Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
cuestión ucraniana sigue adelante con fuerza. ¿Será un punto decisivo en la
controvertida carrera de Donald Trump o solo una extravagancia inadecuada más?
La historia de Trump es un complejo sistema de sustituciones de unos
acontecimientos por otros. Cada nuevo escándalo agota el anterior por una
simple cuestión de supervivencia mental. Todo está ahí, sí, pero no se ha dado
un caso como el de esta presidencia en un país como los Estados Unidos. Me resulta
extraño que no se haya producido todavía un cálculo del tipo de los millones de
toneladas que pesaría los artículos que hablan de él o las veces que darían
vueltas a la galaxia las líneas que ocupan sus titulares. Probablemente nadie
lo calcula por no darle esa satisfacción y aumentarle el ego más de lo que lo
tiene.
El
hecho de que todas esas cosas entierren unas a otras no quiere de decir que
desaparezcan por efecto de la sustitución mediática no significa que la
Historia las olvide. Lo que los periodistas dejan atrás, los historiadores lo
recogen, acumulan y explican... o lo intentan. Trump es un motor periodístico:
ruge, acelera y sale disparado cada día. Su propio ruido, el polvo que levanta
y el olor de goma quemada actúan como la tinta del calamar. Pero el día en que
se detenga o le detengan, la caerán las multas acumuladas en su carrera.
Llevamos
dando por muerto, por finiquitado que diría un castizo, desde su primera semana
en la Casa Blanca, por no decir desde antes de que entrara. Trump ha gastado
más vidas que un gato y ha caído de pie más veces que nadie. Absorber la
energía negativa le hace sobrevivir más con cara de hartazgo que de cansancio.
Con cada nuevo escándalo dejado atrás, Trump se crece y sigue adelante. Aumenta
su sentimiento de invulnerabilidad, por lo que puede cometer errores más
graves, como el de la llamada al presidente ucraniano.
Los que
sí están verdaderamente afectados son los republicanos que puedan apoyar a
Trump. Más allá de su equipo, apoyar a Trump no es sencillo y todos saben que
acabará pasando factura, tanto a los republicanos como, finalmente, a la República.
Lo hemos dicho en otras ocasiones, el daño moral causado por Trump es
incalculable. Todos podemos ser engañados por lo que nos piden el voto; pero
votar a un mentiroso e innoble como Trump a sabiendas es un acto de perversión
del propio sistema de gobierno más allá de lo aceptable. Ha habido presidentes
republicanos honestos y demócratas deshonestos. Más allá de las ideologías de
cada uno, las instituciones están ahí. Pero Trump es un caso muy distinto.
Trump
ha pervertido el sistema y a sus instituciones en cada paso que ha dado. Lo ha
hecho por su propia configuración mental, por su forma de ver un mundo, que no
es más que un espacio que responde a su voluntad de control. Para Trump solo
existe una institución, él mismo, y un fin, el poder. Lo dijo con claridad en
una ocasión: "Dios, el pueblo y yo", aunque creo que no fue en ese
orden.
Todos
comprenden que apelar a Trump, presionarle no servirá de mucho. La presión se
debe hacer sobre los que le sostienen. De ahí que la responsabilidad
republicana se enorme ya que son quienes le sostienen. Pero los republicanos se
esconden tras su propia cobardía y solo algunos se han atrevido a dar el paso
de desmarcarse de los efectos de Trump. Imagino que muchos han sentido
vergüenza muchos y solo algunos lo han dicho.
Las
encuestas muestran las pérdidas de apoyos, pero también que hay un electorado
fiel que gusta de Trump. No hay que esconderse, como hace él, en los datos del
empleo o del crecimiento. Los que votan a Trump pueden esconderse tras esos
datos, pero es mucho más lo que aceptan al votarle, en silencio o gritándolos
en mítines y manifestaciones. Trump ha invocado lo peor de los Estados Unidos,
como son los casos del racismo, el aislacionismo o la indiferencia social. Esos
votantes no van a encontrar alguien que sostenga sin pudor esos principios, no
van a encontrar a nadie que acepte con satisfacción que se grite en sus mítines
eslóganes como "¡construye el muro!" "¡enciérrala!" (por
Hilary Clinton) o "¡échalas!" (por las congresistas del llamado The
Squad).
Trump
es, sobre todo, un desinhibidor, alguien ante quien podemos lucir nuestras
miserias morales sin sentimiento de culpa o vergüenza. Por eso es tan dañino,
porque puede hacer que el racista, el xenófobo, el machista... se sientan
"patriotas", palabra que ha retomado como oposición a los
"globalistas", dentro de su estrategia comunicativa de nombrar con
palabras marcadas como negativas en el contexto norteamericano, como
"socialistas", a los demócratas. Trump, que tanto se queja de ser
víctima de una "caza de brujas", es el verdadero heredero del macartismo.
No
sabemos si lo ocurrido con las presiones al presidente ucraniano serán la gota
que colme el vaso o si, por el contrario, ese electorado que le apoya considera
justificado que se acuda, presionando con las ayudas, a un tercer país para
hundir a los aspirantes a la Casa Blanca.
Lo irónico del asunto es que en una
de sus intervenciones de hace unos meses ya Trump, en su descaro habitual,
sostenía que no veía ningún problema en recurrir a otras países para esto. Lo
veía con normalidad.
Y así lo hizo.
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