Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La idea
de una transición "amable" no creo que la haya pensado nadie,
teniendo en cuenta su carácter. Pero tampoco se podía imaginar nadie que se
pudiera llegar al extremo de violencia y miedo que hay ahora en las calles de
los Estados Unidos por temor a lo que pueda ocurrir si pierde las elecciones o,
incluso, si las gana.
Desde
hace días, los medios norteamericanos dan noticia de una situación histórica.
Nos muestran a la gente acumulando provisiones y a los comercios protegiéndose
por los disturbios que pudiera haber le siguen las inquietantes noticias sobre las
ventas de armas. Hace unos días, la prensa norteamericana hablaba del aumento
de las ventas entre minorías, una reacción al aumento espectacular de armas entre
la población blanca. Afroamericanos y latinos, muy por detrás en la posesión de
armas, habían empezado a protegerse ante el crecimiento de lo que pueden ser
continuación electoral de los disturbios raciales anteriores.
En La
Vanguardia de hoy nos dan algunos datos:
Votos y balas, una combinación que asusta en
Estados Unidos.
Armados hasta los dientes. Los
estadounidenses llegan a la cita electoral del próximo martes con un récord
histórico en la adquisición de armas desde el pasado marzo –efecto
coronavirus–, que se ha incrementado conforme se acerca el 3 de noviembre.
Según datos de la industria, en estos siete
meses se han vendido 19 millones de armas. Esto supone un incremento del 91%
respecto al mismo periodo del 2019.
El miedo a la intimidación ante las urnas y
posibles disturbios posteriores, en buena parte alentados por la insistencia
del presidente Donald Trump en sembrar dudas sobre el sistema en caso de que
pierda, está más de actualidad que nunca en estos comicios.
Algo inimaginable en anteriores citas: en
cualquier conversación emerge el temor a que se produzca un conflicto a la
vista de la profunda división que el gobierno Trump ha provocado.*
¿Hasta
dónde llega el retroceso al que Donald Trump ha llevado la democracia y, más
allá, la convivencia en los Estados Unidos durante su mandato? Es una pregunta
que se podrá responder dentro de unos días.
Trump
ha sembrado dudas sobre el funcionamiento de la democracia y las instituciones
sobre las que se sustenta. Su teoría es elemental y clara para sus seguidores:
si le ganan es porque han hecho trampas. Asusta la simpleza del razonamiento y,
todavía más, que esta pueda ser seguido por millones de personas que pueden
darlo por cierto. La amenaza de una minoría que lo acepte es un peligro en un
país ya encendido por los conflictos previos.
De
nuevo, la responsabilidad republicana es decisiva. Tienen que decidir si Trump
ha sido un error o si deben continuar el error hasta el peligroso final. Hasta
el momento, las autoridades del partido
ha respaldado a Trump. Son muchos los intereses y estos acabarán saliendo un
día. Si, como muchos temen, la noche electoral se convierte en escenario de
conflictos graves, el partido republicano se verá arrastrado hacia el desastre
por el propio Trump que demostrará, entre otras cosas, que no les necesita. Los
distintos movimientos entre los republicanos para alejarse de Trump pueden ser por principios, pero también por
el miedo a que no se salve nadie de la quema, que lo que quede del partido sea
tomado por la ultraderecha supremacista, por los visionarios del cinturón
bíblico y por los grupos de racistas.
Las
especulaciones muestran ya un grado de degradación institucional, un clima de
enfrentamiento como no se había visto en las elecciones norteamericanas. El
indicador de las ventas de armas, de los comercios protegidos contra saqueos y
lo que pueda ocurrir es ya terrible. Pero es el resultado de un Donald Trump
que se planteó la presidencia como una especie de conquista eterna.
Trump no
ha sido un político, sino un desmantelador de las instituciones y principios de
la democracia. Este desprecio de las formas, que son mucho en la democracia, ha
sido su marca, la muestra de que se percibe a sí mismo como un
"conquistador" final.
Podemos
ver a Trump precisamente como la culminación de la decadencia norteamericana,
arrastrada por la incapacidad de asimilar sus propios principios y, sobre todo,
su propio mito fundacional. Con Trump, los Estados Unidos han cerrado el ciclo
mítico de la "tierra de la libertad", del "nuevo mundo", de
la "tierra de promisión", de la "Nueva Jerusalén". Trump ha
sacado a la luz todas las miserias y engaños respecto a un país creado para
acoger; ha creado muros, ha separado familias, ha insultado a los países más
débiles llamándolos "pozos de mierda", mostrando unas maneras
impropias de no solo de un dirigente, sino que ha arrastrado a parte del país
con ellas, despreciando al resto del mundo.
Con
Trump, Estados Unidos se ha vuelto proteccionistas, imperialista, violento
verbal y agresivo militarmente, ha maltratado a sus socios, ha abrazado
dictadores, se ha salido de las instituciones internacionales que tratan de
garantizar la gobernabilidad del mundo. Con Trump, los Estados Unidos exigen
obediencia. La fuerza se exhibe como principal razón y solo ha quedado un
principio: "America First!". Trump no quiere un mundo mejor, sino un
mundo más americano, más controlado por los Estados Unidos. Quiere que se note
y los demás noten que es la superpotencia que manda.
El
problema es que el mundo ya no es así y un segundo mandato sería insufrible
para el resto del mundo, abocado a desastres exteriores y a enfrentamientos
internos. Basta con ver quiénes son los apoyos de Trump en el plano
internacional, sus admirados declarados, para comprender la magnitud del
desastre: de las dictaduras árabes, bien armadas por Trump, a los negacionistas
del cambio climático, arrasadores de bosques, como Bolsonaro, o todos aquellos
que buscan romper la unidad de Europa, que son amparados con sus visitas a la
Casa Blanca, de un Nigel Farage a los autoritarios de los países europeos que
desligándose de la democracia. Trump sigue la línea de la desunión, de sembrar
discordias, debilitando a los enemigos para que su poder se multiplique.
Pero
todo este juego de destrucción hace dos cosas: del mundo un lugar peor y más
inseguro, por un lado, y echa por tierra la imagen de los Estados Unidos.
Ninguna de las dos cosas le importan a Trump. Si Trump sigue, la economía de
los Estados Unidos será agresiva, amenazante, basada en las sanciones,
deshaciendo cualquier tipo de acuerdo para buscar la sumisión a una industria
que necesitará exportar para sostenerse una vez cerrado el camino hacia China. El
objetivo de Trump es sancionar a todos los que mantengan lazos con China, a la
que ve como rival y el mal de su economía, pese a que la globalización fue una
jugada norteamericana para expandirse por el mundo, como los fue la
"Sociedad de la Información". El desarrollo de ambos fenómenos han
mostrado al mundo que cuando pierde el control, como ha ocurrido con el avance
superior de China en Inteligencia Artificial y el 5G, se rompe la baraja.
Las
presiones sobre Europa solo van a conseguir expandir un conflicto de
imposiciones y sanciones, de aranceles para dividir, como ha ocurrido con la
respuesta de los agricultores franceses, a los que se les ha hecho pagar la
factura por los apoyos estatales a la tecnología de Airbus.
La
venta de armas en Estados Unidos, la protección de los locales, la acumulación
de alimentos, etc. por lo que pueda ocurrir, ya sea por las palabras exaltadas de Trump o, como hace
siempre, insinuando lo que se puede hacer si pierde, muestran un mal camino de los Estados Unidos. Wallmart retira sus armas de la venta por temor a ser un objetivo de asalto, un lugar donde acudan a por las armas en caso de conflictos.
Esta agresividad, que ya no se puede llamar "latente" porque es un hecho y ha tenido su demostración anteriormente, en especial en esta larga campaña electoral. Es un aspecto más de la agresividad que Trump tiene, crea y transmite en todos sus actos, palabras y decisiones políticas.
Se ha
vendido su "éxito económico", pero se evita señalar los métodos y,
especialmente, que el mundo se está preparando para afrontar esas políticas
norteamericanas agresivas, como no podría ser de otro modo. El problema que
tenemos en Europa es el ascenso de los trumpistas, del populismo racista y vendido
a una visión del mundo agresiva, como podemos ver en países como España,
Francia o Alemania, más los Polonia y Hungría ya marcados anteriormente. Son
cuñas del trumpismo y de los intereses que le sobrevivirán.
No hay
que ser ingenuos. Habrá trumpismo más allá de Trump. Y lo habrá porque el
"trumpismo" es previo a Trump; este fue el elegido para poner la cara
a un movimiento. Sus argumentos y, sobre todo, sus fobias han calado con un
electorado que conjunta élites en la sombra con movimientos de calle. Comparte
una visión agresiva del mundo y una idea de que el poder debe sentirse, lo que
encarna un viejo principio de Trump sobre el dinero y el poder, ¿de qué sirve si no se usa? Por edad, si
Trump pierde no será el siguiente candidato, pero habrá alguno en la recámara.
La siembra está hecha.
Toda la
prensa norteamericana y la internacional se ha hecho eco de este detalle
significativo, la venta de armas disparada, la acumulación de alimentos y la protección del comercio. No es el mejor ambiente para ir a las
urnas. Refleja un estado de cosas y, especialmente, el deterioro de la
convivencia.
El mundo mira cada vez más preocupado hacia los Estados Unidos.
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