Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Se están
escenificando en estos momentos los últimos actos previos a la votación de la
moción de censura contra el gobierno del Partido Popular. No es una sorpresa,
sino el fin previsto a una mala gestión de una línea que se tenía que haber
resuelto hace mucho tiempo para evitar llegar a esta situación. Una moción de
censura no es algo que se limite a mero juego parlamentario, no es una simple
ejecución de una aritmética. Es mucho más.
Se da
en un espacio, el parlamentario, pero también en un tiempo, el momento
histórico en el que se presenta. El gobierno y su cabeza han incurrido en una
serie de errores garrafales desde hace años, desde que la corrupción saltó al
escenario de las principales preocupaciones ciudadanas. Desde hace años
repetimos que la incapacidad de encontrar una solución política a lo que era un
caso político en todos los ámbitos tenía unos efectos perniciosos sobre la vida
política haciéndola girar sobre el entrecruzamiento con otras líneas más
complejas.
Mientras
haya mayorías absolutas, se viven periodos de tranquilidad en los banquillos de
autonomías o en los del parlamento nacional. Actúan como defensa frente a los
reproches. En el caso de la debilidad por el reparto de votos en las elecciones
últimas, solo era cuestión de tiempo.
La
lógica es implacable: si no se resuelven los problemas, se pierden votos; si se
pierden votos, los problemas te devoran. No es otra cosa lo que le ha pasado a
un ciego Partido Popular. La ceguera es un terrible mal político. Lleva a
estrategias erróneas, a escoger mal el remedio para los problemas, que se
acumulan.
Y el
remedio del Partido Popular, aquella estrategia, del "cómo van a votar juntos
X y Z" o de "cómo le van perdonar sus votantes que se apoye en Z"
ha dejado de funcionar. Hoy han votado sin pudor o sin escrúpulos los que
pareciera que no lo harían juntos nunca.
Eso es
lo que abre la segunda parte de la cuestión: los costes o resultados de todo
esto. Para el partido que sale del gobierno por la puerta infame de la censura,
ningún momento es bueno. Pero eso no significa que esto no tenga costes para
todos. Una moción de censura puede llevarte al poder, pero no significa más que
un fracaso del sistema en su conjunto. Por más que sea constitucional es una
forma que implica la incapacidad de resolver una crisis.
La
unión de los votos necesarios plantea a muchos las hipotecas de futuro ante una
situación del país sometida al desafío secesionista entre otros retos. Si la
estrategia señalada anteriormente, "cómo va a votar juntos", ha
fallado al Partido Popular, muchos se preguntan por lo solícito del
nacionalismo para aportar su granito de arena a la caída de Mariano Rajoy.
Es
interesante ver en los diarios de hoy cierta coincidencia en ver esta moción de
censura como un desastre inoportuno y fatalista. Inoportuno porque crea de desunión
en un momento de necesidad de unidad y fatalista porque Mariano Rajoy se lo ha
ganado a pulso arrastrando hacia los que ya no podían dejar pasar ni la ocasión
ni el compromiso.
Es
difícil encontrar otro político como Mariano Rajoy, al que aquí hemos
calificado como "tautológico". La situación se agravaba con una
primera línea de defensa que nunca ha buscado construir sino destruir los ataques
a la inacción tautológica de su presidente. Eso dejó de funcionar cuando se
puso la sentencia sobre la mesa y el momento en que hablaron los jueces dejó absurdas
las excusas.
Las
críticas desde fuera del parlamento no van solo a un presidente ausente de la
sala en la que se está hablando de su futuro y del futuro del país y, de hecho,
del futuro el partido que preside. Van a todos, a cada uno en su papel.
Los dos
grandes partidos de la transición española son víctimas de la ceguera, no han
entendido que la pérdida de sus votos, que el surgimiento de grupos políticos a
su sombra que les desbordaban, se producía por su incapacidad de resolver sus
problemas sin que tuvieran que intervenir los jueces. La lentitud de los casos,
la aparición de "nuevos viejos casos" (la detención de Zaplana), etc.
han convertido el acto de gobernar en un calvario y el de ser oposición en un
combate de artes marciales.
Poca
política queda... o quizá toda, ya que no es fácil considerar política lo que
llevamos un tiempo viendo. No se puede estar mucho tiempo tirando del hilo se que
se rompa. Y se ha roto.
Leer y
escuchar a los comentaristas sobre lo que se está escenificando es interesante
y no dejan de sorprender la contundencia de los reproches a unos y a otros.
Escribe Javier Ayuso en El País:
Los socialistas han recuperado en apenas diez
días todo lo que habían perdido en los últimos años: han retomado la iniciativa
para manejar la agenda política en nuestro país. Ha sido una buena operación de
Pedro Sánchez cuando las encuestas le situaban en una clara posición de
debilidad. Un movimiento muy positivo, no solo para el PSOE, sino para los
intereses generales de los españoles que han visto cómo se pone fin a un
gobierno manchado por la corrupción.
Hasta ahí, todo bien. Sin embargo, no está
tan claro que un gobierno débil sometido a los vaivenes de unos socios
peligrosos (Podemos, ERC, PdCat, PNV, Bildu...), vaya a contribuir a
estabilizar o regenerar nada. ¿No hubiera sido mejor negociar una fecha para
convocar elecciones generales, más pronto que tarde, para que sean los
españoles los que decidan quién quiere que lidere el proceso de estabilización
y regeneración institucional?
Llevamos dos años empantanados en una
legislatura que no ha sido capaz de sacar adelante leyes (salvo los
presupuestos, salvados a golpe de talonario), ni solucionar los graves
problemas que tiene España; sobre todo, el de Cataluña, cuya gestión ha sido
nefasta. Es la hora de que voten los ciudadanos y sienten las bases de un nuevo
gobierno capaz de hacer esa política de diálogo y de consenso que anunció ayer
Sánchez.
El problema es que todos los partidos, sin
excepción, están poniendo sus intereses particulares por encima de los
generales. Y tan poco deseable es mantener un gobierno sin credibilidad ni
legitimidad como el del PP, como prolongar por mucho tiempo un ejecutivo débil
que solo pueda navegar al pairo queriendo contentar a todos los socios que le
han permitido llegar a La Moncloa. Pedro Sánchez tiene ante sí la enorme
responsabilidad de hacer compatibles sus intereses partidistas con los de los
españoles.*
El
gobierno de Sánchez se percibe como un despropósito por la heterogeneidad y lo
efímero de sus apoyos ante cualquier decisión. En realidad no es una moción por
el caso Gürtel, sino la ocasión del nacionalismo y los populistas de
desprenderse del Partido Popular. Como tendrá ocasión de comprobar pronto
Sánchez no tienen nada que celebrar. El acuerdo es válido para destruir, por
razones diferentes, pero de imposible coincidencia de futuro, salvo que Sánchez
enloquezca o los nacionalistas y populistas vayan a Lourdes. El objetivo pues
—determinado por la aritmética— no es construir
sino destruir, acabar con una
situación que ha sido imposible sostener. La responsabilidad es de Mariano
Rajoy, sin duda.
No se
puede separar el partido del gobierno ni el pasado del presente. No se puede. Eso
todo el mundo lo tiene claro y se ha traducido en la pérdida de apoyos en las
urnas.
Mientras
el sistema casi bipartidista funcionó,
los votantes estaban obligados a tragarse muchos sapos de sus partidos. La
separación clara de dos opciones ideológicas (más los nacionalistas de distinto
pelaje) impedía que se perdieran muchos votos. Era el sí o sí porque el cambio ideológico
no era posible so pena de una esquizofrenia electoral. Eso ha cambiado con la
aparición de alternativas. Es ya posible penalizar a unos votando a otros sin
alejarse demasiado de la ideología general del votante. El Partido Popular ha
sido castigado —como lo fue el PSOE por Podemos— por los votos a Ciudadanos. Las
nuevas formaciones han surgido del descontento, han crecido con la frustración
de los "viejos partidos". Es lo que ocurre cuando no se resuelven los
problemas acumulados ni se saca la basura de la alfombra.
Los
únicos que van a celebrar esta moción son aquellos que ven en un gobierno
estable el freno a sus pretensiones, los secesionistas y los presuntos
antisistema. No deja de ser sorprendente que lo primero que ha pedido Sánchez
sea "lealtad" al Partido Popular y a Ciudadanos. Pero es otra línea
del guión improvisado de esta comedia llena de gags trágicos.
Rafael
Latorre escribe en El Mundo:
El drama del candidato Sánchez está escrito
en la Constitución. La moción de censura tiene un carácter constructivo, como
repetían los tertulianos en la víspera como cacatúas. Si consistiera en demoler
todo habría sido más fácil porque Sánchez sólo habría tenido que desgranar los
despropósitos del PP y no habría tenido que eludir la pregunta letal de si
podía garantizar que lo que viene es mejor para España que lo que su moción
dejará atrás.**
Evidentemente
la respuesta es no, no hay garantías. Esto no es una cuestión maniquea ni una
película de superhéroes. Es más bien un hecho histórico negativo pues implica
el fracaso de los mecanismos ordinarios y la llegada de los extraordinarios. El
máximo responsable es aquel cuya cabeza se pedía y que encerrado en sus
tautologías no ha sabido dar respuestas a lo que era un clamor social: la lucha
contra la corrupción en hecho y gestos. La política de que hablen los jueces es válida hasta que los jueces hablan. Tampoco ha
funcionado el listado de éxitos en otros campos ni el de apelación a la
historia señalando que el PSOE estropea y el PP arregla. Todo eso se ha acabado
ya.
En este
momento, la cámara está en pie aplaudiéndolo. Es el primer presidente, como
señala el comentarista, que accede por la vía de la moción de censura, incluso
el primer presidente que no es diputado. Unos se abrazan, otros circunspectos.
Los que se abrazan lo hacen porque han obtenido un presidente; otros simplemente
porque ya no está Rajoy.
Rajoy
sale por la puerta chica; Sánchez entra por ella para llegar al gobierno. No
hay mucho que celebrar. Rajoy no dice nada, como tantas veces.
Se abre
ahora la lucha interna en cada partido. En el PP, buscando líder que les saque
de la ignominia de la moción de censura; en el PSOE, entre aquellos que
consideran a Sánchez un peligroso irresponsable. En Podemos apuestan por el
2020 para testarse con el PSOE. Los más felices, por partida doble, los
secesionistas; han contribuido a hacer caer un gobierno y tienen en su mano
presionar a uno más débil al que han votado. No tienen nada que perder, mucho
que ganar una vez sentado el precedente.
Habrá
quien duerma feliz, habrá quien lo haga preocupado y otros finalmente muy enfadados. Eso es lo
bueno de la democracia. Puedes elegir tu estado de ánimo. Es una experiencia nueva en nuestra democracia y cuando pasen aplausos, besos y lágrimas deberían reflexionar sobre cómo hemos llegado hasta aquí.
*
"Ni un Gobierno ni otro es deseable" El País 1/06/2018
https://elpais.com/elpais/2018/05/31/opinion/1527782734_315207.html
**
"Pedro Sánchez, un presidente muy a su pesar" El Mundo 1/06/2018
http://www.elmundo.es/espana/2018/05/31/5b104cf2468aeb28128b45e0.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.