Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
forma de zanjar las crisis dice mucho sobre las crisis mismas. La chapuza de
los datos erróneos dados a los fabricantes cuyo resultado eran trenes que no
cabrían por los túneles tenía que estar a la altura. La solución es cortar las cabezas
de dos responsables más y trenes gratis hasta 2026, fecha en que llegarán los
trenes con las medidas ajustadas a la realidad de los túneles. Así, la chapuza
se controla mediática y políticamente. ¿Trenes gratis durante tres años?
Los usuarios dejan de protestar y la deuda sigue subiendo. Pero por algún lado
tendrán que ingresar, a menos que nos concedan el premio Nobel de Economía por
encontrar la empresa que se alimenta del aire, que por muy limpio que esté, no
produce las calorías económicas suficiente. Lo gratis lo pagamos todos, aunque
lo disfruten unos pocos.
La
chapuza se va instalando cada vez más como una realidad tangible, próxima,
cotidiana. Se centra en elementos muy variables, desde los jurídicos, con leyes
cuya aplicación consigue lo contrario de lo que pretendía, a estos trenes que
no caben. Pero a las chapuzas se le suman las negligencias, una variable
peligrosa que, como en el campo de la sanidad, causa muertes. Es raro el día en
que no tenemos noticias de chapuzas y negligencias en algún sector, que salga a
la luz algún desastre.
¿De dónde sale todo esto? Un primer factor es indudable: mucha gente no está donde debería estar o, lo que es lo mismo, está donde no debe. Los malos nombramientos son una peste contemporánea que hace que coloquemos a personas en lugares para los que no están capacitados. Pero el hambre de cargos es un mal difícil de controlar, sobre todo porque constituye una cadena de confianza, una forma de colocar personas próximas que viven a la espera de un cargo. Esa proximidad es la que se da en los partidos políticos en muchas personas que esperan su momento, el del cargo remunerado en un sector del que muchas veces desconocen casi todo.
La otra causa es también indudable: los recortes de
personal, que acumula errores por agotamiento, simultaneidad de tareas, etc.
Esto se ve igualmente en todos los sectores, donde se producen chapuzas por la
falta de la atención necesaria causada por prisas, como estamos viendo en los
errores de diagnósticos médicos, cada vez más frecuentes. ¿Son peores los
profesionales? Probablemente no, pero las condiciones en las que trabajan o los
recursos de que disponen no facilitan sus tareas. Si tienes, por ejemplo, menos
tiempo para reconocer, menos fondos para gastos y todo se hace igual en cada
proceso, los resultados no dejan de empeorar.
¿Es la gratuidad de los trenes una solución a las chapuzas? No. Es una "solución" a su coste político, para salvar las protestas y el ridículo. Pero la falta de ingresos puede significar un aumento de las probabilidades de que se produzcan problemas de diverso orden. La falta de ingresos tendrá que repercutir en algún grado sobre lo que hay hoy y el deterioro se irá produciendo porque forma parte del ciclo de vida de los materiales. Lo que no se renueva, se vuelve contra ti.
La cultura de la chapuza avanza porque la eficacia tiene un elevado coste de mantenimiento. Que las cosas funcionen, que el candidato ideal esté en su puesto, etc. tiene un coste en muchos planos. Por lo pronto, una persona responsable exige las medidas necesarias para que su servicio o sector funcione como debe. Pero la cultura de la chapuza adora a los jefes y maltrata a los subalternos, a los que azuza con la vara. De esta forma, empieza a cundir el desánimo y un pensamiento que no se siente vinculado al estado general. Las advertencias desaparecen una vez que han sido desatendidas.
Esperemos que la chapuza de los trenes que no caben no sea superada por problemas derivados de la gratuidad del servicio.
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