Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
diario El País cierra uno de los
artículos dedicados a las manifestaciones multitudinarias en Brasil con el gran
interrogante que muchos se hacen: «¿Qué pasará en 2014, cuando el escaparate de
Brasil ante el mundo sea más grande que nunca con la inauguración del Mundial?»* La
economía que muchos países han desarrollado se basa en la celebración constante
de eventos con un elemento necesario: la tranquilidad social.
La celebración de
estos macro actos que mueven a millones de personas tiene que tener como
condición un entorno "favorable", apacible, en el que los visitantes
comprueben que lo que sus folletos publicitarios y reportajes promocionales les
ofrecen se corresponde en alguna medida con la realidad existente. Y no es así en muchos lugares. La crisis económica o un desarrollo desequilibrado están acabando con la tranquilidad social en muchos lugares antes apacibles.
Cada
vez aumenta más el descontento y la conciencia de ello. Podemos pensar que son
las subidas del transporte en Brasil o un parque en Estambul, pero eso son solo
los detonantes, las gotas que colman los vasos de la paciencia ciudadana que ve
el contraste entre la exigencia de celebración y la realidad deficiente en que
vive. Por unos motivos o por otros, ya sea por problemas económicos, por
libertades políticas o por ambos a la vez, el clima social que los eventos
requieren se está perdiendo y, por el contrario, se convierten en escenarios
idóneos para la protesta como gigantescas ventanas a la opinión pública
mundial. A la protesta "contra" el acontecimiento se suma la protesta
"en" el acontecimiento, dos formas distintas pero complementarias.
El
llamamiento de Pelé para que la gente se olvide de las manifestaciones y se
dedique a llenar los estadios apoyando a su selección es un ejemplo de las consecuencias
de esta situación conflictiva. Pelé ha sido ampliamente contestado y se le ha
recriminado su actitud. Mientras en el interior de los estadios se disputan los
partidos, fuera se libran auténticas batallas campales. Las dos imágenes surgen
en paralelo, la del espectáculo y la de la realidad en conflicto. Los
ciudadanos brasileños se han sumado a las protestas, unos y a las celebraciones
otros. Ya no hay la unanimidad requerida para obtener la máxima rentabilidad de imagen, política y económica.
Los grandes eventos forman parte de una forma de economía ligada a los medios masivos de comunicación, especialmente a la televisión, que crea audiencia mundiales y despierta el deseo de asistir real o mediáticamente. A su alrededor se crean gigantescos negocios relacionados con la construcción de infraestructuras, transportes, negocios inmobiliarios, turismo, etc. Todo ello genera un mundo especulativo de intereses, muy oscuros en ocasiones, que hace que se desatiendan muchas otras cosas necesarias, distorsionando las inversiones públicas y creando focos de corrupción.
Desde
hace dos años la protesta es una actitud que se enfrenta al espectáculo allí
donde es más débil: en la generación de imagen. El espectáculo necesita de un
discurso único que no tenga réplica ni cuestionamiento para acaparar el cien
por cien del espacio informativo. Su eficacia política decrece en función de su oposición. La manifestación es también "espectáculo"
y también busca espacios en los que ser más eficaz comunicativamente, y ¿dónde
serlo mejor que en las grandes concentraciones de masas y mediáticas? Por eso a
la contestación se le van sumando causas que aprovechan el tirón del acto. Los dirigentes de los grupos que lideran la protesta ciudadana en Brasil han anunciado el paro de las manifestaciones porque están siendo usados por otros grupos que aprovechan el tirón manifestante para sus propios fines.
La Copa
Confederaciones está teniendo un elevado coste político para el gobierno
brasileño. La inversión promocional que se hace para estos actos se convierte
en un arma en contra cuando estalla la protesta social, que la utiliza como
ejemplo del despilfarro, el desinterés social de la clase dirigente y la corrupción política. Lo que se
mostraba como un logro, pasa a ser ahora un elemento negativo, criticado por
amplios sectores. Por delante, Brasil tiene en julio otro gran evento, la visita papal. En un horizonte no muy lejano, la Copa del Mundo el año que viene. Y en 2016, los Juegos Olímpicos y Paralímpicos. ¿Demasiada provocación?
Los
políticos brasileños, que habían usado estos eventos como avales de eficacia y
prestigio ante los electorados, se comienzan a cuestionar su propio futuro: «¿qué pasará, si estallan de nuevo unas manifestaciones tan masivas
sólo tres meses antes de las presidenciales de octubre de 2014?»* Ya no piensan solo en las
celebraciones de actos, sino en el "evento" central al que todo se
encamina, las elecciones, de las que depende su futuro. Su preocupación ahora
es cómo recuperar el terreno perdido ante la opinión pública, cómo arreglar el estropicio ante un rosario de eventos por venir, auténtico vía crucis, si no decae la protesta social. Algo que está por ver.
*
"La gigantesca protesta en la calle fractura a la sociedad de Brasil"
El País 21/06/2013
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/06/21/actualidad/1371832477_921540.html
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