Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
dicho nos habla del "río revuelto" y la realidad nos impone saber
quiénes son los "pescadores" beneficiados en esta dramática situación
que vive Europa, la caída de un sueño de paz y prosperidad, un paraíso relativo ganado con la Unión
tras el desastre de la II Guerra Mundial. Hoy la próspera Europa se encuentra
rodeada de conflictos y uno ha estallado en su costado abriendo una
importante grieta.
Hace
tiempo que se vio que la mejor forma de defender Europa era evitar los
conflictos que se creaban a su alrededor, pero no ha sido fácil por dos
cuestiones, una de orden interior y otra exterior.
La de
orden interno ha sido la aparición de movimientos que atentan contra la propia
esencia de la Unión. En estas décadas se han producido un crecimiento de anti europeísmo
de distinta naturaleza. Unos, como el Brexit, han logrado seducir a un país
abandonando la Unión Europea. Ha sido una mezcla de populismo nacionalista, de
miedos acumulados y de desastrosas estrategias de sus dirigentes que jugaron
durante años con el miedo a la ruptura para conseguir más excepciones, como la
libra, pero la mala estrategia de acosar permanentemente a Europa, de mostrarla
ante sus votantes como un "mal" para así presionar en Bruselas,
acabado estallando.
Los conflictos exteriores debilitan a Europa de otra forma. Europa no es una isla, forma parte de un mega continente mayor incluso que la idea de Eurasia, ya que incluye África, desde donde se puede acceder a través de nuestro eje mediterráneo. Todos los conflictos acaban empujando hacia Europa, en algo más que una cuestión migratoria.
El éxito y paz europeos son una luz que atrae a los que no encuentran en su vida y futuro más que violencia y destrucción. El deseo de salir de la pobreza, de huir de la violencia, movilizan cada día a miles de personas que esperan la forma de entrar en el paraíso europeo que es cada vez menos paraíso. Esto acaba despertando la xenofobia, el racismo, la discriminación por las religiones y es aprovechado, además, como un arma, como una forma de presión sobre Europa. Lo vemos con las actuaciones de Marruecos, lo hemos visto en Libia, lo vemos con Turquía. Cuando se presiona a estos países, se limitan a levantar las barreras y dejar pasar a miles de personas hacia Europa, provocando conflictos internos que están en nuestra prensa y en los programas de los partidos populistas que exaltan los nacionalismos y la represión y rechazo de la inmigración.
Europa ha tratado de crear zonas que sirvan para detener este flujo constante mediante inversiones en infraestructuras en otros países, pero sirven de poco ya que muchas de ellas son aprovechadas por los autócratas que usan a los inmigrantes que les llegan de más al sur. Tampoco la violencia que viven les hace apetecible quedarse en sus países, por lo que emigrar es la única vía.
Curiosamente, estamos midiendo la situación con la vara de la pandemia. Hablamos de niveles previos a la "pandemia" en muchos sectores, pero no estamos teniendo en cuenta la otra pandemia, la guerra, con efectos a medio y largo plazo muy superiores. La ignoramos, sencillamente. Y Europa no se lo puede permitir, por más que los sectores del ocio, turismo, etc. que representan una paz que ya no existe sigan insistiendo en ello. España es especialmente vulnerable a esta ceguera interesada.
La
situación ahora, con la cruenta invasión rusa de Ucrania, que ha provocado ya
cerca de cinco millones de desplazados y decenas de miles de muertos, se complica cada día más todavía.
No es
solo la emigración, hacia la que los europeos han mostrado solidaridad por las
circunstancias. Putin presumía hoy en nuestros noticiarios de "haber
ganado la guerra relámpago de la economía". Según el dictador ruso, el
país se estabiliza económicamente mientras que a Europa se la come la
inflación, produciendo más paro y pobreza. Europa, dice Putin, está padeciendo
sus propias sanciones contra Rusia. Esto es solo una verdad en parte,
propaganda, pero hará mella cuando nos demos cuenta que nuestra guerra es económica para no ser militar. A diferencia de los rusos, que
deben aceptar como verdad absoluta lo que les dice Putin, los europeos se dividirán
pronto ante los efectos de las sanciones, alentados por los pro Putin
subyacentes, admiradores de su modelo fuerte de populismo. En la mente de
Putin, el modelo de autoritarismo paternalista ruso es superior al liberal de
Occidente precisamente porque se sustenta en la variación del poder a través de
la alternancia política. Para él eso es debilidad, como lo es para todos
aquellos países en los que los autócratas se hacen con el poder y no lo
sueltan. Lo conservan eliminando la oposición y controlando los medios, como
vemos perfectamente en otros países en un modelo cada vez más exitoso por el respaldo que se dan unos
a otros. El problema no es de "fuera", sino que lo tenemos en países
como Hungría o Polonia, sancionados por la UE por el retroceso de las
libertades y la concentración de poderes.
Ayer
nos daban la noticia de la difusión de un mensaje del Estado Islámico alentando
a atentar en Europa aprovechando que los "cruzados" se están peleando
entre ellos. La noticia no es intranscendente y debe haber puesto a los
servicios secretos y policiales de la Unión en guardia. Forma parte de la
estrategia del "río revuelto". El aumento de la conflictividad en
Europa es una llamada a reactivar los conflictos. En estos días vemos cómo se
producen ataques en diversos escenarios mundiales. Lo que ocurre en Ucrania
hace que se recrudezcan los conflictos porque dejan de ser tan llamativos y
pueden escapar de atención y sanciones rápidas. Un conflicto tapa otro
conflicto y una Europa en medio de una crisis tenderá a ser menos vigilante en
otros espacios.
La
invasión devastadora de Ucrania y lo que trae y traerá consigo nos debería
hacer más consciente de las debilidades y flaquezas de Europa. Tenemos más
enemigos de los que pensamos y estos recurren cada vez más a la violencia,
empezando por Rusia, que ha clausurado una época y una forma de relación.
Rusia
está tratando de cambiar el estándar de las relaciones internacionales, una vez
asentado interiormente su modelo autoritario, que ha sido mirado de forma poco
crítica por los países que se sentían necesitados de sus materias y energía.
Hoy parece claro que Rusia ha esperado hasta que esa dependencia era lo
suficiente intensa con ciertos países, como Alemania, que quieren seguir con el
juego de condenar a Putin, pero financiarle la guerra. Desde los titulares del
diario El Mundo, Yulia Timoshenko, la ex primera ministra ucraniana advierte "La
UE está financiando la futura guerra que Putin librará contra ella; es
suicida". No le falta razón, pero ¿están los países europeos dispuestos al
sacrificio bélico-económico? A la violencia rusa solo le falta un escalón, el
nuclear, algo que Putin no descarta y con lo que amenaza. ¿Podemos seguir
financiando esta amenaza dentro de Europa?
A esto
hay que sumar que los diferentes enemigos de Europa sacarán provecho —ya lo
están haciendo— mediante la negociación a la baja o la presión al alza. La
situación de debilidad actual es rentable para muchos y nuestras necesidades de
países ricos nos hacen más débiles,
lo que se traducirá en crisis democráticas, económicas y sociales. Por más que
nos guste pensar que vivimos en una especie de isla de paz, lo cierto es que
ese sueño ha sido cortado bruscamente y no verlo es, en efecto, suicida.
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