Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las
palabras de Miguel Roca apuntan en un sentido, pero nos llevan a preguntarnos
sobre por qué nuestra clase política, principalmente, pero también el resto de
la sociedad se ve envuelta en esta gresca continua en la que nadie gana, aunque
lo crea, y todos pierden, aunque no lo sepan.
Siempre
ha habido demagogos, pero el problema está en las proporciones, en la
existencia de sensatez mayoritaria que neutralice a los briosos discutidores.
Desgraciadamente, el sistema ha apostado por la bronca como música de fondo y
la agresividad se ha convertido en un punto favorable a los ojos de los
políticos, que son los que tienen máxima presencia mediática.
Gran
parte de estas broncas forman parte del espectáculo y luego nos enterábamos que
había algunos políticos resultaban ser padrinos de los hijos de algunos del
"otro bando". Hace tiempo que eso pasó a la historia, como ocurrió
con aquellos partidos que sus señorías jugaban para demostrar que eran capaces
de saltar a un campo de juego y resistirse a la tentación de hacer polvo las
espinillas de sus contrarios. Sí, hubo un tiempo en que era frecuente que se
organizaran este tipo de celebraciones cuya finalidad era precisamente hacer
ver que los enfrentamientos no minaban el espíritu festivo y la buena
educación. No creo que muchos arriesgarán sus espinillas, rótulas y cabezas,
incluso, en este tipo de partidos, que serían calificados de "alto
riesgo".
La
pregunta de Roca, sí, es pertinente. Y es necesaria la respuesta.
Hace
mucho tiempo que aporte un explicación darwinista de la jungla política
hablando de los procesos de selección en la política, donde —como en la crianza
de animales— se potencian determinados rasgos, entre ellos precisamente la
"agresividad". En el caso de los perros, los seleccionamos por su
mansedumbre en unos casos, mientras que mediante la selección de otros los convertimos
en agresivos perros de presa.
Hace
mucho tiempo que en la política se selecciona por la agresividad y no por otro
tipo de virtudes, como el diálogo, la inteligencia, la educación. Los que han
sido seleccionados por su carácter agresivo, cuando llegan al poder, además,
eliminan a los dialogantes y tiran de los agresivos hacia arriba.
Es la
agresividad —traducida en falta de diálogo— la que hace que los partidos
políticos se fraccionen ante la incapacidad de la convivencia interna, que se
convierte en sumisión o en pelea directa. Esta incapacidad de entenderse
incluso con el más próximo ideológicamente, es decir, de elevar a cisma lo que
solo puede ser discusión de matices, se multiplica ante la presencia de lo que
se consideran contrarios, donde la lucha ya es a muerte. Solo se frena si se
percibe que causa un daño considerable.
Hubo un
tiempo en que esto no era así. No se trata de idealizar la historia, pero sí de afirmar que hay otra forma de escribirla que no sea con sangre, como estamos viendo
de forma continua.
¿Por
qué se ha producido esto que algunos —me gustaría pensar que muchos—
consideramos un deterioro de la vida pública, una desmoralización cívica del
ciudadano y la antesala de muchos desastres que, como ocurre con el coronavirus,
no se logra frenar por la discusión eterna, por la falta de coordinación?
Creo que son dos los factores más determinantes de esta situación. El primero se refiere a la conversión de los partidos en mecanismos de sumisión, escleróticos, negación del diálogo interno y su articulación en camarillas rivales pendientes de acceder a los puestos de decisión que determinan el reparto final del "poder", que se traduce en las listas electorales, el apoyo a candidatos que cuentan con el aparato como respaldo, etc. La absorción de poder en un núcleo central tiene ese tipo de efecto que lleva a que la promoción interna para acceder al poder exterior, de un alcalde a un diputado, sea un doble mecanismo de sumisión al poder interno y de fidelidad demostrada mediante la eliminación de contrarios o rivales. Esto es frecuente y se nos cuenta desde los medios. El bochornoso espectáculo al que asistimos con algunos de los escándalos que saltan a la vista cada vez que encendemos un televisor o leemos las páginas de un periódico. "Si se hacían eso entre ellos, ¡qué no habrán hecho con los demás!", clamaba un político al que se le podría decir lo mismo.
Todos
estos casos acaban estallando y acaban en la Justicia. Revelan unas prácticas
internas que dicen mucho sobre lo que supone actualmente la "vocación
política". No hay que mitificarla, pero dista mucho de ser lo que ha sido
y llevó a muchas personas que tenían una posición profesional y respeto público
a participar en algo que debería ser la consecución del bien común, de la
mejora de la sociedad. Casi da pudor escribir esto.
Por el
contrario, la política agresiva actual, aleja a las personas notables y sensatas de la
política, convirtiéndola en territorio de advenedizos y buscavidas. Muchas son
personas que están metidas en la política desde la adolescencia, que lo han
hecho como una forma de medrar, de ascender, de tener acceso a un poder que se
traduce a su vez en lazos económicos con los sectores tentadores, aquellos que
ya saben cómo dominar a estos ambiciosos a los que pueden manejar. No es
posible, por ejemplo, que la Comunidad de Madrid tenga o haya tenido encarcelados
a los que han sido sus autoridades, o que lo mismo haya ocurrido en otras
Comunidades, si bien con variable densidad. Alcaldes y concejales, presidentes
y consejeros, especialmente, pero también ex ministros de todos los colores.
Habrá muchas excepciones, pero hay demasiados casos.
El
segundo factor que creo que es determinante son los medios de comunicación. Hoy
no se entiende la política sin ellos. Política y medios forman una combinación
en donde ambos se necesitan: el político necesita de los medios para llegar a
los electores y los medios usan la política como una forma de atracción,
consumo y establecimiento de sus propias líneas con el poder.
Vivimos
en una sociedad mediática, en un continuo estímulo de la información. Muchas
veces habrán escuchado sobre la campaña
electoral continua en que vivimos. Es así e implica que los medios
necesitan tener focalizados a los políticos para atraer así lectores y también
la necesidad del político de ofrecer novedades para ser escuchado, para
mantener un contacto constante en la lucha por decir y evitar ser silenciado
por los otros. Y evidentemente, como dicen los viejos principios periodísticos,
la verdadera noticia es que el hombre muerda al perro. Generar noticias es una
obligación del político, una necesidad. Necesitan del foco mediático.
Les
dedicamos demasiada atención. Lo hacemos porque cuando no están ellos en
pantalla, lo están los que hablan de ellos. Todo un ejército de comentadores dedica
horas y horas diarias a escribir, a discutir sobre lo que hacen, dejan de
hacer, sobre sus peleas y conflictos internos y externos. La política se ha
convertido en espectáculo ya sea como propaganda propia o como denigración de
lo ajeno. El silencio es la muerte de los políticos. Necesitan público; lo
necesitan desesperadamente, por lo que viven en un escenario permanente de
conflicto, que es lo que trae la atención. Los medios viven mejor con
desastres, violencia, accidentes, enfrentamientos, guerras, etc. que con una
paz insulsa.
El
efecto combinado que se crea es desolador para el ciudadano que no se deja
arrastrar en esta lucha constante, en este "más difícil todavía" de
la descalificación.
Torra
ha sido inhabilitado por un acto mediático, la puesta en escena de una pancarta
que los medios del mundo deberían recoger. Como bien ha dicho la sentencia, no
era una cuestión de "libertad de expresión" como se aducía, sino una
desobediencia, una incapacidad de aprovechar la atención creada con su gesto de
rebeldía. Podríamos poner muchos otros ejemplos porque los tenemos cada día.
Los que
se dejan arrastrar son ya adictos al conflicto político. Para los que
entendemos que la política es resolver problemas y no crearlos, que se deberían
respetar aspectos comunes que nos permitan sentirnos parte de algo y no vivir
en un frentismo improductivo que me
obliga a ver enemigos por todas partes, es un espectáculo insoportable. Es una
tensión generada por la vergüenza que sientes del comportamiento de los
deberían ser ejemplares, la indignación ante incapacidad de resolver problemas
creando otros y el aburrimiento de esta "canal de lucha" en el que
nos sumergen para tenernos atados ante un televisor o un periódico.
¡Frustrante!
No sé si lograremos romper esta dinámica, pues lo que produce el sistema es más
demagogia y no algo de sensatez. La novedad debe ser apocalíptica para atraer la
atención y el que llega lo hace ya dando caña. Se trata de producir más ruido que los demás para atraer la atención del pueblo dopado. Sí, la bronca como opio del pueblo.
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