Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La canciller Merkel ha salido a decir que el opositor ruso Alexéi Navalni ha sido envenenado, que sí, que no hay dudas. Y el señor de Moscú, al que se señala con el dedo acusador, se encoge como siempre de hombros y dice que son fantasías.
Hace
mucho tiempo que el mundo de Putin es una fantasía, más bien una película de
terror para todos los que se le cruzan en su camino o le molestan en su
reinado. Putin ha conseguido algo que parecía difícil, aunar lo peor del
zarismo con lo peor del comunismo soviético. Hoy Putin es un zar que reivindica
en silencio los métodos de la guerra fría o de la caliente, si se tercia, como
ocurrió y ocurre en Ucrania.
La
lista de disidentes rusos envenenados empieza a dar para una serie televisiva
de varias temporadas, que es como se mida ya el tiempo en nuestros tiempos. Te
envenenan en Rusia o fuera de Rusia. Hay que reconocer que el envenenamiento antes
de tomar un vuelo es de un rebuscamiento sádico solo superado por los saudíes
con el asesinato en su consulado en Turquía del disidente Kamal Khashoggi,
citado para darle los documentos que había solicitado para poder casarse con la
novia que le esperaba a la salida, que nunca se produjo, del recinto oficial.
Khashoggi, como sabemos gracias al espionaje turco, fue torturado y
descuartizado allí mismo, sacado el cuerpo en trocitos de los que nunca se
volvió a saber y es probable que nunca se sepa.
En
Rusia tienen el detalle de asesinarte frente al Kremlin, porque seguro que
habrá alguien mirando por la ventana. Es lo que le pasó al opositor Boris
Nemtosov, al que le dieron cuatro tiros frente a los muros tras los que se
encuentra el poder sobre todo lo que ocurre en el país y en unos cuantos que
Rusia considera propiedad suya o, al menos, ser dueño de su destino. Es lo que
está ocurriendo ya con la Bielorrusia del impresentable Lukashenko. Moscú acaba
de advertir que no dejará que le quiten un amigo entrañable, el último nostálgico
soviético.
Ese
sentido de la propiedad hace que los países cuyos pueblos están hartos de ser
gobernados por sicarios de Moscú se conviertan en dueños de sus destinos. Y son
muchos. ¿Se han dado cuenta que Rusia es el único país que sale por la derecha
del mapa y entra por la izquierda? ¡Impresionante! Es un territorio que se
extendía por tres continentes —Europa, Asia y América—. Estados Unidos le
compró Alaska. De no ser así, a saber hasta dónde hubieran seguido bajando.
Rusia es el Imperio, así, con mayúsculas. Ha sido imperio zarista y ha sido
imperio soviético: ahora es el imperio de Putin, el populista postsoviético, ex
jefe de la KGB, atleta, caza osos,
jinete, homófobo declarado, devoto
portador de iconos y velas ceremoniales, y judoca irresistible porque nadie se
atreve a tumbarlo, entre otros muchos atributos.
La
posición internacional de Rusia en estos momentos es la de ser vista como un
peligro internacional de diverso tipo. Se va haciendo con los restos de los
errores múltiples norteamericanos en Oriente Medio, como es su control de Siria
al lado de Al-Assad. Tiene sus baluartes en Asia y en la Europa próxima a sus
fronteras y sus puntales en América Latina. La crisis de Ucrania sigue abierta
y, con ella, el frente europeo.
En
diversas ocasiones hemos tratado de expresar el interés de los Estados Unidos
de Trump en Rusia, un movimiento estratégico de volver al reparto del mundo por
las superpotencias. La mentalidad comercial de Trump le hace creer en el
reparto de mercados, es decir, la tensión hace depender a muchos países, que se
encuentran cerca de las zonas amenazadas, de la protección norteamericana.
La
creación de un foco de peligro con Corea del Norte tuvo como resultado el frenazo
de las iniciativas de crecimiento de relaciones comerciales entre China y los
países de la zona, que iban a establecer una zona de intercambio comercial
fructífera y pacificadora y eliminar tensiones y recelo. La crisis de Corea del
Norte obligó al aumento de la presencia norteamericana en la zona con el consiguiente
refuerzo de sus relaciones.
Lo
mismo ha ocurrido en Oriente Medio. La ruptura de los acuerdos con Irán trajo
nueva inestabilidad en la zona que se ha resuelto con la compra masiva de
armamento a los Estados Unidos por parte de los países de la zona. El descubrimiento
del acuerdo para vender súper tecnología militar, aviones de última generación,
etc. a Emiratos Árabes Unidos, saltándose todos los filtros institucionales
sobre seguridad, ha sido motivo de titulares en estos últimos días.
La
extraña sintonía denunciada desde el inicio entre Putin y Donald Trump es algo
más que amor a primera vista. El juego "win-win" con Rusia ha sido
una constante. Una Rusia fuerte y agresiva hace más necesario a los Estados
Unidos para la Unión Europea, que se ve amenazada por situaciones como la de
Crimea en Ucrania. Ha sido la agresiva presencia rusa la que ha llevado a Trump
a apretar las clavijas militares a la Unión Europea y lo que ha hecho que esta
comience a desligarse de la interesada protección. Las manifestaciones sobre la
necesidad de ser autosuficientes en protección militar de Europa muestran
claramente que se ha entendido el peligro de estar en manos de gente como
Trump. Rusia lo aprovecha para ser más desafiante.
Junto a todo esto, se encuentra las evidencias, más que fundadas, de las intervenciones rusas con campañas de desinformación a lo largo del planeta, especialmente allí donde tienen la capacidad de intervención en los procesos electorales, fomentando desde el Brexit hasta el "procés" o la ultraderecha en España, como han denunciado los medios. No hay país que no haya detectado el uso de la desinformación a través de las redes desde la Rusia de Putin. Hackers y legiones de bots se dedican a difundir todo aquello que se crear conflictos y confusión generalizada. La cizaña rusa se ha convertido en su arma más potente. Allí donde antes existía el aparato de propaganda soviética, Putin ha fomentado el caos como mensaje global, un caos personalizado, a la carta, aprovechando lo que pueda para hacer llegar al poder a los peores, a los más nefastos o debilitar a los más capaces, fomentar la fragmentación, etc. Todas las maniobras van en el mismo sentido.
Rusia ha apoyado a Trump no porque sea el mejor candidato, sino precisamente por lo contrario: es el peor presidente de los Estados Unidos y para el mundo. Lo mismo hace en muchos países. Es mucho más barato que invertir en carrera armamentística y los efectos son mucho mejores. Putin sabe qué llevó a la ruina a era soviética, en su competición con los norteamericanos. Ya no cae en ese truco del prestigio, como en la carrera espacial, y se dedica a segar la hierba bajo los pies de los demás. Usa los mecanismos creados por Occidente, como las redes sociales, que iban a ser (según Al Gore) formas de distribución del poder norteamericano por el mundo, y que Putin utiliza como forma barata y efectiva de intoxicación mundial.
Veremos cómo acaba el asunto de Bielorrusia, pero seguramente muy mal. La protección contra la mano rusa no es fácil. Ya sea con asesinatos o con desinformación, a Rusia le interesa esa posición ya que le permite debilitar a sus contrarios, cada vez más divididos y confusos, caóticos. Él, en cambio, usa ese valor del orden de la mano de hierro para controlar los dominios rusos, en sus fronteras y fuera de ellas. La ordenada Rusia sigue ganado terreno con sus manejos.
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