Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer
nos contaban porqué estos destrozos con las riadas. Nos lo decían con claridad:
se ha construido donde no se debía (que es distinto de donde no se podía).
Hasta que se establecieron hace 20 una
serie de consideraciones legales para la construcción cerca de las costas, la
anarquía especulativa ha sido una realidad. Hay gente que descubre (si no lo
sabía desde el principio) que su casa está construida sobre el lecho de un río,
que está en mitad de una rambla o similares. Muchos están pagando ahora las
"vistas al mar", el estar a dos pasos de la playa.
La
construcción ha sido siempre un caballo de batalla en España porque lo
intereses económicos y políticos acumulados desde los mismos pueblos que han
apurado al máximo esas construcciones para poder crecer y hacer así una vida
dependiente del turismo.
El
fenómeno lo pude comprobar en el lugar de la costa alicantina donde mis padres
se construyeron un chalecito. El aprovechamiento de una rambla que daba
finalmente a una playa sirvió para que se construyeran en las laderas pequeños chalets
adosados en dos niveles y un pequeño complejo deportivo con una cafetería, una
piscina, un cine de verano y cuatro pistas de tenis. Los primeros años todo fue
bien, hasta que unas intensas lluvias se canalizaron por aquella rambla, sobre
la que pasaba la carretera de Alicante-Cartagena. Un pequeño túnel era todo lo
que esperaba a las riadas. La falta de limpieza de la rambla, las cañas y
basuras que se acumulaban taponaba aquellos hasta que al final reventaba
llevándose por delante la cafetería, llenando de barro piscina y pistan y
metiéndose dentro de las casas en su camino hacia el mar. No hacía falta tener
mucha comprensión para entender que aquello se había construido sobre los
terrenos más baratos, que estaba destinados a turistas británicos a los que se
recogían en Alicante cada 15 día, pasados los cuales se les volvía a llevar al
aeropuerto para su regreso. Tenía su sueño cumplido, terrazas para tomar el sol
y la playa a u minuto de sus casas.
La
codicia se pagará ahora, cuando nos dicen que estos fenómenos que estamos
viviendo en toda España se van a repetir con más asiduidad. Estos son los
puntos vulnerables. Lo han sido siempre, desde que esos espacios se ocuparon,
desde el momentos en que no se quería desperdiciar un metro cuadrado para
construir y vender, para hacerlo además sin tener en cuenta en muchas ocasiones
lo que podía ocurrir y realizar algún tipo de prevención.
Hay lugares en los que no habían terminado de recoger el barro y tirar los muebles cuando les ha llegado una segunda oleada de agua y barro, de coches arrastrados. Estos fenómenos, nos dicen, va a ser cada vez más frecuentes. Y seguimos sin prepararnos para enfrentarnos a ellos. Esas casas construidas en lugares donde no deben, que obstruyen, que canalizan directamente contra otras zonas, etc. son intocables. Parece que fuera la naturaleza quien las puso allí y no la necedad de las personas, su codicia infinita.
Lo
mismo se podría decir del fenómenos de los incendios, la mayor parte producidos
por la mano del ser humano, ya sea premeditadamente o por negligencias. Tampoco
se desarrollan planes. Igual que muchas ramblas no se limpian y acaban
explotando con grandes riadas, tampoco se limpian muchos montes o bosques. Pero
sí se reducen los servicios públicos de vigilancia o se rebajan sus
presupuestos. ¿Ha anunciado alguien —en cualquier nivel, de ayuntamiento a
ministerio— algún plan de prevención más allá de las consabidas campañas
publicitarias recomendando no fumar en los bosques? Sin embargo, se siguen
produciendo incendios por colillas. Unas imágenes escandalosas de este verano
nos han mostrado la celebración de una "no fiesta" en un bosque con
bengalas y fuegos artificiales, con enorme riesgo.
Quizá
este ejemplo nos muestre la otra cara del problema junto a la codicia, una
negligencia social que se basa en la falta de compromiso general. Es lo mismo
que estamos viendo en aquellos —mucho o pocos— que no se privan de cualquier
celebración pese a la pandemia. Lo primero es su fiesta, su diversión. Es lo
que hemos visto en estos últimos atropellos donde los conductores no se habrían
molestado en dejar el coche aparcado dado su nivel de alcohol o drogas. Pero,
¿para qué me voy a molestar yo en tener en cuenta las consecuencias de mis
actos, ya sean incendios o muertes?
No he visto más planes de prevención en pueblos o zonas que ya saben sobradamente cómo se va a comportar la riada, pero que no hacen nada por evitarlo.
Cuando
en los Estados Unidos se produjo el Katrina, con sus enormes destrozos, al
menos se aprendió algo, qué podía ocurrir. Lo que se reconstruyó ya se hizo
pensando en que no volviera a ocurrir de nuevo. No veo que esto se haga.
Nuestras
instituciones son débiles y están a otra cosa. Vemos cómo se desentienden de
las consecuencias. Lo vemos en la pandemia, otro desastre. ¿Cuándo se va a
redimensionar el sistema sanitario para evitar que ocurran los colapsos, las
saturaciones, el agotamiento del personal? Se trata, por el contrario, de
establecer fechas irreales del cese y la idea de que no se va a reproducir.
La pandemia estaba perfectamente prevista por múltiples indicadores, incluidos los precedentes, cada vez más próximos en el tiempo. Preferimos echar la culpa a China que a la forma en que tratamos al conjunto del planeta, con un estrés ecológico generalizado, que se manifiesta a través de estos síntomas, de las pandemias a las olas de calor, las de frío, los incendios e inundaciones.
Ayer
mismo nos hablaban en los medios de la intensificación de las olas de frío de
inmediato. Lo que tuvimos este invierno pasado con "Filomena" es solo
un anticipo de lo que está por venir. Sin embargo, preferimos ignorar los
indicadores y avisos. No he visto que se hayan puesto en común los problemas y
se hayan establecido posibles soluciones que se puedan poner en marcha en su
momento y no vernos desbordados por un mundo que comienza cada día, en donde la
experiencia pasada no se recoge y el futuro acaba mañana.
Las
cosas pasan, pero no pasan solas ni porque sí. Si a la indiferencia respecto a
las consecuencias de lo que hacemos le añadimos la incapacidad de prevenir, son
muchas las desgracias que están por llegar.
Hay que
invertir más fondos en la sanidad, para frenar los efectos del cambio
climático, hay que investigar en las vacunas, rediseñar los pueblos y ciudades
para que se puede respirar, reducir el impacto del trabajo, del transporte en
la medida de lo posible. Hay que dejar de ignorar nuestras acciones y tratar de
proponer soluciones que se puedan llevar a cabo. Hay que apartar la codicia, el
centro de casi todos nuestros problemas; hay que crear conciencias
responsables. Esto conlleva una serie de frenos que debemos ir adaptando a
nuestra vida. Sin embargo, hay demasiados negocios —construir casas donde no se
debe, por ejemplo— e intereses que van tratar de apurar al máximo sus
privilegios para sacar todo el provecho que puedan. Sin embargo, hay que
ajustarse al nuevo reloj que mide el futuro, mucho cerca de lo que muchos
quieren creer.
Deberíamos estar investigando en nuevos materiales, en aislantes para el calor y el frío, en nuevas formas de diseño urbanístico, en maquinaria más operativa, etc. Es un tiempo el que se pierde demasiado valioso.
Si vemos los artículos sobre la respuesta norteamericana al desastre causado por "Ida", que ha asolado Nueva York y estados vecinos, encontramos una actitud muy diferente a la nuestra. "After Ida's remnants kill dozens in the East, NYC mayor says cities need to prepare differently for increasingly intense storms", señala un titular de la CNN; "The days of 'let's see what happens' are over", señala otro. Aquí. los días de mirar a ver qué sucede parece que van a continuar. Aquí pedimos dinero para volver a hacer lo mismo, para volver a construir en el mismo sitio. Tropezamos demasiadas veces en la misma piedra, colocada donde no debe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.