Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Antes
de entender la gravedad la gente sabía que era peligroso o suicida lanzarse
desde el tejado de un edificio, un puente o un despeñadero. Hay cosas que se
entienden fácilmente, sin necesidad de enormes complejidades. En ocasiones
sabemos lo que hay que hacer; en otras ocasiones, sabemos lo que no hay que
hacer.
Ayer
señalábamos la importancia de que quienes hablan desde los principios del
conocimiento —poco o mucho— se distanciaran de otro tipo de motivaciones,
especialmente las políticas, evitando que la gente confundiera a unos y a
otros. Los políticos no son científicos, ni los científicos deben ser políticos
en la toma de las decisiones. Cada uno evalúa las situaciones desde un tipo de
información distinta en función de sus consecuencias.
La
situación que vivimos, del todo extraordinaria, obliga a que los políticos
escuchen a los científicos. No solo los gobiernos, todos los políticos. A eso
es a lo que se refieren algunos cuando hablan de aparcar diferencias y tomar
las decisiones escuchando a los científicos, atendiendo a sus explicaciones de
las consecuencias de cada decisión. No es el momento de la popularidad, sino de
la efectividad. No se debate con los
coronavirus; se les combate desde la ciencia señalando las medidas más eficaces no para proteger la opinión sino la salud pública, la de todos nosotros. En
ese nosotros" se incluye algo que está más allá de las fronteras, por lo
que las decisiones no se refieren exclusivamente a un territorio nacional y unas
personas, sino que ha de tenerse en cuenta el más allá de nuestras fronteras,
la dimensión humana global. Es un desafío a la especie, al sapiens.
Javier
Sampedro publicaba ayer en el diario El País un artículo titulado "La
presión científica funciona" ponderando precisamente el papel esencial de
los científicos en esta crisis. En él señala:
Quienes acusan al Gobierno español de haber
reaccionado tarde van a tener que adoptar la dieta de Rajoy para políticos:
tragarse sus palabras. Hacer predicciones a toro pasado es una maquinación
politiquera, oportunista e inútil para los ciudadanos. “¿Retrasados respecto a
qué?, les espetó el presidente Sánchez el otro día, rompiendo ligeramente su
compromiso de no enredarse en diatribas de bajo nivel. Tenía razón. Los grandes
países de nuestro entorno están reaccionando con semanas de retraso respecto a
España. Boris Johnson se ha resistido como gato panza arriba a implantar las
medidas de aislamiento que recomienda la ciencia, Donald Trump se ha empleado a
fondo en su negacionismo de la pandemia, y el presidente mexicano, Andrés
Manuel López Obrador, sigue jaleando a su población a que salgan a cenar a las
fondas. “No dejen de salir”, dijo todavía el domingo pasado. “Yo les voy a
decir cuándo no salgan”. Vale, pues aquí te esperamos, hijo.*
El
resto de artículo está dedicado a la crítica de la postura impresentable de Vox,
que deberían tener un poco más de sensatez, especialmente después de haber
tenido que "pedir perdón" (a su manera) por el mitin que celebraron
en Madrid. Deseamos pronto restablecimiento a sus líderes contagiados, que
puedan seguir diciendo tonterías en perfecto estado de salud.
Efectivamente,
la crítica a posteriori es fácil y suele ser demagógica, especialmente en un
caso en el que la evolución es imprevisible y nueva. No se ha tenido un caso de
tan amplia difusión ni tan veloz. Los casos anteriores han servido muy poco y
se suele evaluar por la experiencia histórica antes que por las perspectivas de
futuro.
El
gobierno español también ha cometido errores, como otras instancias de la vida
española, como todos nosotros. Pero conforme el panorama se clarifica, es
cierto —como señala Javier Sampedro— que se han tomado medidas que dependen muchas
de ellas de nuestro grado de compromiso al aceptar que este tipo de pandemia no
es cuestión de voluntad individual. Ahí se equivoca plenamente la mentalidad
independiente norteamericana o la simpleza irresponsable de López Obrador.
Los
científicos deben trabajar en dos líneas: el asesoramiento desde la experiencia
y conocimientos disponibles y avanzar en lo desconocido para reducirlo. Los
políticos deben tomar sus decisiones siguiendo este asesoramiento, que puede no
ser infalible —la Ciencia no lo es—, pero es lo mejor que tenemos en este
momento.
Pero
¡cuidado! Como la etiqueta "ciencia" es buscada por la gente como
garantía de fiabilidad seguridad hay también mucho irresponsable difundiendo
bajo ella en algunos medios. Si esta pandemia está sirviendo para probar a los
dirigentes y a la ciudadanía, también nos está mostrando la cara noble de la
prensa, a la vez que ofrece también la más oportunista y desafortunada.
Con el
tiempo que llevamos en esta situación, parece que se agotan titulares y
estímulos para llamar la atención, por lo que algunas secciones, en este
momento de fortísima competencia por la atención, por buscar fuentes fiables,
hacen algunos juegos impresentables y peligrosos. Siguen jugando con ideas como
que ha sido "fabricado" por humanos, guerras ocultas, terrorismo, etc.
Lo novedoso es el método y el lugar. Al ganar confianza las secciones de
Ciencia, habitualmente retrasadas en las páginas digitales, desplazadas por
deportes, trivialidades, famoseos y
demás cosas que parecían importantes en tiempos de fiesta, se usa su etiqueta
para transmitir mensajes que nada tienen de científico. En algunos textos analizados
estos días, se observa el uso de titulares que juegan con insinuaciones en
forma de interrogantes (un subterfugio) que atraen al lector. Posteriormente el
artículo desmiente lo que el titular afirma. Sin embargo, la comprobación del
efecto la tenemos entre los comentarios de los lectores que salen defendiendo
lo contrario de lo que el artículo afirma, pero el título insinúa bajo sus
interrogaciones. Esta estructura de pregunta insinuante en el titular y falta
de confirmación del texto, que puede decir claramente lo contrario, muestra
además de la importancia de titular con responsabilidad, sin sensacionalismos
ni insinuaciones, que son estos titulares los que atraen a las personas dispuestas
a creerlos a pesar de los contenidos.
En
realidad, el fenómeno tiene mucho de algo que sobre lo que deberíamos
reflexionar y que funciona en paralelo a la pandemia: el fenómeno de la
viralidad de la información. Las rutas de los coronavirus son parecidas en su
funcionamiento a las de la información. No en vano venimos llamando
"virales" a los fenómenos de las redes sociales desde muchos años
antes de la aparición de la pandemia. También hay "contagios
informativos", la transmisión de "memes" negativos a través de
su difusión por las redes como información.
Es
descorazonador leer los comentarios en la mayoría de los medios, la respuesta a
la información que se expande desde allí. Recordemos que algunos autores
desconectaron los "comentarios" en sus artículos ante la desesperanza
que les producía observar las reacciones de lectores, más allá de los troles
profesionales. Hay gente que necesita infectar la mente de otros y se
concentran en este tipo de espacios de discusión. Decir esto en tiempos del
COVID-19 no es más que repetir algo observado en décadas pero que ahora resulta
especialmente triste y peligroso.
Mientras
hay personas que están realizando esfuerzos para transmitir información
fidedigna, que ayude a salvar vidas, a mejorar nuestra situación, otros, en
cambio, hacen todo lo que pueden por enturbiar, por difundir bulos y maldades
dando suelta a sus prejuicios y, sobre todo, a una ignorancia narcisista
enormemente peligrosa.
Desgraciadamente,
los medios no han logrado librarse de ello. Incluso, algunos lo buscan como
forma de asegurarse el tráfico que es de lo que viven, alentando este tipo de
discusiones e insinuaciones sin fundamento. Ellos sabrán.
La
reflexión sobre este tipo de actuaciones irresponsables es necesaria y lo será
más adelante cuando se tengan que enfrentar a sus propias hemerotecas. A
diferencia de otros sectores, el de la información es esencial en estos
momentos. Pero lo es si cumple con unos estándares mínimos en la información,
si contribuye a la mejora y no a oscurecer el panorama o transmitir mala
información o desinformación.
La
observación de Javier Sampedro sobre la "presión científica" y su funcionamiento
debe ir más allá de los políticos y autoridades, de las instituciones. Hay que
transmitir el mensaje de la Ciencia con el menor número de interferencias o
interrogaciones insinuantes, de titulares sensacionalistas o ambiguos. Salud y opinión públicas están muy relacionadas. También hace falta opinión sana que acabe ayudando a la salud de todos.
*
Javier Sampedro "La presión científica funciona" EL País 28/03/2020
https://elpais.com/ciencia/2020-03-28/la-presion-cientifica-funciona.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.