Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Parece
que estos Juegos Olímpicos se van a recordar por muchas cosas más que por el
Coronavirus, la ausencia de público y el aplazamiento de un año. Todavía
recuerdo cuando el año pasado, a poco más de un mes los responsables decía que
se celebrarían "sí o sí", por encima de cualquier circunstancia.
Finalmente hubo que esperar un año y hasta hace pocos días todavía se mantenían
las dudas. Todavía hoy, nos llegan a los noticiarios las imágenes de muchos
japoneses se manifiestan en las calles pidiendo que se suspendan.
Pero
mascarillas y gradas vacías, el constante peligro de que un positivo te
sorprenda antes de comenzar una competición (como el caso del español Jon Rahm
en el golf, recontagiado), etc. van a pasar a segundo término cuando se cierren
los juegos. No va a ocurrir así con algunas de las cuestiones que se están
planteando ahora y que abren debates que hasta el momento habían quedado
aparcados.
Las
Olimpiadas son un gigantesco evento, con amplias infraestructuras entre
celebraciones, una maquinaria cuyas ramificaciones se extienden por prácticamente
por todo el planeta. Por este motivo, los intereses tras ellos y en ellos
mismos son superiores a los deportivos que son, finalmente, la materia prima
que permite la elaboración del "producto" final, la celebración
deportiva en sí misma, hacia la que se giran cientos de millones de miradas. Al
final, es esa mirada la que permite al deportista poder dirigirse a aquellos
que le contemplan.
Esas miradas son las que ha aprovechado Tom Daley cuando se ha reivindicado como gay y campeón olímpico, ofreciendo un modelo de vida en un momento en el que en países como Polonia o Hungría se trata de legislar sobre ellos como delincuentes ("salvar a los niños") o enfermos en una visión retrógrada. Lo ha hecho junto los deportistas de Rusia, donde también se legisla contra ellos y se les ataca en las calles con desfiles con los iconos bizantinos levantados. Daley ha hecho un valiente aportación para que nadie se sienta constreñido por la mirada de los otros, por el dedo acusador, para que ellos mismos no se pongan límites.
En el
pasado torneo de Roland Garros se planteó una cuestión importante: la retirada
de Naomi Osaka, una de las primeras clasificadas mundiales por una cuestión de
salud mental. Estamos en el siglo XXI y todavía debemos escuchar desprecios
públicos por la cuestión de la "salud mental" (entre ellos en el
Parlamento español).
Rápidamente
saltaron a los medios las críticas, con toda la presión que va desde las marcas
de ropa que les financian, hasta los propios comentaristas pasando por los
organizadores de los torneos.
Aquí
defendimos en su momento su postura ya que es ella la sabe lo que lleva en su
mente cada día y la obligación de tener que sonreír y poner cara de interés
ante las mismas preguntas, las más de las veces, sin sentido. Osaka ha
participado en las Olimpiadas y a nadie se le ha escapado su mirada de tristeza.
No es
cuestión de resistencia, sino de presión. En este tipo de situaciones la
persona vive en un estado de angustia permanente ante las miradas que le
rodean. El deportista pasa a ser una mercancía que debe rendir, más que en la pista,
ante unos medios que les devoran.
La elevación
del deporte femenino ante las audiencias, el creciente interés que suscitan, ha
hecho que aumente la presión psicológica sobre ellas. Las presiones que viven
por todos los que están detrás, de la federaciones a los patrocinadores son brutales.
El caso
de Simone Biles está hoy en las primeras planas de todo el mundo. Que una
atleta considerada la mejor de todos los tiempos, ganadora de todo, que ha
pasado por dramáticas situaciones de acoso en su vida deportiva, decida tras un
salto retirarse por su salud mental ha vuelto a traer a primer término lo
ocurrido con Naomi Osaka, dejando ver que el problema es serio y no una
cuestión de "divas", como se quiso hacer ver. La deportista
norteamericana ha sido clara:
"No estoy lesionada, simplemente tengo
una pequeña lesión en mi orgullo. Ahora tengo que concentrarme en mi salud
mental", declaró, rompiendo uno de los grandes tabúes en el deporte de
alto rendimiento: la salud mental.
"Tenemos que proteger nuestras mentes y
nuestros cuerpos. Esto no es simplemente salir y hacer lo que el mundo quiere
que hagamos", ha denunciado al mismo tiempo que establecía claras sus
prioridades: "Es más importante la salud mental que el deporte ahora
mismo".
Una de las mejores gimnastas de la historia
se retira para cuidarse. "A veces, siento que tengo todo el peso del mundo
encima de mis hombros".**
Ese peso no es una ilusión. Lo dice, además,
una persona de larga trayectoria, que ha podido controlar su mente frente a
todo tipo de problemas para rendir al máximo, una persona rodeada de asesores,
incluidos los psicológicos. Pero cuanto más renombre se alcanza, mayor es la
presión a que se ven sometidos los deportistas.
Estados
Unidos ha quedado en segundo lugar y habrá muchos que responsabilicen a Simone
Biles por ello. Será una demostración más de la deshumanización del sistema, de
la conversión del deportista en una máquina en la que todo está medido y
controlado, su cuerpo, su mente y su vida, todo ello pasto del interés
mediático para hacer crecer la audiencias y las ventas de los materiales.
En las
declaraciones de Biles hay un punto que me parece muy relevante: cuando
competía —nos dice— ya no lograba alcanzar el placer que anteriormente tenía.
Biles ha hablado específicamente de "robo", de que en algún momento
le robaron la alegría, el disfrute de
lo que más le gustaba en su vida. Esto, traducido, significa que se vive un infierno,
que no te queda nada a lo que agarrarte, que todo ha dejado de tener sentido
más allá de la presión. Ya no compite porque le guste lo que hace, sino que
compite bajo la presión de los demás.
Hemos
visto a Ona Carbonell dando el pecho a su bebé, denunciando una separación
forzada. Ha sido otro de los puntos de
denuncia que han estallado con estos juegos en los que la pandemia ha dado al
traste con todos los cálculos. El retraso de los juegos ha hecho cambiar los
planes de muchas jugadoras para sus embarazos y periodos de lactancia. La participación
les ha ocupado la vida al completa y esto se ha extendido más de lo calculado.
En este sentido, las normas estrictas de aislamiento en la participación puede
servir de alguna disculpa, pero no por ello significa que las mujeres
deportistas no tengan condicionada su vida como mujeres por los intereses
existentes en todos los niveles. Las deportistas han pasado a ser una
"inversión" que se rentabiliza a través de la popularidad de las
olimpiadas y la consecución de medallas.
La
rebelión de las jugadoras noruegas de voley-playa negándose a ponerse un bikini
y convertirse así en objetos sexualizados
ha sido otro de los puntos importantes de estos juegos en marcha. Este es un
hecho que ha suscitado reacciones de apoyo en todo el mundo, incluida la
cantante Pink, quien se ofreció a pagar las multas con las que se les
sancionaba. Es un precio que gustosamente pagarán muchos por evitar esa imagen
con las que las estructuras machistas del deporte entienden el papel de las
mujeres como objetos. No es algo nuevo.
Habría
que hacer una seria reflexión sobre la forma en que los medios tratan el
deporte y especialmente a los deportistas, convirtiéndolos en mercancía que
deben promover para rentabilizar lo
invertido en las retransmisiones. En ocasiones uno siente vergüenza ajena al
ver la presión que se lanza sobre ellos con las cuestiones de medallas. La
forma de atraer a la audiencia es hablar constante de las "opciones de
medalla" de cada uno de los deportistas. Esos cálculos de cuántas medallas
se "pueden obtener" cada día es una presión muchas veces
insoportable. Habría que empezar a hablar de una necesaria ética informativa
aplicada al deporte, algo que tenga en cuenta esa presión malsana sobre los
jugadores.
Hemos
visto recientemente insultos racistas y amenazas en la final de la Liga de Campeones contra los
jugadores del equipo británico; hemos visto la brutalidad de los ataques de los
hinchas perdedores contra los ganadores. Todo esto son avisos de lo que se está
construyendo alrededor del deporte, un negocio que mueve muchos miles de
millones en muy diferentes sectores cada año y más si es año olímpico, como lo
es este.
La identidad sexual, la maternidad, la salud mental, la sexualización de las mujeres, etc. son elementos que están ahí, rodeando el deporte y que se esconden bajo la alfombra con unas estructuras generalmente autoritarias, que cogen jóvenes a los que se les exprime, se les lleva a lo más alto desde donde se les deja caer en muchas ocasiones. Para muchos no son más que una herramienta de poder, una forma de generar ingresos. Muchos (como en la caso de Biles) han padecido abusos de uno u otro tipo, todo en nombre de un rendimiento.
Todos estos casos que surgen ahora son importantes y deben ser el inicio de un gran cambio. Estos juegos tienen un claro carácter reivindicativo, marcarán —así lo deseo— una nueva conciencia.
Pienso en el podio de Skateboarding femenino, el más joven
de la historia, con una campeona de 13 años, y tras dos medallas de 13 y 16. Me gustaría
que no perdieran en el futuro la alegría con la que se las veía competir y confraternizar. No
deberían sentirse, como nos decía Simone Biles, con la sensación de que el
placer de hacer lo que les gusta se lo han robado.
* "Simone Biles, tras su retirada en la final de gimnasia por equipos: "Tengo que centrarme en mi salud mental"" RTVE.es https://www.rtve.es/deportes/20210727/tokio-2020-simone-biles-salud-mental/2140466.shtml
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