Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En
estos días he tenido ocasión de disfrutar de un ambiente separado del mundo
estúpido, casi un Shangrila, en forma de jornadas de investigación con mis
doctorandos y algunos otros en lo que hace tres años llamamos "Mujeres de
3 Culturas", una forma de poner sobre la mesa las experiencias
interculturales y la forma de mejorarlas, vistas desde la perspectiva de la
situación de las mujeres en su entorno, estudiando sus limitaciones y sus
aspiraciones, la distancia entre ambas. Las "3 culturas" provienen de
la diversidad de mis doctorandos, una enorme riqueza, que puesta en conjunto
disfrutamos todos, pues podemos acceder a esas culturas a través de las
personas que las viven y conocen bien directamente.
Hoy,
dentro de un rato, comenzaremos la tercera sesión tras otras dos maratonianas,
con ponencias, proyecciones y mesas redondas. Es nuestra forma de poner en
marcha lo que aprendemos sobre la realidad misma que vivimos. Mientras que los
físicos, pongamos por caso, se buscan lo regular que acaba en leyes, nosotros
buscamos la diversidad que lleva a la complejidad del mundo, sus
transformaciones y resistencia constantes, el diálogo entre distintos que
buscan entenderse.
Como no
tenemos interés en batir ningún récord de velocidad —algo que obsesiona últimamente
al mundo académico— nos damos el tiempo suficiente como para profundizar en los
objetos que nos sirven de entrada a las situaciones culturales pasadas y
presentes, para tratar de comprender el mundo que nos rodea y, si es posible,
ayudar a mejorarlo. Como institución educativa, la misión de la universidad es
transformar las mentes a mejor desde el conocimiento que vamos produciendo. Y
así tratamos de hacerlo.
Como no
podía ser de otra manera, una de las discusiones más intensas se produjo en una
de las ponencias sobre los problemas de las niñas chinas que llegaron a España mediante
la adopción internacional. Se habló de la crisis de identidad que se produce,
de lo difícil que es traspasar la frontera de la adolescencia, ya de por sí una
crisis de identidad, sumándole la cuestión de la identidad cultural. La
diferencia la llevan en el rostro y deberán enfrentarse a ella a lo largo de su
vida. Se habló de cómo algunas lo superan, pero otras viven en un estado de
tristeza porque, más allá de sus familias y amigos, pueden encontrarse un clima
hostil, fruto de la creciente xenofobia.
Fue
aquí cuando se produjeron intervenciones desde las experiencias de personas que
habían vivido en su propia vida la distancia agresiva que se les impone en la
calle, en la escuela o en cualquier lugar alejado de las personas que las
valoran. Pero el mundo exterior —al de familia y amigos— está lleno de personas
que se consideran con derecho a juzgar a los demás por sus rasgos, vestimentas
o por cualquier otro hecho diferencial.
El
diario El País de hoy trae una noticia con el siguiente titular: "Un
abogado entra en cólera cuando escucha hablar español a unos dependientes en
Nueva York" y explica en el encabezamiento "Aaron Schlossberg, un
abogado estadounidense, insulta a los clientes y camareros de un restaurante en
Manhattan". Lo ha dicho en una ciudad en la que, según señala el diario,
una cuarta parte habla en español. Los hechos han producido (como ha sucedido
en grandes sectores en Estados Unidos) irritación y recogida de firmas pidiendo
su inhabilitación como abogado.
La
cuestión: somos más sensibles al racismo exterior que al interior, vemos antes
la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, según señala el refrán. Las
experiencias que los presentes en la sesión de ayer sacaron a la luz son
similares a las de los camareros hispanos amenazados por el cliente con dar los
datos a los servicios de inmigración.
Tenemos
que dejar de percibir estas cuestiones como ajenas cuando las estamos viviendo
en nuestro propio país.
El
mundo está viviendo una oleada de populismo, cuyas raíces son el racismo y la
xenofobia. La búsqueda constante de
diferencias que justifiquen la excepción de los "pueblos" y
"naciones", conceptos surgidos al hilo del derrumbamiento del Antiguo
Régimen, cuando "pueblo", el populacho, tenía un sentido de propiedad
de unos señores. Las guerras de religión o de intereses nobiliarios se
sustituyen por las territoriales, por las fronteras, como ocurre en la Europa
del siglo XIX.
Hoy por
medio mundo hay abogados como el de Nueva York marcando límites y derechos
según el color, la lengua o la religión. Él ha decidido —desde su ignorancia
prepotente— qué es "América" y cómo se debe hablar "allí".
Él es el poderoso, el que tiene acceso a la ley y a los influyentes como para
pisotear primero y expulsar después. Él manda. ¡Qué pronto ha olvidado el
abogado Aaron Schlossberg su pasado!
Los
países están sacudidos por los discursos de políticos populistas sin escrúpulos
que adulan a sus votantes diciéndoles lo especiales que son en el Historia,
cómo otros países les parasitan robándoles lo que ellos tienen, puestos de
trabajo, la sanidad, la educación, etc. El mundo les envidia y vienen a
quedarse con todo lo que puedan. Ese es el mensaje que escuchamos desde el
abogado de Nueva York al reciente mal jurado
presidente de la Generalidad, cuyos vergonzosos escritos supremacistas salen a
la luz estos días.
Nuestro
debate nos llevó a tres ámbitos muy concretos pero esenciales. El primero ya lo
hemos señalado: el crecimiento de la narrativa xenófoba dentro de los discursos
políticos (el Brexit ha sido un ejemplo, pero todos los discursos populistas
incorporan este tipo de planteamiento en Europa). Hay que denunciar estas
formas en los políticos y no dejarse arrastrar por ella. Las frustraciones de las
crisis económicas traen la tentación xenófoba y racista.
Pero
hay otros dos elementos de enorme importancia. Me refiero al sistema educativo
y a los medios de comunicación. El sistema educativo es esencial para la corrección
de este problema para lo que se exige una actitud firme y decidida, vigilante y
preventiva, por parte de toda la comunidad educativa, de la Primaria a la
Universidad. El racismo y la xenofobia tienen su aprendizaje, su proceso de
formación. Una escuela con niños de decenas de países pueden ser modelo de
buenas o malas costumbres; allí se puede aprender a dialogar y compartir o a
odiar y despreciar.
El
alcance e importancia del problema hace que no haya que esperar a que se
produzcan incidentes para intentar calmarlos. Es necesario tomar una postura
activa de enseñanza de la convivencia y del respeto. Sin eso, nuestras
sociedades generarán mucho dolor e ira, que se volverá sin defensas frente a
los demagogos que usan la xenofobia en sus programas. El ejemplo claro fuera de
Europa es Donald Trump, uno de cuyos votantes (y donante) es el abogado que se
siente insultado cuando escucha hablar en español. Pero Europa tiene gobiernos
que fomentan la xenofobia y el racismo como políticas o como actitudes que son
llevadas a la práctica por los ciudadanos como el abogado.
Finalmente,
con una enorme responsabilidad, están los medios de comunicación. Al igual que
hay una sensibilidad activa frente al sexismo, se debería empezar a crear una
conciencia de que mucha de la información que se transmite tiene un sesgo
xenófobo. Hay que empezar a distinguir a los gobiernos de los pueblos, dejar de
usar el lenguaje falaz que hace que lo que uno sea se le aplique a todos.
La
búsqueda de titulares impactantes, las explicaciones que usan metáforas
negativas ("cómo te roban el
empleo", etc.) se convierten en alimento de la xenofobia. Debería
abordarse este problema desde los propios medios, quizá creando un "observatorio" que analizara y
realizara informes sobre los errores mediáticos que contribuyen al aumento de
la xenofobia. Por supuesto, no podemos ser ingenuos: habrá medios que vivan de
ese sentimiento vendiendo más. Allá cada uno con los límites de su conciencia y
con los límites de las leyes.
Es
importante que se reconozca que existe el problema porque solo así es posible
intentar solucionarlo o reducirlo. Cada uno lo hace a su manera y desde su
puesto. A nosotros nos concierne investigar y comunicar a la sociedad lo que
encontramos problemático.
Las investigaciones
sobre la comunicación intercultural, los estereotipos y su reproducción
mediática, las manifestaciones sociales de xenofobia, etc. son necesarias. Y es
importante escuchar a aquellos que lo padecen porque tendemos a atenuar nuestros
defectos y pensar que son hechos aislados, que no somos así. Pero cuando escuchas las experiencias de muchas
personas que las viven de forma cotidiana, debes reaccionar.
Hay muchos como el abogado Schlossberg por nuestro país. Son personas que te preguntan "¿qué haces aquí?", "¿a qué has venido?","¿, por qué no aprendes correctamente mi idioma?", "¿háblame en cristiano?", etc. Se siente poseídos por algún tipo de dios local que le mueve a proteger la patria de los invasores, la lengua de sus corruptores, etc. Hay que empezar a decirles que vivimos en un mundo distinto. Hay que vencer esos discursos no mirando hacia otro lado. De no hacerlo, nuestro mundo perderá mucho, quedará empobrecido por la reducción del aislamiento y contaminado por el odio constante.
El diario El País denuncia un caso de racismo en Nueva York. Me parece muy bien, pero debería empezar a reservar páginas para los casos que tenemos aquí y que no vemos porque no miramos. Debería preguntar a las personas que padecen la xenofobia o preguntarse si cumple siempre con sus premisas. Los problemas de lejos están lejos. Como personas, como sociedad, como instituciones tenemos que hacer examen de conciencia y enfrentarnos a nuestros propios errores.
*
"Un abogado entra en cólera cuando escucha hablar español a unos
dependientes en Nueva York" El País 17/05/2018
https://elpais.com/internacional/2018/05/17/mundo_global/1526579532_766826.html
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