucesor de militares. Todavía resuenan para jalar el
profundo rechazo a la democracia, considerada como una forma de caos, que
alienta en una parte importante de la sociedad egipcia.
Es lo que señala con
acierto Shahira Amin en su artículo, ese deseo de que el poder se encarne en
figuras fuertes, patriarcales, caudillos,
en sentido estricto. Es el síntoma de la pereza intelectual lo que lleva a
preferir a esos líderes que, pasado
el tiempo, se demuestran opresores e imperfectamente humanos; es la incapacidad
de pensar en términos de acción y responsabilidad consiguiente, lo que lleva a
aplaudir a los dictadores. Es, en suma, el considerar que los pueblos son niños
que necesitan la figura de un padre autoritario al que seguir ciegamente porque
no lo eligen los hombres —falibles y volubles— sino la divinidad que le llama a
regir los destinos hacia la gloria histórica, al renacer. Vivir es esperar la
llegada de un líder, un enviado, un hombre fuerte capaz de reducir a cero la
necesidad de decidir por uno mismo. Los nuevos egipcios rechazaban esa visión y
querían decidir, tener el destino en sus manos. Pero eso no ha interesado ni a
los militares ni a los islamistas, cuya visión del mundo, es en lo profundo, exactamente
la misma.
Shahira Amin da una muestra de esa profunda división
generacional cuando nos informa de la controversia producida entre padres e
hijos:
Malek’s own father, Malek Bayoumi, was among
those who failed to see the humour in the video. In a phone interview on the
private channel ONTV on Tuesday, he apologized for his son’s “immature
behavior,” saying he was both ashamed and disgusted by the way his son had
acted.
“No matter how deep the differences are with
the executive authorities, no one has the right to attack or insult the
military and police, for they protect our borders and sacrifice their lives to
defend the nation,” he wrote on his Facebook page, adding that he categorically
rejects his son’s behaviour.*
El drama de la escisión familiar se muestra en su crudeza y
en los síntomas de alienación que el pueblo egipcio vive respecto a su sentido
de las instituciones. La revolución no veía en los policías y el Ejército
ninguna gloriosa institución, ningunos héroes. Veían el rostro destrozado de
Khaled Saeed, irreconocible, por los golpes recibidos en los sótanos de una
comisaría, veían cómo se intentaba destruir su recuerdo difamándolo. Su delito
fue dejar al descubierto los negocios de unos agentes de policía con narcotraficantes.
Por ello fue torturado y arrojado a la calle.
La Policía gloriosa
de la que habla el padre de Ahmed Malek no ha existido nunca; desde la época de Nasser ya fue utilizada en la represión. Fue la creación
de un régimen cuyas instituciones corruptas no han sido saneadas y ha vuelto a ejercer lo que mejor saben y siempre han practicado: la represión
brutal. Los cambios en el ministerio nunca han significado una transformación
de la Policía al servicio de los ciudadanos.
Pero la dependencia de instituciones autoritarias genera —es un fenómeno
universal— esa necesidad de justificarlas, haciendo que se vuelque la
frustración y el miedo en aquellos que osan intentar romper esa imagen. Es una
especie de síndrome de Estocolmo colectivo. Aunque con una importante
diferencia: no es solo fruto del miedo, que podría ser perdonable, sino del
interés de una parte importante de la sociedad por mantener esas estructuras de
poder de las que se benefician muchos. Hemos olvidado los estudios que
siguieron a la caída de los fascismos, a la caída de muro, que intentaban
indagar porque la gente ama a sus torturadores, a sus represores, a las
personas que les roban sus derechos y
libertades. Hace mucho que no vemos Portero
de noche o que no leemos a Milosz.
¿Es posible que sean sinceras afirmaciones aquellas que
sostienen que en Egipto se caminaba hacia una democracia o que el avión ruso se
cayó solo, por plantear dos cuestiones de naturaleza diferente? ¿Es posible que
el padre que llama (o es llamado) a la cadena de televisión para condenar a su propio
hijo lo sienta realmente, vea en él la persona inmadura y no a quien otros ven
como la persona capaz de romper la parálisis del miedo? Czeslaw Milosz escribió
en El poder cambia de manos:
Es posible que, a fuerza de
doblez, desaparezca por completo en ellos su propio desdoblamiento, y que se
conviertan para siempre en los personajes, en los papeles que han aprendido y
que representan en esta comedia. (83)
¿Es posible que ese padre, convertido en personaje, que
llama a la televisión para denigrar a su hijo no sea más que una mala copia del
padre que rige los destinos de los egipcios? Es posible. Lo es en la misma
medida en que El-Sisi es una reedición de los padres militares anteriores,
repetición del modelo patriarcal que rige en los hogares.
El padre que llama cumple su función de control de los hijos
de la misma forma que los médicos militares revisaban la virginidad de las
manifestantes en Tahrir. Lo hacen para que se mantenga el orden. La mirada
social sobre la familia exige que el padre reprenda públicamente a su hijo.
Literalmente, exige que lo desautorice.
La revolución se corta en casa.
Con su broma de los condones, los hijos han usado algo peor
que las piedras: han usado el humor, cuya naturaleza es antiautoritaria,
irrespetuosa. Por eso lo que más se recrimina es haberse reído de la Policía
precisamente en su Día de homenaje
nacional. Con la entrega de esos condones inflados, regalo de los jóvenes a la
Policía según estaba escrito en ellos, se ha mostrado la falta de respeto, se
ha negado la respetabilidad de la autoridad, de los agentes en la Plaza que lo
recibieron contentos a la presidencia misma que es quien les ha enviado hasta
allí. Lo mismo ocurre con los jóvenes, se multiplican con millones en cada repetición
de YouTube, en cada "me gusta" en Facebook.
Dicen que el sentido del humor de los egipcios es uno de los
elementos de definición de su personalidad. Pero el sentido del humor debe
estar reforzado por la tolerancia social, algo que no es precisamente un rasgo
de la misma intensidad en el conjunto. Es más bien una ley del embudo. Eso
carga de transgresión las intervenciones humorísticas y de represión las
airadas respuestas de los que se ven retratados. Por eso amaron a Bassem Youssef
mientras satirizaba a los que no les gustaban, pero lo odiaron en cuanto que
tocó al intocable El-Sisi, el deseado.
Youssef dio una lección a muchos (que no aceptaron, por supuesto), cuando dijo
que su función era criticar al poder estuviera quien estuviera en él. Pero con
el cambio de poder, cambiaron los papeles. Entonces no quisieron crítica y
humor sino solemnidad y propaganda.
La historia de los condones inflados regalados a la Policía
traerá cierta cola en el sentido de que esa misma semana se ha detenido (y
luego liberado) a un humoristas, como dimos cuenta aquí. Las armas de los
jóvenes han sido creativas: grafitis, canciones y chistes gráficos, películas y
obras de teatro. Las del régimen, bastante más duras. Pero cada acción
represiva, cada frase grandilocuente que en la realidad dé lugar a lo contrario
se hará merecedora de nuevos chistes y mofas.
Da cierta pena ver en el vídeo que los policías que están recibiendo los condones rotulados sean de la misma edad que los gastan la broma. Se lamenta la oportunidad perdida por el régimen egipcio de haber unido al país y no haberlo dividido para mantener el poder. Los jóvenes tuvieron una oportunidad de cambiarlo. No les dejaron. Los múltiples padres, patriarcas, que controlan la sociedad egipcia, de las familias a los ministerios, no les dejaron. Da pena verles reír juntos (algunos aceptan la broma al darse cuenta de que son condones) y saber que entre ellos se ha impuesto una barrera que la de quienes dan las órdenes, los patriarcas que indican quién es enemigo de quién. Ellos no se ríen.
El artículo de Shahira Amin en Egyptian Streets se cierra
con este párrafo de advertencia:
If indeed Abu Zaid and Malek are arrested for
their prank, the outcry will be an online campaign on Twitter or Facebook
calling for their release. In the meantime, members of the older generation
will insist that they deserve a harsh sentence. It is a story that has been
repeated too often in the last three years with no sign of the generational
divide being bridged anytime soon.*
Tiene razón. Cuanta más importancia se le dé a los condones,
será peor para el propio régimen, que se ridiculizará a sí mismo en busca de la
solemnidad perdida. El humor no crea las situaciones, solo las representa desde un prisma determinado. Los que tomaron la Plaza para evitar que se manifestaran en recuerdo de los mártires, muertos por la Policía, y los han transformado de forma infame en agentes conspiradores para destruir Egipto, crearon las condiciones para la broma y el sarcasmo. La
respetabilidad no se ha perdido por los condones, sino por las acciones
represivas del régimen. Cada uno tiene los chistes que se merece y busca.
* "Egypt’s
Generational Split Over Freedom of Expression" Egyptian Streets 1/02/2016
http://egyptianstreets.com/2016/02/01/polarity-of-egyptian-public-opinion-increases-in-light-of-generational-differences/
** Czleaw Milosz. El poder cambia de manos (1953). Destino, Barcelona 1980.
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