Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Ayer hablábamos de la experiencia traumática que están
viviendo los Estados Unidos con Donald Trump al frente. Recordábamos el
artículo anónimo que soliviantó a Trump y sirvió para comenzar una caza de
brujas por toda la Casa Blanca: ¿quiénes eran aquellos funcionarios que "tranquilizaban"
al pueblo americano diciéndole que ellos "vigilaban" desde dentro
para evitar desastres? Apuntábamos que la presidencia de Trump está poniendo a
prueba los límites de la democracia en una superpotencia en la que sus actos
tienen repercusión mundial, más allá de los asuntos puramente domésticos. ¿Es
lícito —si quiera "sensato"— pensar que alguien llegará, en el límite
del desastre, y logrará salvar al mundo? ¿Es quizá un efecto "marvel"?
The New York Times publica hoy mismo un artículo en términos
parecidos, con el título "The Generals Won’t Save Us", firmado por la
analista Kori Schake, directora del International Institute for Strategic
Studies, en el que se manifiesta en términos similares ante la preocupación despertada
por la salida de las personalidades sensatas alrededor de Trump, en especial
los militares, tras la salida de Jim Mattis de la Secretaría de Estado de
Defensa.
El enfado de Trump por la dimisión de Mattis, además, ha
acelerado su salida que ha pasado de estar anunciada para el 1 de febrero al 1
de enero, es decir, en una semana. Con las fiestas navideñas por medio,
significa una puesta en la calle inmediata, con el tiempo justo para recoger
papeles personales. Significa también una humillación para Mattis que le hará
difícil encontrar un sustituto que no quiera verse embadurnado por la porquería
de Trump, si es que eso es ya posible.
El presidente se está desprendiendo de la gente que le lleva
la contraria. Llevar la contraria, en la presidencia de los Estados Unidos, es
algo especial. No se puede hacer lo que se quiera en la presidencia de ningún
país. Es parte de la dinámica y la esencia de la política el escuchar a los que saben de lo que hablan. Pero Trump
no nació para escuchar, con el agravante de que su ignorancia de casi todo es
realmente notable, especialmente sobre el mundo de las relaciones
internacionales.
La esperanza de que se fuera desprendiendo de los más
radicales y se fuera rodeando de un cinturón de seguridad de sensatez se ha ido
disipando con las dimisiones y salidas de unos y otros. Pero de casi todo se
puede uno recuperar, pero la excepción ha llegado: la defensa.
La economía puede crecer más o menos, se puede construir un
muro o no..., pero la defensa de los Estados Unidos es otra cosa. Son palabras
mayores. Y Trump quiere ser obedecido en algo que ha sido un límite natural.
Los líderes políticos se han dejado asesorar en tiempos de guerra, pero
Trump..., es Trump.
La política de defensa de los Estados Unidos, además, forma
parte de un entramado de compromisos con aliados que se han embarcado en
aquello que se les ha pedido como parte de una política común. Ayer, la BBC no
hablaba de la sorpresa de los británicos por los anuncios sobre Siria y
Afganistán.
El artículo de la señora Schake se mueve en el límite
teórico de lo que una democracia debe ser frente a la realidad de aquello en lo
que puede llegar a convertirse en manos de un personaje como Trump. Después de
cantar las virtudes de James Mattis, el final del artículo entra en algo que no
debería ser mencionado:
Moreover, the president has the right to be
wrong, and the Department of Defense has the obligation to carry out lawful
orders rather than set themselves up as uniquely virtuous arbiters of the good
of the country.
As Thomas Jefferson said, the people are the
only safe repository for the ultimate powers of society. We do our military and
veterans a disservice by treating them all as comic book heroes and shirking
onto them responsibility for policies that protect us from our elected
officials. They have done enough by securing our liberty.
But perhaps the Trump presidency may end up
being good for civil-military relations in America. By selecting so many
veterans for high offices, he has given the public a rare view into the
executive competence of our former military leaders. We have front-row seats to
judge their abilities and compare them to their counterparts who did no
military service. The Trump administration is providing a welcome reminder for
us that our veterans, like the rest of our fellow Americans, are a diverse
bunch. Jim Mattis is a model of Roman virtues; Michael Flynn is now a felon.
And perhaps this exposure, after decades in which the military leadership was
largely left in the wings of public policy debates, will help Americans — the
overwhelming number of whom have no military experience — develop a better
sense of what the military can and cannot do in a democracy.
The solution to the dangers posed by the
president is not to put our faith in a Roman tribune. Rather, it is to use the
legislative and political tools available to us as citizens to hem in the chief
executive, and wrest those powers from him at the ballot box.*
No creo que nadie en Estados Unidos desee un conflicto —como
se plantea— entre civiles y militares. El "derecho" de Trump a
"equivocarse" y la obligación de los militares a ser leales a las
órdenes disparatadas de un neófito (por no decir otra cosa) está bien para un
argumento de novela especulativa o película de desastres, pero parte de un
principio básico de la democracia: se elige al mejor. o se pretende hacerlo.
La elección no es un
mecanismo arbitrario o caprichoso, sino un proceso que garantiza que si uno se
puede equivocar, muchos no lo hacen. Este principio teórico se ve desmentido en la
realidad por las decisiones. Hay otro principio no escrito: los errores de
aquellos que no deberían cometerlos (pero los cometen) deben ser impedidos por
aquellos que les rodean en funciones asesoras. Y se parte de otro más: nadie desea cometer errores y
debe ser capaz de aceptar que los puede cometer. No es el caso de Trump. Donad Trump no
comete errores. Él viene —nos ha dicho desde el principio— a arreglar
los errores que otros cometieron.
Trump incumple todos estos principios no escritos. Lo hace además desde la sospecha fundada de que llegó a la Casa Blanca con la ayuda inestimable de quienes no quieren lo mejor para los Estados Unidos. Eso está pesando desde el principio y siembra una duda. Su propia incompetencia la hace crecer.
El final del artículo es un intento de plantear la necesidad
de deshacerse del presidente sin recurrir al "tribuno romano" de
turno, es decir, a los militares. Las vías políticas para deshacerse de Trump están en el "impeachment",
en su destitución política a manos de los mismos que le eligieron, que no fue directamente el pueblo norteamericano, sino los mecanismos políticos que le llevaron a la
Casa Blanca aprovechando los huecos políticos del sistema, es decir, el colegio
electoral que le proclamó finalmente. Nada "ilegal", claro, pero todo muy
forzado.
Esos más de tres millones de votos de más que sacó Hillary Clinton sobre él juegan un papel muy importante en la cuestión moral, que será la que muchos se planteen finalmente y permitirá actuar en nombre del pueblo.
En las últimas semanas crece el descontento de los republicanos que ven que la aventura que llevó a la Casa Blanca a Trump tiene demasiados recovecos y les puede costar demasiado.
Desde que Trump fue elegido, se multiplican los esfuerzos
para deshacerse de él. El mismo Trump se multiplica para ofrecer nuevos motivos
para que deseen echarle de la Casa Blanca antes de que sea demasiado tarde y
acabe con los Estados Unidos, sus aliados y lo que le pongan por delante. Si ha
servido de algo es para demostrar a todos el poder destructivo que la
presidencia puede tener más allá de sus fronteras al desmontar o cuestionar
todo el sistema de alianzas y acuerdos, de la OTAN al cambio climático, del
orden económico al migratorio. De las investigaciones sobre la ayuda rusa para
su elección a los negocios con los mismos rusos o los saudís, se ahonda
tratando de encontrar un resorte que le haga saltar de la Casa Blanca antes de
que se produzca un desastre irreversible. Algo de los que pocos albergan dudas.
El artículo mantiene un tono doméstico sobre la democracia, como algo americano. No
parece que las consecuencias para la periferia se tengan en consideración, si
bien han sido muchas y graves. Oriente Medio y Afganistán, los efectos
económicos en cadena sobre la economía mundial por su proteccionismo, el apoyo
a determinadas dictaduras y los incidentes consecuentes, su apoyo a los
populismos internacionales (como en el caso del Brexit) han mostrado que si los
norteamericanos conscientes están preocupados, el resto del planeta no lo está
menos.
Es poco probable que Trump termine el mandato si sigue esta
línea. De lo que se trata es de sacarle de la Casa Blanca sin que los
norteamericanos padezcan un trauma democrático para el resto de su historia y
pierdan la inocencia... y los argumentos.
El dilema es comprensible. Los norteamericanos se han desprendido de sus
presidentes de formas variadas, de los atentados al "impeachment" y dejando de votarlos
cuando no están satisfechos. Pero no ha habido ningún golpe de Estado y
menos militar. La cuestión a la que contesta indirectamente el artículo es la si debe existir un "secretario de
defensa" opuesto al presidente ("...the president’s opponents make
the same dangerous mistake when they demand a secretary of defense who acts to oppose
his or her own president", escribe la señora Schake), lo que técnicamente
sería una especie de "insubordinación". Pero esta perspectiva está
vetada en el análisis norteamericano de su propia democracia. Es mejor no
pensar lo impensable.
Si Donald Trump sigue cometiendo errores en la política de
Defensa, lo que ocurrirá es que se acelerarán los mecanismos de búsqueda de una
salida inmediata del presidente. La zona de Oriente Medio está preguntándose ahora mismo por las consecuencias en cadena que las retiradas de Siria y Afganistán tendrán. Lo mismo Europa.
El daño que Trump está haciendo a la democracia
norteamericana es enorme. Lo está haciendo además en otro sentido: está
afianzando las políticas autoritarias en el exterior en aquellos regímenes que
lo usan como muestra de las debilidades e imperfecciones de la democracia. La
democracia siempre ha sido ejemplar, para bien o para mal. Si beneficios son
mostrados, pero también sus defectos. Y estos se usas para hacer ver a los que
no la tienen que no se están perdiendo mucho. Con un agravante en el caso de
Trump: fuera se hace ver que los militares son más patriotas y competentes que
sus políticos, por lo que habrá algunos que lo están usando como propaganda
negativa.
En la CNN, Peter Bergen habla de James Mattis como el hombre que le dijo al emperador que iba desnudo. En el caso de un exhibicionista como Donald Trump, la cuestión no es tan sencilla. Su desnudez para él es virtud y si ignorancia su mayor energía. Si venía a acabar con los profesionales de la política, ¿por qué no con los militares? Se nuevo apelará al pueblo directamente y se les ofrecerá como remedio.
Los norteamericanos se están enfrentando a situaciones y dilemas morales o profesionales de gran envergadura. En su concepción de un "comandante en jefe" no ha entrado un Trump como perspectiva, aunque sí algunos aventuraron la llegada del gran demagogo y los peligros que traería. Ahora lo tienen.
La salida, en efecto, debe estar más allá de los "tribunos". Son los políticos los que deben resolver el problema que han creado al llevar a Trump en volandas a la Casa Blanca.
* Kori
Schake "The Generals Won’t Save Us" The New York Times 24/12/2018
https://www.nytimes.com/2018/12/24/opinion/mattis-trump-civil-military-relations.html
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