Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
noticia se publicó hace casi un año, el 16 de julio de 2014, pero ayer estaba
en la cima de las más leídas en The
Washington Post. Las circunstancias hacen que los acontecimientos tengan
nuevos contextos para las lecturas y esta, desde luego, lo tenía. El titular de
la noticia era escueto y muy descriptivo, "A Texas minister set himself on
fire and died to ‘inspire’ justice"*. Este era el comienzo de la historia:
One Monday in June, 79-year-old Charles Moore,
a retired United Methodist minister, drove to Grand Saline, Tex., his childhood
home town some 70 miles east of Dallas. He pulled into a strip mall parking
lot, knelt down on a small piece of foam and doused himself with gasoline.
Then, witnesses said, he set himself on fire.
Bystanders rushed to help, splashing him with
bottled water and beating the blaze with shirts. Finally, someone found a fire
extinguisher. Unconscious, he was flown to Parkland Hospital in Dallas, where
JFK died. Moore died that night, June 23.
Moore’s death seemed a mystery. He put a note
on his car and left behind letters explaining his act, said a former colleague
and relative by marriage, the Rev. Bill Renfro, but his writings were not
released for nearly a week. His thoughts are now becoming public.*
El
sentido de lo inexplicable para todos aquellos que habían asistido a aquel acto
meticuloso de suicidio público se manifestaba entonces gracias a la salida a la
luz de las cartas y notas dejadas por el reverendo Charles Moore. Se permitía
así, mediante la publicidad del hecho, dar sentido a una muerte reivindicativa
que el silencio anulaba convirtiéndolo en un acto absurdo.
Charles
Moore había decidido poner fin a su vida como una denuncia, una más en su lucha
de toda una vida:
The Tyler Morning
Telegraph obtained
a copy of the suicide note from Grand Saline police. In it, Moore lamented past
racism in Grand Saline and beyond. He called on the community to repent and
said he was “giving my body to be burned, with love in my heart” for those who
were lynched in his home town as well as for those who did the lynching, hoping
to address lingering racism.
In his letters, obtained by The Washington Post, he called his death
an act of protest. He said he felt that after a lifetime of fighting for social
justice, he needed to do more.
“I would much prefer to go on living and enjoy
my beloved wife and grandchildren and others,” he wrote, “but I have come to
believe that only my self-immolation will get the attention of anybody and
perhaps inspire some to higher service.”
Those who knew him call it a tragedy.*
Puede que el reverendo Moore hubiera sentido que su
sacrificio "con amor en el corazón" había sido inútil tras la matanza
racista de la iglesia de Charleston de hace unos días. Puede que se hubiera
vuelto a avergonzar de ese crimen horrendo sobre inocentes cuyo único delito
era ser negros y estudiar la Biblia en aquella iglesia. No, el asesino no se
sintió inspirado por el acto del reverendo Moore.
Había elegido su hogar de la infancia, Grand Saline, para
quemarse porque conocía bien lo que llamaba un territorio del Ku-Klux-Klan.
Aquel pueblo tenía un largo historial de intransigencia y horror practicado
contra los negros: quemas, ahorcamientos y decapitaciones. Moore quería que su
muerte llevara la conciencia de la culpa a todos, provocar un arrepentimiento
con su acción de sacrificio suicida.
El Texas Monthly dedicaba
a Charles Moore un reportaje recogiendo sus momentos de luchas desde que se dio
cuenta de cómo era el mundo en el que estaba creciendo, su llamada a la
vocación religiosa y el sentido que le dio a esta:
It was the fifties, however—a time when African
Americans received very little love from small East Texas congregations, let
alone status as neighbors. Growing up, Charles had seen the sign out on U.S. 80
that read, “N—er, don’t let the sun go down on you in Grand Saline,” and he had
heard stories of blacks who were assaulted and terrorized; an old white man in
town known as Uncle Billy had once buttonholed him and some friends and told
them how Grand Saline’s Pole-town neighborhood got its name: black men and
women had been hanged from a lynching pole there. Nevertheless, the civil
rights era was dawning, and protests and boycotts of segregated classrooms,
buses, and restaurants had begun around the country. In May 1954 the Supreme
Court ordered the integration of schools with its decision in Brown v. Board of
Education. Appalled by the prejudice he saw around him, that summer Charles
stated from the pulpit in Starrville that he agreed with the Supreme Court.
His words did not go unnoticed. One of the
church’s trustees invited Charles to his house. “Would you ever have a n—er in
your home to eat with you?” he asked Charles. When Charles said yes, the
trustee angrily ordered him off his property. Around that same time, preaching
at First Methodist in Grand Saline, Charles also managed to infuriate his home
church. “In a sermon, he attacked the prejudice in the community,” recalled his
childhood friend Vickery. “He encouraged the congregation to accept everyone as
God’s children. He hurt some feelings with that message, stunned a lot of
people. He was told not to come back.”**
Pero a veces los creyentes no quieren tener al mismo Dios
por padre y lo retuercen hasta que se ajusta a sus deseos y fobias. Moore se
pasó la vida demostrando que cualquier persona era digna de ser invitada a su
mesa, daba igual cuál fuera el color de su piel. Pero la vida hace a algunas
personas muy exigentes consigo mismas. Allí donde otros apenas se sienten
responsables, unos consideran —como el reverendo Charles Moore— que nunca se
hace suficiente, que no se han implicado lo bastante como para corregir las
lacras que el mundo mantiene.
Recogían sus palabras de pesar en The Washington Post:
“I will soon be eighty years old, and my heart
is broken over this,” he wrote. “America (and Grand Saline prominently) have
never really repented for the atrocities of slavery and its aftermath. What my
hometown needs to do is open its heart and its doors to black people, as a sign
of the rejection of past sins. … So, at this late date, I have decided to join
them by giving my body to be burned, with love in my heart not only for them
but also for the perpetrators of such horror.”
Angi McPherson, who witnessed the self-immolation,
told the Telegraph she has lived in the town all of her life and she knew there
was still a racial divide.
“It’s not as big as it used to be, but it is
here. It is everywhere,” she told the newspaper.
The town’s police chief, Larry Compton, told
the Telegraph that the preacher’s death disturbed him in many ways.
Grand Saline “might have been that way in the
1930s, ’40s and ’50s like a lot of places, but today we are a community of
different ethnicities and racial makeups.”
Moore, of Allen, Tex., had a degree from
Southern Methodist University and from the Perkins School of Theology at SMU.
He served as a minister for half a century. When he retired, he received awards
from Parents and Friends of Lesbians and Gays, and the Texas Coalition to
Abolish the Death Penalty, according to a biography provided by his family.*
Quiero pensar que la recuperación de esta noticia hasta
llevarla a ser la más leída en The
Washington Post es un acto de reconocimiento del revendo Moore, un homenaje
tardío en un día que se ha celebrado como una victoria de los derechos civiles,
tras el reconocimiento del matrimonio homosexual en los Estados Unidos.
Moore vivió el drama del racismo de forma directa, pero
abrazó todas las causas que consideró que liberaban de la intransigencia. Fue
un activista pacifista y, como se señala en el final de la información, tuvo el
reconocimiento de las asociaciones de familiares de homosexuales, a los que
tampoco estigmatizó y, por el contrario, ofreció su apoyo en su lucha. En los
setenta, Moore lucho contra las injusticias de la guerra de Vietnam; en los
noventa apoyó los movimientos de derechos de gays y lesbianas. Se manifestó
contra la pena de muerte e hizo periodos de huelga de hambre. No dejó causa sin
cubrir, pero siempre pensó que no se hacía suficiente.
La decisión de su suicidio, coinciden diversas fuentes, fue
por esa responsabilidad que sentía por no
hacer bastante, pensaba. Tras una vida dedicada a las causas que le
llevaban a enfrentarse a su propia comunidad, Moore acogió la jubilación como
un acto final, una inmolación que llamara la atención del mundo. Dejó cartas y
notas, artículos sobre los monjes budistas que se habían quemado vivos como un
sacrificio para reclamar la atención del mundo.
No es fácil encontrar hoy personas con ese nivel de
autoexigencia. Probablemente otros se hubieran dado por satisfechos con una
vida dedicada a la lucha y hubieran dedicado su retiro al descanso. Pero Moore
era una de esas personas que piensan que mientras no se retiren los problemas
de la faz de la tierra, ellos tampoco.
Moore eligió quemarse en el pueblo de la infancia para hacer
que este pidiera públicamente perdón por el daño causado durante décadas de
persecuciones e intolerancia. Puede que Grand Saline haya cambiado algo, como señaló
el afectado jefe de policía, o puede que no haya sentido nada al respecto. Pero
el hecho de que la historia de Moore, pasado el año, haya resultado interesante
para tanta gente, sí permite ver que hay personas que entendieron su gesto
extremo aunque no compartan muchas el método. Algunos no han querido que se le considere un mártir; otros se niegan a a verle como un loco. Quizá todo esté mezclado y debamos centrarnos en las causas de que alguien bueno acaba entre las llamas.
Moore señaló que había elegido su muerte como había elegido
su vida. Uno de sus conocidos escribió al final de l artículo del Texas Monthly que su muerte fue un
choque, pero no una sorpresa; se fue como había vivido.
* "A
Texas minister set himself on fire and died to ‘inspire’ justice"
16/07/2014 http://www.washingtonpost.com/news/morning-mix/wp/2014/07/16/79-year-old-retired-reverend-set-himself-on-fire-to-inspire-social-justice/?tid=pm_pop_b
* "Man
on Fire" Texas Monthly 12/2014
http://www.texasmonthly.com/story/story-of-reverend-charles-moore
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