Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Seis de
los diez artículos más vistos en el diario El País tienen que ver con la
"bofetada de Will Smith", un "acontecimiento" mundial por
el fondo, forma y lugar. El caso nos dice mucho de los medios, pero también
mucho de nosotros como consumidores de medios y sobre el hecho en sí, que en
realidad se puede contar en una sola frase: un marido enfadado da una bofetada a
un cómico con mal gusto por hacer chistes sobre su esposa. Punto.
Yo
mismo me encuentro que, tras resistirme varios días, hay una fuerza que me
empuja a escribir sobre la bofetada. La bofetada como destino ineludible del
que se sienta ante la pantalla de su ordenador y una pregunta en su mente:
"¿sobre qué escribo?". Una vocecita en el fondo de tu interior dice
tímidamente "sobre la bofetaaaadaaaa". Pero la parte racional de tu
cerebro dice "¡noooo!". La cuestión se plantea hamletianamente porque
a) no ha cambiado nada en el mundo más que los propios medios; y b) para negar
algo, hay que escribir sobre ello, el silencio es cómplice. Con Trump pasaba lo mismo: hablar de él era malo; callar, todavía peor.
Mi
problema no es "qué decir" sobre la bofetada, sino cómo evitar que me
arrastre la corriente universal que lo impulsa por esas circunstancia
señaladas, fondo (un chiste cruel y de mal gusto sobre la alopecia de la esposa
de Will Smith), forma (una respuesta violenta en forma de bofetada) y lugar (la
entrega de los premios Oscar, el suceso mediático más calculado del planeta).
Desde estas tres líneas, los medios universales se disparan: del mal concepto
del "amor" de Smith a las "sanciones" de la Academia
(¿prohibirle la entrada a la próxima, atarlo a la silla...?), del machismo
latente en abofeteador y abofeteado a la incapacidad de reaccionar de unos y
otros al no saber si formaba parte de la realidad o era una ficción pactada.
Entre todas estas líneas y otras muchas más, lo escrito sobre la bofetada es
muy superior a todo lo escrito sobre los premios Nobel en todas sus ramas en
los últimos veinte años, por utilizar la unidad de premios y trascendencia de
los mismos. La bofetada ha conseguido incluso separar al propio Smith de su premio.
Las explicaciones dadas entre lágrimas han sido el epílogo de su propia acción.
¿Deberían haber cambiado la tarjeta después del espectáculo previo y que se
quedara sin Oscar?
La
promoción excesiva de los Oscar es, en este caso, un arma de doble filo. Las
expectativas mediáticas generadas se han visto satisfechas más allá de los
tópicos manidos de los vestidos en la alfombra roja. Hace mucho que la entrega
de los premios se ha disociado de los premios mismos, que la fiesta del cine se
convirtió en la fiesta de la "alfombra roja", de los diseñadores de
moda compitiendo en paralelo por llamar la atención con sus actores y actrices convertidos en perchas.
Tras la constatación de la expansión del caso de la bofetada glamurosa en el diario El País trato de hacer un merodeo por periódicos serios del planeta. Me dirijo a The Washington Post en busca de equilibrio y cordura. Me encuentro con un pequeño recuadro, orillado a la derecha de la pantalla, al final del listado de las columnas de opinión y leo el titular "The Oscars created worldwide talk — for all the wrong reasons", algo que aviva mis esperanzas de cordura mediática. Lo firma Michelle L. Norris y es muy sensato en sus términos. Tras señalar los logros que esta ceremonia tenía, desde el primer Oscar para un actor sordo a una mujer negra, latina y "abiertamente queer", Norris se lamenta de que esos focos de atención notable, únicos, hayan sido borrados de la faz de la tierra por la bofetada. Escribe Michelle L. Norris:
But days later, it seems like the beatdown is
all that people are talking about. That’s a shame. It all points to the supreme
selfishness of Will Smith’s actions. He knew that the room was filled with
people who were living once-in-a-lifetime moments. He’d been the butt of jokes
before — as a big-eared, awkward kid growing up in Philadelphia— and as one the
highest grossing international stars on the planet. Rock’s “G.I. Jane” jab at
Jada Pinkett Smith’s buzzed head was a low blow and an unforced error. It wasn’t
even funny. You don’t go after a nominee’s spouse. You don’t try to earn laughs
by mocking someone’s medical condition. And a man who made a movie about Black
women called “Good Hair” ought to know better than to chide what does, or does
not, grow out of someone’s scalp. But this was a case where the unfortunate was
followed by the unacceptable.
Most of us have had a moment when we might want
to smack the stank off someone. And if you live in the spotlight as Will and
Jada Smith do, that probably happens several times a week. But throwing hands
outside a boxing ring is rarely if ever acceptable, and throwing a punch on
live television in a room full of people who hold the keys to your future is
just not smart.
The Oscars were suddenly part of an
international conversation for all the wrong reasons, and violence in America
had once again — quite literally — taken center stage.*
Desde que los premios de la Academia necesitan justificarse más allá de la propia interpretación y se ven como la punta del iceberg de colectivos sociales, de demandas reivindicativas, cuotas, etc. un acontecimiento como la bofetada de Smith los reenvía a su mundanidad, a lo más bajo de la escala y deja al descubierto que todo lo que pretende —el Oscar como motor e imagen del progreso— quede en evidencia. La bofetada actúa como un hecho contrarrevolucionario, como una involución en la que en afortunada frase de Michelle L Norris, "lo desafortunado es seguido por lo inaceptable". Pero el problema es que lo inaceptable y lo desafortunado es ampliamente consumido y repetido aunque sea para su condena, generando una sinfonía a lo Berlioz, llena de sonido, furia y mucho de recreación mecánica.
Más abajo, descendiendo por la página de The Washington Post, me encuentro con la correspondiente tanda de noticias sobre la bofetada, todo un ancho de página. También ellos han sucumbido a la tentación, negando el espacio privilegiado a todos los que, por citar a su articulista, han luchado mucho para llegar allí y se ven desplazados por la imagen omnipresente, ineludible, descompuesta en momentos, de la bofetada.
La BBC, por ejemplo, se centra una línea destacada en el suceso, la alopecia de la esposa de Smith. Siguiendo la línea positiva, se apuntan a ya es hora de hablar del problema y que la bofetada es una entrada en él, una ocasión. No deja de ser un punto de vista, pero también nos dice mucho sobre cómo se mueven en la fila los problemas que nos acucian con mayor o menor intensidad. Un hecho como este llama la atención sobre un problema real de la gente.
En el ABC se produce un curioso fenómeno de reciclado. A un artículo de opinión titulado "El Príncipe de Bel Air ha perdido el sentido del humor", firmado por Karina Sainz Bongo, y otro del provocativo Salvador Sostres, titulado "Insultar", se suma un artículo titulado "Violencia, drogas, infidelidad… la no tan feliz vida de Will Smith", fechado el 6 de diciembre de 2021, a cuya entrada se ha añadido el siguiente texto:
Will Smith fue el protagonista de la noche de los Oscars, y no sólo por ganar la estatuilla a Mejor Actor por su papel en “El método Williams”, sino por el bofetón que propinó al cómico Chris Rock durante la gana por llamar Teniente O' Neil a Jada Pinkett haciendo referencia a la alopecia que sufre la mujer del actor.**
De esta forma, el pasado se reescribe a la luz del presente, actuando de una forma asociativa. La "infancia traumática" que se invoca establece una extraña línea causal en la que a esa "violencia, drogas, infidelidad" y los puntos suspensivos del viejo título se añaden ahora la televisiva bofetada como el que pone la estrella en el árbol de navidad. No cae muy bien "el príncipe de Bel Air" en ABC, según parece.
¿Héroe, villano, aguafiestas, chupacámaras, narcisista, machista? ¿Es un poco el Don Lope del Tristana, de Galdós que Buñuel llevó al cine, una figura con demasiado orgullo protector machista, defensor de un concepto de honra un poco desgastado? ¿Una bofetada desafío, un nos vemos en la madrugada en las afueras? ¿Un nos vemos donde usted quiera?
La bofetada es materia de futuras tesis doctorales sobre Comunicación, investigaciones sobre el consumo informativo, sobre el comportamiento de los medios y de las audiencias, de la interacción entre ambos, de los géneros discursivos y periodísticos, entre otras muchas cosas. Es como una piedra tirada al centro de un estanque.
No hay que hablar tanto de la bofetada y, con un poquito de distancia, sobre la bofetada, como un suceso que rebota en las paredes mediáticas sin cesar, que abre caminos para reflexionar sobre el mundo y lo que lo tapa, sobre sus contradicciones, sobre qué es el humor o qué es la alopecia, sobre qué es y debe ser el amor. Quizá la ceremonia de los Oscar, la forma de plantearla y presentarla sean cosas del pasado y esto se produzca como fruto de los desajustes.
Pronto, otras entregas de premios incluirán piezas con parodias de la bofetada para tratar de conjurarla, de evitar que aparezca la realidad escondiéndola tras la ficción. Es eso o eliminar los chistes de mal gusto, los chiste personales, una vieja tradición con la que no quieren acabar.
Fondo, forma y lugar crearon esta tormenta mediática perfecta que nos absorbe en sus giros temáticos expansivos. Pensamos en los medios y en la información trascendente, saber sobre el mundo. Pero el mundo hoy quiere hablar y lo hace de cosas imprevisibles, triviales en sí mismas. ¿Para qué —se preguntaría un informador— elaborar extensos análisis cuando te ves sorprendido por un hecho inesperado de esta naturaleza y se eleva a universal? ¿Qué significa que, en medio de todo tipo de sucesos históricos, de peligros universales, la realidad sea desplazada por una bofetada entre actores en la ceremonia de las ficciones cinematográficas? ¿Veremos la concesión de un Oscar a una película sobre la bofetada, un premio al mejor documental sobre este hecho en el futuro? Es probable. Hollywood necesita moralejas finales y ésta todavía está por decidir. La ficción exorcizaría a la realidad en un acto del que casi todos dudaron que no estuviera preparado. Dilema en el centro de la ficción. Esa es la clave, la "fake reality".
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