Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Apuntamos
esta comprensión del fenómeno con Francia y los ataques personalizados en
Macron, un detalle importante en la forma de radicalización, que normalmente se
mueve con conceptos más amplios, como "Occidente", los
"cristianos", los "judíos", "Europa", etc., pero
que esta vez ha adquirido un rostro reconocible, quemable, tachable, pisable,
etc. todas ellas operaciones mediante las que se puede reunir a grandes grupos,
algo que cimenta el prestigio. El islamismo ha conseguido un objeto primario,
las llamadas "las caricaturas de Mahoma", que actúa como
justificante, como objeto "tabú" y transgresión inicial, y otros
secundarios, que van de los conceptos generales a rostros concretos, como el
del profesor asesinado, Samuel Paty, o el del presidente de Francia, Emmanuel
Macron. Esta oscilación entre lo concreto y lo genérico es usada
convenientemente para el entrenamiento del odio, que es lo que se busca en
última instancia, establecer una barrera preventiva ante la creciente
influencia occidental por la globalización.
Los
Hermanos Musulmanes fueron una reacción frente a los británicos en Egipto, como
lo fue la creación de la línea wahabita en Arabia Saudí. A la distinción
teórica entre "creyentes" y "no creyentes", se le
superponen otro tipo de enfrentamientos y distinciones cuya función es
precisamente la delimitación del grupo, el agrupamiento frente a la expansión
occidental, en estos tiempos, a través de fenómenos como la globalización o,
incluso, el turismo, víctima habitual, como sabemos en países como Egipto o
Túnez.
El odio
es un gran canalizador de energía y la frustración por las evidentes
diferencias entre el desarrollo de los que se creen elegidos y guiados por Dios
y los que han apostado por fórmulas laicas, como ocurre en Occidente, crean un
problema que solo les es posible asimilar desde una demonización del otro.
La auto percepción virtuosa del mundo islámico tiene una doble necesidad: considerar a los radicales como "no representativos", por un lado, y, a la vez, intentar, mediante las protestas y ataques institucionales no ser acusados de "occidentalismo". Los problemas que esto plantea son múltiples, pues el riesgo es la marginación de la comunidad internacional, un riesgo que en un mundo interconectado informativa y económicamente es impensable.
Los
ejemplos de estos son muchos. Señalamos ya el de Recep Tayyip Erdogan, el
presidente turco, empeñado en jugar con todas las barajas. Desde que Erdogan
percibió con claridad, precisamente por la fuerte oposición francesa por boca
de algunos de sus más prestigiosos líderes, de que no podría formar parte de la
Unión Europea, convirtió su liderazgo es islamista, lo que le ha servido para
conseguir cambiar el país, que se había mantenido por encima de lo religioso
institucionalmente. Erdogan desmanteló la parte laica y opositora de su partido
e ideología islamista y decidió ganar la voluntad de los turcos despertando en
ellos la idea de la resurrección del imperio otomano y el enfrentamiento con
Occidente, que ha llevado hasta el corazón alemán de Europa, donde han tenido
que frenarle los pies. No es casual que los ataques a Occidente, a Francia y a
Macron hayan venido de quien se ve a sí mismo y, sobre todo, quiere que le vean
como un líder espiritual islámico, como un guía que cumple los designios y se
ajusta a los mandatos divinos.
Al
competir con su rival Erdogan, en Egipto se ven obligados a la condena y a
preconizar su visión islámica ante los ojos del mundo, jugando al liderazgo. Al-Sisi
necesita más mano izquierda pues a sus lazos de dependencia militar de los
Estados Unidos y económica de Arabia Saudí se le junta el problema del
islamismo interior, el desarrollado principalmente por los Hermanos Musulmanes,
a los que sacó del gobierno mediante el "no-coup", que los mandó a la
cárcel, al exilio o a la muerte. Al exilio fueron preferentemente a la Turquía
de Erdogan y a Qatar, con quien mantiene una dura pugna, pues además de tener
apoyos externos fuertes, posee la cadena Al-Jazeera, motivo de disputa y a la
que exigieron cerrar diversos países aliados, como Arabia Saudí, Egipto y
Jordania. Entra aquí no solo la cuestión religiosa, sino la propagandística que
dan los medios. La cadena qatarí es el principal foco de tensión precisamente
porque viola el pacto (ya hemos hablado de esto en ocasiones) existente entre
varios países de no acoger a los disidentes. El asesinato del periodista
disidente Jamal Khashoggi, ordenado por las autoridades saudíes, ocurrido
precisamente en Turquía, donde residía, nos sirve de ejemplo de estas luchas
internas.
El
control social se realiza mediante la religión; es un control religioso que,
como en Egipto, se realiza desde la prédica de las mequitas oficiales, con
sermones de los viernes aprobados por el ministerio pertinente. Desde allí, por
ejemplo, se condenan las huelgas de funcionarios como anti islámicas y se tratan
de establecer variables "moderadas" del discurso religioso, algo que
al-Sisi pide cada cierto tiempo y que los clérigos de la Universidad de
Al-Azhar no acaban de darle.
El recurso
permanente a las caricaturas de Mahoma como forma de soliviantar a la gente y
crear una barrera intelectual por un lado, pero a la vez, crear lazos fuertes
de odio, es decir, negativos, muestran el juego desarrollado y las terribles
consecuencias.
El
terrorismo da prestigio a quien lo ve de esta manera. No es casual que estos últimos atentados sean realizados por gente muy joven (18 y 21) o todavía menores, como
fueron los últimos en España. La acción no se produce generalmente entre los
más viejos, sino entre los jóvenes, en general de baja autoestima, pequeños
delincuentes, dados al alcohol, a las drogas y al juego. La función de los
"viejos" es precisamente la de seducir a los jóvenes, enseñarles el
verdadero camino a la gloria, algo que les devolverá el orgullo ante su familia
y ante la comunidad, que losa califica de mártires, muertos por hacer justica.
Para
que eso funcione, son necesarias esas manifestaciones, condenas masivas, etc.
que hace que los gobernantes ganen prestigio y no lo pierdan por las críticas
al ser acusados de tibios, de malos creyentes, etc. En este contexto, todo lo
malo que ocurra será, como ocurrió con las derrotas de Nasser, fruto de su
falta de piedad.
Las
condenas oficiales, las manifestaciones masivas en las calles y el asesinato
terrorista forman un continuo complejo y dinámico, en el que el calentamiento
de las masas, como hace Erdogan, acaba teniendo sus frutos en los actos
terroristas. Las condenas de los atentados adquieren un tono retórico, con el
que pretenden satisfacer tanto a los del exterior como a los del interior. Se
reivindican así, tras encender las mechas, como pacifistas, como caras amables
de una sociedad a la que, entre unos y otros —gobiernos, opositores, grupos
islamistas, etc.— están soliviantando de forma permanente.
Los
intentos de silenciar a Europa o, sencillamente, dictar la forma de vida o
pensamiento de los demás, no van a tener respaldo. Pero no creo que sea eso lo
que realmente se busca. Más bien se trata de escenificar una indignación, que
no puedan ser acusados de inactivos ante lo que ellos mismos consideran como
"ataques", pero cuya intención es muy otra.
Los
grupos islamistas necesitan esos enemigos, esos rostros u objetos, de Paty y
Macron, de las caricaturas. Lo necesitan para extender su discurso y ponerse al
frente de las protestas; lo necesitan para erosionar al poder, allí donde son
marginados, si no cumplen al denunciar los agravios. Los límites del poder son
muchos, pero los del terrorismo no. Lo que comienza en palabras no tarda mucho
en encontrar un brazo ejecutor que busca ese prestigio de pasar de la nada al
orgullo familiar y ante la comunidad. De la nada al respeto social al mártir, tal como
saben que muchos los considerarán. En medio, una manipulación infinita, luchas
de poder y prestigio. Un camino de enfrentamientos, de dolor y muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.