Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Como si
fuera un tópico del Diccionario de Ideas Recibidas creado por Gustave Flaubert
como parte de su novela inacabada Bouvard
y Pecuchet, una mirada despectiva e irónica a la zafiedad de su tiempo,
Fernando Vallespín comienza su artículo en El País diciendo: "Con los
intelectuales ocurre lo mismo que con la socialdemocracia: no puede hablarse de
ellos sin mentar su muerte, su crisis o su lamentable estado."* El título
del artículo — "Cómo los tertulianos suplantaron a los
intelectuales"— ya nos da parte de sus conclusiones sobre quiénes han
ocupado su puesto y parte del proceso.
El texto
tiene sus puntos de interés, si bien la cuestión del "intelectual"
tiene múltiples ramificaciones que la extensión de un artículo no permite
abordar. Concuerdo con gran parte de lo dicho, desde la aparición de los
expertos recabando la atención popular hasta la superación de las masas
orteguianas por las redes sociales en la actualidad.
La obra
de Flaubert, en su conjunto, ya es una advertencia a la trivialización social
por un lado y a la banalización de los discursos por parte de los expertos.
¿Hay mayor ironía en una Emma Bovary "lectora" o en un fraudulento
Homais "experto"? Para Flaubert la impostura es el signo de los
tiempos, la era de los charlatanes.
Lo
escrito en el párrafo anterior es un texto que requiere de quien lo lee un
conocimiento de quien es Gustave Flaubert, de cómo se comporta Emma a través de
sus lecturas que la distancian de la realidad y de qué papel juega el boticario
sin titulación en la trama de la novela y cómo trata de ocultar su fraude
convirtiéndose en líder ilustrado de su comunidad.
Cuando
se analiza el papel de los intelectuales y se diferencia de los "expertos"
es esencial considerar a los intelectuales como "personas de
cultura", es decir, personas que manejan algo que se ha ido reduciendo y
fraccionando cada vez más desde la segunda mitad del siglo XX, donde la
educación empezó a abrir sus fuentes a un universo diferente, el mediático. Los
intelectuales pertenecen a un universo diferente, el de la cultura libresca del
que salieron. La primera fase fue acoger los intelectuales y mediatizarlos (la
radio y la televisión) mientras que la segunda fue que los medios produjeran
sus propias figuras. Cualquier intento de interpretar la cultura contemporánea
tiene que pasar por interpretar el papel configurativo de los medios de
comunicación. El intelectual libresco que mejor se adaptó a los nuevos medios
fue Marshall McLuhan, un serio profesor de Literatura inglesa que entendió
perfectamente el cambio que se estaba produciendo por la entrada de los medios,
el cambio cognitivo y el cambio socio-institucional. "El medio es el
mensaje". McLuhan empezó a expresarse mediante mensaje tan directo como
ese; hizo libros con las técnicas de la publicidad y hasta participó en un gag
de Woody Allen en el que dos personas discuten sobre él en la cola de un cine.
Esa escena adquiere hoy un sentido simbólico de lo que ocurrido entonces y
desde entonces.
Steiner,
Bloom y otros hablan de la crisis de las raíces formativas, de la desconexión
de las fuentes comunes. Todo está ahí, todo sigue ahí, pero ya no es el fondo
común, ya no forma parte del conjunto de recursos, de metáforas, de símbolos,
de referencias que podemos usar en la comunicación.
El
intelectual lo es por su propio trabajo, pero lo es sobre todo por su actitud
comunicativa. Eso en nuestro ecosistema mediático supone además de las
competencias propias un saber comunicativo que es cada vez más complicado por
la simplificación de los lenguajes y por la imposibilidad de compartir un
universo referencial. Se habla de un universo cultural común, el creado en
Occidente con las fuentes bíblicas y las greco latinas clásicas, con los
grandes autores nacionales. Es de ahí de donde sale el "ejemplo",
forma didáctica esencial, que permite el diálogo y entender lo nuevo a través
de lo viejo. Es lo que trató de expresar otro intelectual solitario, el siempre
enfadado Harold Bloom con su idea del "canon occidental". El canon es
lo que permite el diálogo. Para Bloom, Shakespeare era el elemento esencial del
canon porque ofrece una inagotable fuente de metáforas, símbolos y personajes,
que servían para "conectar" en la cultura. Era un concepto de la
cultura "humanista", un mundo acabado por la técnica y la producción.
El
intelectual usa la cultura. A diferencia del "experto", que parte del
problema específico y del uso de la jerga técnica, o del "divulgador",
que traduce para llegar al "vulgo", el "intelectual"
interpreta y comunica el mundo desde la perspectiva de una cultura compartida.
El problema se produce cuando esa cultura compartida se fragmenta y diluye, se
vive en un universo trivial y asequible a todos, que es el que los medios
alientan, siguiendo el principio de McLuhan de que la mayor extensión del
mensaje repercute en su mayor trivialidad.
Por
definición, el intelectual huye de la trivialidad, pues su función es evitar la
dispersión trivial y concentrar la atención en los problemas reales. En gran
medida, el problema no está en su figura, sino en cómo es percibida por un
mundo al que llamamos ya "audiencias".
La
mismas universidades, por ejemplo, han condenado a sus profesores a la
especialización, condenan apartarse de los estrechos caminos que les marcan,
denigran la publicación de libros (no hablemos si son de divulgación), en beneficio
del gran negocio del "artículo académico", forma de aislar
socialmente a su profesorado, que se limita a comunicarse entre pares. Es el
triunfo del gremio frente a la individualidad. Y el intelectual actúa desde la
independencia de intereses, lo que le hace creíble.
Miro a
mi derecha mientras escribo esto y leo en los lomos de los libros del estante
un montón de nombres de personas a las que llamaríamos intelectuales. Como en
otras ocasiones, lo que se mueren son los lectores, que cambian a otros géneros
y declamadores que le halagan, divierten y consuelan. Los acogen aquellos que
consideran que lo trivial es lo que vende, que el lenguaje debe ser sencillo y
que las frases deben ser cortas y huir de las subordinadas porque la gente se lía.
Lo que
desaparecen no son los intelectuales, personas "preocupadas". Están
tapados por otras voces más estridentes —de los políticos a los tertulianos, de
los influencers a los activistas— y,
sobre todo, se ha hundido su sistema de referencias culturales, que el público
ha perdido gracias al fracaso de los sistemas educativos, orientados al
"empleo" (al menos teóricamente), a la desconexión histórica (el
presente continuado) y a la inmersión en sistemas de captación atencional
intensa que nos rodean. El aumento de la emotividad en los discursos hace que
estos sean cada vez más demagógicos y menos argumentativos, lo que también
aleja del nuevo gusto público a los intelectuales, que necesitan de un diálogo
abierto. Más que preguntarnos por ellos, deberíamos preguntarnos por nosotros, porqué preferimos esta cacofonía insustancial que nos envuelve, incapaces ya de reconocer la mayor parte de la cultura que dejamos atrás con toda ligereza. Afortunadamente,
su conversión en delicatessen hace que
sea posible degustarlos en lugares
específicos, lejos del mundanal ruido.
El que pierde la vista puede llegar a pensar que el mundo ha desaparecido.
*
Fernando Vallespín "Cómo los
tertulianos suplantaron a los intelectuales" El País / Ideas 1/09/2019
https://elpais.com/elpais/2019/08/30/ideas/1567167306_897434.html
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