Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
De
todos los errores que se le pueden reprochar a Grecia, solo hay uno del que es
exclusivamente responsable, sin excusas ni atenuantes: la muerte del joven
iraquí asesinado en Atenas el domingo pasado a manos de racistas criminales
que, sin mediar palabra, lo cosieron a navajazos. No es un único caso, sino el
más grave de los múltiples ataques a personas —rumanos, marroquíes, asiáticos...—
que se han realizado por personas que llevan a la práctica el ideario neonazi
con el que sus nuevos partidos iluminan los problemas patrios. Palabras
incendiarias en los escaños y mítines; incendios y violencia en las calles.
Según informaciones de la policía, los autores del asesinato del
iraquí lo habían intentado poco antes en la misma zona con otros dos
extranjeros, un rumano y un marroquí, que lograron escapar. Pero no fue el
único suceso de tintes racistas del fin de semana. El sábado por la noche, en
Iraklio, capital de la isla de Creta, jóvenes griegos atacaron a un grupo de
paquistaníes y convirtieron el lugar en una “zona de guerra”, según la
información del diario To Vima. La
policía detuvo a un ciudadano griego, que confesó haber golpeado con una barra
de hierro a los asiáticos.
La semana pasada, también en Iraklio, cuatro
ciudadanos indios que esperaban el autobús al amanecer para dirigirse a su
trabajo fueron salvajemente golpeados por individuos desconocidos sin mediar
palabra o provocación. Los inmigrantes que viven en Creta han solicitado este
lunes protección a la ciudadanía en una carta abierta remitida a los medios de
comunicación, temerosos de la supuesta connivencia de muchos agentes con los
violentos racistas, una hipótesis que incluso maneja la Comisión de Derechos Humanos
del Consejo de Europa. Según la principal asociación de inmigrantes, en el
primer semestre del año más de 500 de ellos han sufrido agresiones xenófobas.
El ministro de Justicia y Derechos Humanos, Andonis Rupakiotis, ha alertado hoy
del “peligroso” incremento de los mismos. “La cuestión [de la inmigración] no
se soluciona por medio de una violencia inhumana”, ha dicho.*
No es el único país en el que crece el sentimiento racista, xenófobo o antirreligioso. No es necesario ser extracomunitarios, pues ya los hay de primera o segunda. Los asesinatos de Oslo y Utoya, la red de los crímenes de Alemania, las expulsiones de inmigrantes, etc. Ahora le toca a Grecia.
Es un
ejemplo de la distorsión de la idea de Europa —en la que estamos insistiendo
estos días— pensar que se trata solo de "permanecer en el euro" mientras se está matando y
acosando gente por las calles o incendiando viviendas. Eso es justamente la negación
de Europa. Por muy fuerte o muy débil que pueda ser una economía, la idea de
Europa no es su éxito económico sino su forma de responder ante los problemas desde una concepción propia pero no exclusiva.
A
diferencia de las cuestiones económicas, que acaban siendo competitivas, la idea de Europa es integradora —países que
comparten principios de convivencia— y exportable. Se trata de que sus
miembros, además de una moneda (que sería el efecto, no la causa), compartan,
respeten y fomenten una determinada visión del mundo y de las relaciones
humanas, nacionales e internacionales, en las que primen unos valores.
Puede
que Grecia se libre de sus problemas económicos —así se lo deseo— pero no se
librará de la vergüenza ni del estigma de las persecuciones que algunos de sus
ciudadanos están realizando a personas indefensas e inocentes, auténticos
chivos expiatorios. Con esa actitud Grecia —y cualquier país que la imite— se
quedará en el euro, sí, pero estará fuera del espíritu europeo porque lo habrá
matado en su seno.
A la crisis económica le sigue la crisis moral. Quizá incluso pueda anticiparla, pues sea la falta de principios morales lo que nos hace caer en el abismo de las especulaciones, la desigualdad y la corrupción que van configurando nuestros estados de riqueza sin valores o transformados en retórica vacía.
A la crisis económica le sigue la crisis moral. Quizá incluso pueda anticiparla, pues sea la falta de principios morales lo que nos hace caer en el abismo de las especulaciones, la desigualdad y la corrupción que van configurando nuestros estados de riqueza sin valores o transformados en retórica vacía.
Por eso
es importante distinguir, por un lado, pero también analizar los vínculos entre
las crisis económicas y las morales porque la sociedades son entidades
integrales, aunque puedan ser analizadas desde distintas perspectivas. No se
sale de las crisis económicas agrediendo personas o pisoteando derechos. Es un
gran error, entre otras muchas cosas. Las crisis pueden llevar el egoísmo y la
injusticia más lejos si producen una degeneración moral de la sociedad.
Al
viejo refrán de "pobres, pero honrados" habría que añadir el
"pobres, pero justos" que es el que da la auténtica dimensión moral.
La palabra "miseria" tiene dos direcciones, la económica y la moral.
Hay una gran diferencia entre "vivir en la miseria" y "ser un
miserable". Podemos ser una sociedad más pobre, pero no tenemos porqué ser más miserables.
En la miseria económica, en los malos tiempos,
se puede mantener una dignidad y un sentido de la justicia que nos haga
redefinir nuestras prioridades. Una crisis es una desgracia, pero es una
ocasión —como les está ocurriendo a muchos— de redefinir las prioridades y
relativizar las necesidades. Es un viaje moral de prueba.
Los
gurús económicos se pasan el día diciendo que las crisis están muy bien porque son "oportunidades" rápidas de
hacerse ricos o más ricos para los que las saben aprovechar. Frente a estos
planteamientos deleznables, las crisis sí son ocasiones de poner a prueba la
moralidad de las sociedades, que pueden reaccionar de muchas maneras, desde la
xenofobia a la solidaridad.
Decía Mark Twain que la honestidad de las personas solo se puede afirmar cuando han superado las ocasiones tentadoras. Una crisis es una tentación permanente de insolidaridad y de injusticia. Superarla no hará más fuertes porque habremos demostrado que nuestros principios son sólidos y no solo coyunturales.
Europa
pasará por un largo periodo de tentaciones de insolidaridad e injusticia. Los
países que logren cerrar sus oídos a los cantos de las sirenas de la xenofobia,
la intransigencia, el egoísmo, y el radicalismo, y apuesten por los valores
solidarios y de justicia para poder superar las crisis, saldrán fortalecidos
hacia el futuro. Se habrán forjado en las más duras circunstancias demostrando
que los principios morales que definen a Europa no son exclusivos del
continente, sino su aportación moral y política a todos los que quieran adherirse a estos
principios. Podremos ser un referente que ayude a otros, no solo países ricos. No
se trata de ser un club de adinerados con la reserva del derecho de admisión
puesta en la entrada, sino de ser ejemplo en la forma de resolver las
cuestiones problemáticas, en cómo salir de los momentos difíciles.
La
sociedad española está dando muchas muestras positivas de solidaridad más allá
de la economía. Esto define una fortaleza moral mayoritaria que no debemos perder y en la
que, por el contrario, debemos profundizar. Ha tenido que ocurrir este desastre
económico para que la sociedad española abandone su tradicional apatía por lo
público, que es una parte importante de nuestros problemas históricos, para
ponerse a reflexionar sobre sí misma, sobre lo que realmente siente y quiere.
Es un avance importante que los españoles nos empecemos a preocupar por lo
público, por lo de todos, y exijamos que se acaben las prácticas nefastas o privilegios
que salen cada día a la luz de personas e instituciones. Nos pondremos
amarillos, pero cada vez menos colorados.
Nos
dicen que conforme avanza la crisis aumentan las donaciones de ropa, llegan más
voluntarios y aumentan los bancos de alimentos. En vez de perseguir y atacar inmigrantes,
hay barrios que los han defendido de los desahucios o se organizan para ayudarles. Otros se enfrentan a los brotes xenófobos con decisión. Los partidos extremos, xenófobos y ultranacionalistas, que han crecido en algunos países de Europa no han logrado prender aquí afortunadamente. Y hay que evitarlo mostrando los valores de la convivencia y la solidaridad.
No somos ni paraíso ni un infierno. Somos una sociedad desarticulada que se va descubriendo a través de sus reacciones ante lo que considera justo o no, definiendo sus valores y ejerciendo sus derechos que, por fin, valora. Estamos madurando. Lo importante es evitar que la crisis nos lleve a extremos en los que tengamos que avergonzarnos de nosotros mismo. Hay que vigilar y evitar que puedan surgir brotes de los males que no solo no solucionan nada sino que nos hacen peores.
No somos ni paraíso ni un infierno. Somos una sociedad desarticulada que se va descubriendo a través de sus reacciones ante lo que considera justo o no, definiendo sus valores y ejerciendo sus derechos que, por fin, valora. Estamos madurando. Lo importante es evitar que la crisis nos lleve a extremos en los que tengamos que avergonzarnos de nosotros mismo. Hay que vigilar y evitar que puedan surgir brotes de los males que no solo no solucionan nada sino que nos hacen peores.
No sé
cuanto se tarda en salir de una crisis económica de este calibre, pero sí
sabemos que de las crisis morales se tarda siglos. O no se sale.
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