Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Estamos
rodeados de información. Somos el blanco de miles de fuentes que nos llegan
cada día — nos gusten o no, las pidamos o no— a nuestros teléfonos. Los medios
nos dan cuenta de una "realidad" muy "redirigida" hacia
focos muchas veces intrascendentes, pero que afectan a su economía, Todo esto
ha desarrollado una serie de teorías explicativas que se encuadran en la
llamada "economía de la atención", en la que nuestra atención es el
objetivo; buscan atraer y mantener nuestra mirada en un espacio altamente
competitivo. Quien logra retenernos, gana. Es así de simple. Con este objetivo
se ha desarrollado docenas de técnicas y estrategias, fundamentadas en la
psicología y en la sociología.
En
mitad de esta hiperinflación informativa surge la queja común de que nadie está
informado. Es la respuesta que se obtiene cuando se suspenden vuelos o trenes,
cuando ocurre algo inesperado. Podemos obtener información más fácilmente sobre
la ruptura de un torero o futbolista, el noviazgo de una deportista, o
cualquier otro tipo de información banal hacia la que se nos empuja para
obtener nuestros "clics", ni siquiera "likes".
Se
juega con nuestra atención y, por ello, con nuestros criterios de lo que es
relevante y aquello que no lo es. Hemos perdido (nos han hecho perder) nuestro
sentido de lo valioso, de lo realmente relevante en cada momento. No hay una
cultura de la relevancia informativa. ¿Cuántas veces se ha encontrado con que
al buscar algo, otra noticia se interponía entre usted y lo que buscaba, que
algo ha surgido y se ha ido tras ello?
El
mundo de la información es una jungla competitiva en la que usted, yo, somos
las piezas en manos de los depredadores. Cuente con cuántas personas se cruza
con el teléfono en la mano y a las que tiene que esquivar; cuente cuántas personas
llevan sus teléfonos en la mano en el transporte público o aprovechan las
paradas de sus coches en los semáforos; cuente cuántas personas terminan una
llamada y comienzan otra... ¡cuente...!
Las
informaciones urgentes, las verdaderamente necesarias en caso de emergencias,
quedan bloqueadas en nuestros teléfonos, en donde se agolpan todo tipo de aplicaciones
innecesarias. Muchas veces ni tan siquiera las tenemos instaladas. Sin embargo,
son decenas las que vienen de fábrica en nuestros dispositivos.
Por
parte de las administraciones, sensibles a las políticas e intereses de los
gigantes de las comunicaciones, no hay un interés excesivo en mantener unos
servicios de alarmas, de registros de casos y atención a los interesados, que
llaman y no reciben respuestas. Hoy los bots pueden hacer llamadas de
desinformación automáticas, pero parece ser que no cuentan para responder
llamadas a los avisos de emergencia, registrar casos, etc. Es cierto que un
caso de estas dimensiones no es frecuente, pero también lo es que los expertos
nos previenen de que habrá más y quizá peores. Hoy mismo se nos avisa de zonas
en las que habrá de nuevo lluvias torrenciales.
Cuando
se producen casos como este es fundamental que las personas reciban
instrucciones claras y sencillas de lo que deben hacer. Deben existir
protocolos. Pero el miedo a interferir en otros procesos económicos (como los
intereses turísticos, por ejemplo) hace que todo nos llegue tarde. Nadie quiere
ser responsable de haber arruinado un fin de semana con un festivo, como el 1 de
noviembre, Halloween. Quizá de haber sido otro fin de semana sin tantas
expectativas, el resultado habría sido otro. Es pura especulación, pero no es
la primera vez que se adelantan o cierran medidas por temor a un fin de semana
festivo. Es la maldición turística. Ahora, en cambio, nadie quiere ser acusado
de "no actuar a tiempo" y las medidas se aceleran y agolpan. Se ha
tenido que restringir el paso de voluntarios a las zonas más afectadas por
temor a la acumulación ineficaz de personas que puedan llegar a interferir.
Es
fundamental una mejor gestión de la información y una mayor información sobre
la información, valga la redundancia. Creo que esto, a la vista de lo ocurrido,
es esencial. No podemos seguir escuchando esto de "no tenemos información",
"no obtenemos respuesta" o "no sabemos dónde acudir". Esto
esencialmente depende de las administraciones, pero también de los usuarios,
que son los más interesados en obtener la información clave.
Para
que esto funciones, hay que tener planes prefigurados que se acerquen a los
posibles y previsibles resultados de las distintas catástrofes naturales, de
terremotos a inundaciones brutales como las ocurridas con la DANA. Existen
múltiples formas de hacer esto, empezando por las "simulaciones", que
pueden darnos cierta idea de lo que puede ocurrir partiendo de lo fijo
(terreno, construcciones...) e incorporando
lo variable (la intensidad de los fenómenos). El hecho de que se haya informado
de los riesgos de esto desde distintos ámbitos sin que se haya hecho nada al
respecto es muy significativo de la forma en que pensamos en los fenómenos.
El
miedo a ser responsable político de algo que puede producirse de manera
distinta a las previsiones causando daños a la "economía" queda bien
ejemplificado en la negativa de muchas empresas a liberar a sus trabajadores
ante los avisos de desastre. Hasta que no lo tuvieron encima no intentaron que
sus trabajadores pudieran ponerse a salvo o reunirse con sus familias. De esto
se han quejado los sindicatos con razón. Las empresas no iban a "perder
dinero". Como decía una camarera a RTVE: "Nos hemos jugado el pellejo
por vender cuatro menús", ha señalado en el Canal 24 Horas de TVE. Según
ha explicado, su supervisor "no les dejó" irse a casa porque
"no lo veían suficientemente grave". "Hasta que llegó la alerta
al móvil, pero ya era tarde", ha lamentado."*
Esto es
más que una anécdota. Es una forma de ver los acontecimientos, de desconfiar en
la información dada y de confianza interesada en la suerte; es una forma de
recelo que implica que no basta con tener acceso a la información. Hay que
creerla y seguirla.
Hace
falta un cambio en la cultura informativa, un nuevo entender de su valor y
eficacia. Esto se debe enseñar en las escuelas, en los ayuntamientos, que la
gente crea y siga las instrucciones, algo que no ocurrirá si está información
llega a destiempo.
Los
interesados en sabotear la información —sabemos que los hay— intentarán que
esta no se crea, intentarán que no se siga. Las cifras de muertes siguen
creciendo. Lo seguirán haciendo por carecer de esa información y de planes para
ejecutarla. Planes e información tienen que ir más allá de algo que escuchamos
"precaución". ¿Qué es eso? ¿Qué significa en un país como el nuestro, con nuestras malas costumbres?
Son ya
más de 210 muertos localizados. Lo que nos espera en estos días es un recuento
de muertes que se hace angustioso ante los cientos de desaparecidos. Hay que
organizar planes, hay que tener buena información, accesible, constante... y el
hábito de consultarla, de valorarla. No basta con ese "precaución" que parece dejar
todo en manos de las víctimas.
La posibilidad de un desastre de la misma o superior magnitud hace que debamos recapitular sobre lo hecho. Esta "post eficacia" sirve de muy poco. Hay que prepararse para que estos efectos no se vuelvan a producir. Puede que no podamos impedir la lluvia, pero sí controlar los daños. La información es esencial en esto. Pero está claro que muchas cosas han fallado en este terreno.
*
"Atrapados tras ser obligados a trabajar pese a la DANA: "Nos hemos
jugado el pellejo por vender cuatro menús"" RTVE.es 30/10/2024
https://www.rtve.es/noticias/20241030/cc-oo-denuncia-empresas-obligaran-a-ir-a-trabajar-con-aviso-dana/16309830.shtml
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