Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Entre
en la sala de cine sin saber lo que iba a ver. Por exclusión, me metí en la
película Querido Evan Hansen (Stephen
Chblosky 2021) si saber qué era. Me encontré con un extraño musical sobré
jóvenes suicidas, sobre la inseguridad y la presiones por cumplir las
expectativas sociales y familiares, sobre las adicciones a los medicamentos
para poder sobrevivir a la presión, sobre la indiferencia del mundo.
Vi la
película yo solo, en una sala que se me antojó demasiado solitaria para ver
aquel drama que no por cantando es irreal. Quizá haya que cantar tanto dolor,
tanta presión, tanta soledad, tanto malentendido, tanta indiferencia. Las
canciones y las ironías no ocultan la verdad del drama, la verdad de la verdad.
Vivimos
en una sociedad más enferma de lo que pensamos. Nuestra enfermedad es nuestra
propia forma de vida, la presión que creamos sobre nosotros mismos y sobre los
demás. No, Querido Evan Hanson no es un musical escapista, sino una bofetada en
plena cara. Son bofetadas de payaso trágico que se golpea él solo sus mejillas
una y otra vez.
Escribí mi reseña de la película como suelo hacer en el fin de semana. Pero no he dejado de darle vueltas a la película. Escribí que quizá habría que verla en los institutos y colegios a cierta edad para que sepan los peligros, pero sobre todo para que comprendan cómo se sienten los que desaparecen en un silencio mayor o menor, los que desaparecen quitándose la vida y luego la gente se pregunta por qué. Creo que ese es el mensaje de la obra, que los síntomas están ahí, delante, claros, pero que no sabemos o no queremos verlos. Luego llegan el asombro y la culpa.
Tras la
noticia del fallecimiento de la actriz Verónica Forqué hace dos días, leo ayer
el siguiente titular en RTVE: "La pandemia triplica los trastornos
mentales en niños y el 3% pensó en suicidarse". En niños se incluyen
personas hasta los 14 años, según se nos dice, algo que resulta un tanto
complejo pues las diferencias de la franja de edad son enormes, aunque el
resultado final pueda ser el mismo.
La
noticia en RTVE nos explica:
La pandemia ha triplicado el número de
trastornos mentales en niños y adolescentes, según el informe Crecer
Saludable(mente) de Save the Children. Además, un 3% de los menores en estos
grupos de edad ha tenido pensamientos suicidas en 2021, periodo en el que se
han reducido los diagnósticos y los servicios de salud mental infantojuveniles
están saturados.
"Ha traído nuevas preocupaciones,
miedos, infelicidad y ha puesto de manifiesto la magnitud de los problemas de
salud mental que sufren los niños", ha expuesto la organización en un
comunicado este martes. Los trastornos
mentales han aumentado del 1% al 4% en menores de entre cuatro y 14 años y del
2,5% al 7% en el caso de los trastornos de conducta, de acuerdo con la encuesta
realizada por la ONG a 2.000 padres y madres, que compara con los últimos datos
oficiales disponibles de la Encuesta Nacional de Salud (ENS) de 2017.
"Se han disparado todas las alarmas a
causa de la pandemia, aunque los problemas de salud mental no son nuevos. Hay
mucho desconocimiento y un gran estigma. Un 3% de niños, niñas y adolescentes
han tenido pensamientos suicidas este año", ha señalado el Director
General de la ONG, Andrés Conde. En 2020 murieron por suicidio 61 menores.
Sin embargo, la ansiedad, la depresión, los
trastornos alimentarios o las tentativas de suicidio "no las ha traído la
COVID-19". "Ya en 2015 la salud mental fue incluida en los Objetivos
de Desarrollo Sostenible (ODS), teniendo en cuenta las circunstancias sociales
y económicas que la determinan", ha insistido Save the Children.*
La
noticia tiene una verdad, pero también un lenguaje, el contrario del que
percibí en la película que me mostró desde otro ángulo la brutalidad de la
situación. Allí donde el texto artístico ponía el énfasis en la ironía que
dejaba al descubierto la gran hipocresía social, nos encontramos con la
frialdad de las cifras, de los porcentajes, de los datos, etc. un lenguaje que
ya no nos afecta.
Hoy
tuve que hablar en mi clase de la "locura" en la obra de Michel
Foucault, de cómo la analizó en su obra Historia
de la locura en la época clásica. No era el centro de la explicación, pero
sí hablamos de los mecanismos de exclusión del otro, del loco, del enfermo, de aquel que no se ajusta a nuestros
ideales cada día más falsos de felicidad; de aquel al que se define bajo
discursos legales, médicos, artísticos. Nos hace falta estudiar nuestros
mecanismos de exclusión de esta enfermedad que ignoramos y que solo vemos
cuando llega a los titulares. No hace mucho, la mención de la "salud
mental" en el Parlamento español suscitó las bromas y risas de los que se
siente a salvo y ven al enfermo como una debilidad.
Datos,
encuestas, plazas, recursos... todo esto se funde con la realidad de las
muertes y sufrimientos en unas sociedades que presumen de tantas cosas. Aquí,
en estos años, hemos hablado de las muertes de ejecutivos en Francia por
suicidio (alguien me escribió para darme las gracias). Hemos hablado de los
suicidios de los veteranos en los Estados Unidos, con más bajas que las que
producen las mismas guerras a las que sobrevivieron; nadie quiere ver los
problemas tras esas sombras que viven en las calles.
Ahora
es la pandemia la que deja al descubiertos nuestras carencias sociales,
morales, asistenciales, etc. Somos una sociedad dura, pero de lágrima fácil y
efectista. Nos gustan las sensiblerías, pero somos incapaces de afrontar
nuestras enfermedades morales, que nos rompen por los escalones más débiles.
Hacemos negocios con esas debilidades.
Como profesor, me tengo que enfrentar en muchos momentos a situaciones duras en las que veo a gente en el límite. Las presiones no vienen de los sistemas educativos, sino de las familias, de las exigencias sociales, de las presiones sobre el éxito que les exigen, sobre las responsabilidades brutales que siente sobre ellos. El sistema responde muchas veces con indiferencia porque se ocupa ya de sí mismo, se ha vuelto lo que nunca debe ser un sistema educativo, egoísta. Mucha gente solo se ocupa de su promoción y apenas se fija en aquellos que tiene alrededor. Es lo que el propio sistema te pide. Muchas veces se mira para otro lado no vayan a entorpecer nuestras brillantes carreras.
Como sociedad estamos desarrollando un doble discurso. Por un lado el sensible, el que pide atención; por otro lado —también lo he escrito aquí en varias ocasiones— somos una sociedad que está explotando a sus jóvenes a través de los contratos basura, de los becarios eternos, de la precariedad, de la temporalidad, de los decenas de contratos acumulados (los que tienen suerte) donde lo que comenzó justificándose en un momento de fuerte crisis se hizo recaer sobre los jóvenes. Y sigue. Se me crea un malestar físico cada vez que escucho al presidente de la patronal española decir que "no es el momento" cada vez que se plantea alguna mejora de los sistemas de empleo.
Usamos
a los jóvenes para llenar esos bares que tanto queremos en vez de emplearlos,
de crear una generación mejor. Hemos asumido que los jóvenes vivirán peor que sus
padres y hasta abuelos. Lo decimos con un guiño porque viven peor porque esos
mismos bares que nos traen placer están atendidos por otros jóvenes que cobran
sueldos miserables, de economía sumergida en muchos casos, con jornadas
brutales, sin descansos, por las que deben además dar las gracias. Se queja el
sector de la hostelería de que no consigue que vuelvan a atender las barras y
mesas. Muchos prefieren ser explotados de otra manera.
La
noticia de RTVE no es la única que salta a la actualidad sobre la salud mental
infantil. Pero voy más allá. La salud mental ya no admite estas divisiones. Las
personas no están divididas para nuestra comodidad. Son personas. No son solo
una tarea hasta que llegan a un límite de edad, como denunciaba hace unos días
en los medios una persona que se sentía absolutamente derrotada al comprobar
que solo podía ocuparse de las personas hasta los 18 años, más allá de los
cuales si se matan o no deja de ser su responsabilidad. Estas son nuestras
hipocresías, nuestras mentiras sociales en una sociedad que no crea fuerza sino
que se deshace de los más débiles de cualquier edad mediante la desatención o
la indiferencia. Es lo que se escondía detrás de muchas muertes en las
residencias de ancianos, un mero negocio para muchos sectores, incluidos los
que se dedican a llevarlos de turismo de un lado a otro y que les da igual su
salud.
Me explico
la sala vacía ese viernes de estreno. ¿Queremos vernos retratados? ¿Queremos
que se nos recuerde la deshumanización en que vivimos? Los titulares duran unas
horas; todo desaparece. Las muertes son estadísticas, como esos 61 menores
muertos por suicidio en 2020, de los que nos hablan en la noticia. Habrá más, aquellas que se
tapan por temor a quedar en evidencia, por miedo al estigma.
Vendemos camisetas, sudaderas, posters, pulseras, todo tipo de artículos con las frases sacadas de Querido Evan Hunter. Hacemos negocio de ello con enorme hipocresía y ambigüedad, ¿pero qué más? ¿Qué hacemos realmente por las personas? ¿Estamos disponibles para ellas o son simplemente estadísticas, motivos de especulación?
Fallamos
y simplemente lo ignoramos. Sigan clamando por los bares, por los botellones,
por las terrazas, por la marcha... Son el ruido que tapa el grito.
* "La pandemia triplica los trastornos mentales en niños y el 3% pensó en suicidarse" RTVE 14/12/2021 https://www.rtve.es/noticias/20211214/pandemia-triplica-trastornos-mentales/2238793.shtml
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