Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
siglo XX fue el de la especulación sobre el tiempo en la narrativa, al igual
que el espacio lo fue del XIX. Al XXI le queda la ausencia de lo virtual. Las
cosas ya no son o, peor, son mensajes que circulan en un no espacio global. El
XXI es el siglo de la promesa, del tiempo enunciado pero diferido. Es el tiempo
prometido, diferente del tiempo cumplido.
Ya no
hay un tiempo común, sino un tiempo estirado para cada acción. Hay un tiempo
judicial, eterno en su tardanza, pero estirado cada día en los medios,
interminable, aburrido, en el que las causas aparecen y reaparecen para deleite
de medios y, según toque, aprovechamiento o desesperación política.
La
política tiene su propio tiempo, el marcado por las agendas electorales. Es el tic-tac
electoral, relleno de promesas que tienen su propio tiempo, que llegan o no,
según interese. El tiempo electoral reorganiza las otras temporalidades para
ajustarlas al efectismo de la eficacia. Las cosas se retrasan o adelantan según
interese para llegar a un momento pleno de inauguraciones o de cualquier otro
evento —real o simulado— que ayuden a inclinar la voluntad en las urnas. Es el
tiempo de la virtualidad, donde se puede inaugurar un hospital sin camas o una
carretera que lleva a ninguna parte. Es el tiempo de la foto, de la noticia desrealizada.
Es el tiempo momento, el del adecuado a los intereses.
Hay un
tiempo que diferencia el trabajo y el fin de semana. Es el tiempo de ciudadano
gasto. Es el que diferencia entre trabajo y ocio de forma regular. Es la
diferencia que el tiempo atmosférico nos indica cuando se diferencia entre los
cinco días de trabajo y los dos en los que el "buen tiempo" es
esencial para realizar festejos, viajes, etc. que ponen en marcha nuestra
economía. El español se pregunta el lunes qué va a hacer el siguiente "finde",
el 1 de septiembre qué va a hacer en navidades y el 7 de enero dónde va a
viajar en Semana Santa. Son las paradas fijas en su calendario. Se pregunta por
fiestas y puentes, como una compañera que hace muchos años el primero de septiembre
desplegaba el plano del calendario para ver cómo caían ese curso los puentes.
Es el tiempo del vaso medio vacío (el trabajo) o el vaso medio lleno (las
vacaciones), una forma distinta de ver la vida, el del okupa del paraíso, el del fugado del infierno de la esclavitud.
Hay un
tiempo administrativo, finalmente, que lleva su propio tiempo, el reverso del
político, que promete. Al tiempo administrativo le compete cumplir o incumplir
lo prometido. Mientras el político se acelera para prometer ayudas —pongamos
que para los damnificados por la erupción de un volcán— al tiempo
administrativo le compete llevarle la contraria, dejarle en evidencia, hacerle
quedar mal. Es cuando la "administración" se transforma en
"burocracia", palabra dicha siempre con desprecio, algo que implica
el tiempo "no tiempo", la duración sin plazo, una eternidad para algunos.
Nos
dicen que, pasado un año —el tiempo cíclico de las efemérides—, lo que iba a
llegar de forma inmediata no ha llegado sigue perdido en los recovecos oscuros
de ventanillas, despachos y plantas, el mundo de los teléfonos que no contestan
porque los que tienen que cogerlos están ocupados, hartos porque son pocos y se
les pide mucho.
¿Cómo ha sido el tiempo del ahora rey Carlos III, eterna espera? ¿Ha sido igual que el de su madre, llegada al trono muy joven, reinando setenta años? ¿Cómo es el tiempo del nuevo sucesor? Acaba de llegar y ya muchos hablan de tiempos de abdicación, de transición hacia otro reinado. Las monarquías tienen otros tiempos que las repúblicas. No son los pueblos los que marcan el ritmo sino el tiempo de sus relevos. Hubo un tiempo largo de Isabel; ahora hay otro.
Es
cierto. El tiempo es una especie de ficción, una construcción que el reloj y el calendario
pretenden fijar, controlar. No hay uno, hay muchos. Se ajustan a sus ritmos marcados
unos por la naturaleza y otros mentales, generados por la ilusión.
¿Cuánto
tiempo deben esperar las víctimas de la erupción de La Palma las ayudas
prometidas? Dicen que unos tienen casas y otros promesas. ¿Pasa igual el tiempo
para ellos que para otros? Probablemente no. Ellos viven en el tiempo
catastrófico, el que se aleja en un pasado tachado, en un comienzo que se
dilata por la espera. Lo que fue, las referencias se han cambiado. Los medios
nos hablan de una "nueva geografía", de una isla distinta a lo que
era. El drama, señalaban los palmeros, no era perder las casas, era perder los
recuerdos, la vida anterior volatilizada, reducida a lava, a humo.
Cuando
les lleguen las ayudas, esas que el tiempo político promete y el tiempo administrativo dilata, tendrán que
fingir que el tiempo continúa, ignorar la fractura del tiempo, el paréntesis
que no cesa.
Sí, hay
muchos tiempos, muchas formas de vivirlos. La del que espera una ayuda para reconstruir su vida, la del que espera la llegada de un puente para salir de la rutina laboral y entrar en la festiva, la del que espera la llegada de un trono...
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