Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Sigo
sin entender el razonamiento de Theresa May. Sigo sin entender porque si los
británicos la votan más significa que la Unión Europea debe ceder a sus
chantajes. Como nueva "dama de hierro", la señora May está
bastante oxidada en sus métodos.
Puede
que tenga a Kipling en su cabecera y sueño con un futuro colonial. La práctica
que ha propuesto de gravar a los empresarios que contraten extranjeros no
arreglará nada sino que pondrá en más dificultades a la economía británica
además de granjearle las enemistades de todo el mundo. ¿Empezaremos a cobrar a
los británicos impuestos especiales para equilibrar? ¿Les cobraremos el doble
las cervezas?
Los
conservadores británicos no están aprendiendo nada de lo que ocurre con su
amigo Donald Trump. Reino Unido se equivocó en el Brexit y se está volviendo a
equivocar con la campaña bélica que está planeando.
Hay
algo que falla en la política que es lo que podríamos llamar la armonización de
los niveles. Está claro que nuestras políticas se desarrollan hoy en diversos
niveles: los locales y los internacionales. Tratar de jugar en uno para
conseguir ventajas en otro no es sino un despropósito que tendrá consecuencias
nefastas. Theresa May, por ejemplo, trata de crear problemas en la Unión
Europea pensando que eso le fortalecerá en su toma de posición en el plano de
la política británica. ¿Pero todavía no han aprendido de lo ocurrido con David
Cameron y del desastroso resultado de jugar con fuego en Europa y después quedar
debilitado en Reino Unido?
Mientras
la Unión Europea le dice que lo primero es salvaguardar los derechos de los
ciudadanos, tanto británicos en Europa, como europeos en Reino Unido, la señora
May, enfebrecida, ha empezado a legalizar a los extranjeros como parásitos de
la economía británica y a penalizarlos.
No sé si con ello conseguirá votos, pero está claro que de cara a la
negociación del Brexit solo conseguirá que vayan a por ella directamente.
Juncker
dijo que May vive en otra galaxia después de encontrarse con ella. Ahora
comprendemos lo distante que está esa galaxia y las extrañas reglas físicas y mentales
que la rigen. O quizá, como el Principito, viva en su propio planeta a la
espera de que le visiten personajes como ese Rudyard Kipling colonial o los
fantasmas de la Europa pasada, la Europa presente y de la Europa Futura.
May
quiere el poder (qué político no lo quiere) no precisamente para frenar a
Europa sino para frenar las protestas que va a tener dentro en cuanto que
empiece a aplicar un programa populista y ultra conservador. El argumento de que eso servirá para frenar a Europa se cae solo. Sabe que podrá echar la culpa a Europa de todo lo que no le salga bien y eso no es bueno para nadie. El Brexit —hay que recordarlo— ganó, pero con una fuerte oposición.
Penalizando
a las empresas que contraten extranjeros, May excede el mero proteccionismo. Va más
allá y entra en una clara xenofobia y discriminación, pues eso obligará a
salarios más bajos para los extranjeros. El efecto se verá pronto en los
salarios generales. Puede que se lleven sorpresas.
Tras el
triunfo de Trump, May se prometía un escenario europeo muy distinto, débil y
atacado desde cuatro frentes: USA, Gran Bretaña, los antieuropeos dentro (Marine
Le Pen, Geert Wilder, etc.) y la inmigración de Oriente Medio. La conjunción de
los dos últimos, reforzándose mutuamente, ayudaría a debilitar internamente a
Europa que quedaría a los pies de Gran Bretaña y Estados Unidos, el nuevo eje,
escenificado estúpidamente con la salida de la mano de Trump y May.
Sin
embargo, tanto Trump como May han jugado el papel contrario: han reforzado la Unión
Europea y en las elecciones celebradas en diferentes países se han visto al
viento banderas de la Unión, algo poco frecuente. La gente ha comenzado a darse
cuenta de la importancia de Europa y del peligro de estos personajes que juegan
con los nacionalismos populistas. Los valores europeos son otros.
En este
sentido, las próximas elecciones serán las alemanas y parece que la victoria de
la esencial Angela Merkel se va viendo cada vez más clara. Junto con Emmanuel
Macron han planteado una refundación de los principios europeos para evitar que
se juegue con los euroescépticos.
Lluis
Bassets, en el diario El País, escribe refiriéndose a Macron y Europa:
La gesta inesperada de Macron tiene
trascendencia europea y global. De Francia llega, una vez más, como ha sucedido
tantas veces en la historia, un mensaje con pretensiones de universalidad y
ejemplaridad. Su elección ha cortado en seco el ascenso de los populismos en el
campo de batalla decisivo. Que haya pasado este peligro no significa que todo peligro
haya pasado. Las fuerzas de la regresión están ahí y ahí seguirán si nadie hace
nada por desarmarlas y por hurtarles el motivo de su revuelta. Pero esta
victoria europeísta y liberal marca en el peor de los casos un respiro y en el
mejor de todos un cambio de tendencia.
No se ha producido el mortífero tres en raya
—Brexit, Trump, Marine Le Pen—, pero la llegada de Macron al Elíseo es también
la respuesta francesa y europea a la deserción anglosajona del orden global
internacional y europeo del que Londres y Washington eran socios principales y
fundadores. Como en otras ocasiones en la historia, Francia aprovecha el hueco,
aunque en este caso con la bandera europea por insignia, para reequilibrar la
globalidad averiada primero por la crisis financiera y ahora por la rendición
nacionalista de estadounidenses y británicos. Una vez librada y ganada la
batalla en Francia, ahora corresponde librarla y ganarla, primero en Europa,
convenciendo a Alemania para que relaje su sacrosanto rigor económico, y luego
desde Bruselas en la escena internacional, devolviendo a los europeos el lugar
que les pertenece como jugadores globales, a la par con las grandes potencias,
Estados Unidos, China y Rusia. Vasta tarea, en palabras gaullistas.*
Ver el
peligro tan cerca ha sido importante; pero mucho más reaccionar a tiempo. Francia
ha hecho su parte y ahora todos debemos hacer la nuestra: hacer la mejor y más
justa para los ciudadanos europeos. A diferencia de lo que hacen Trump y May no
se trata de prometer futuros imperiales, temor y temblor.
Los
europeos, a dios gracias, tenemos que idearnos nuestro futuro, diseñarlo sin
necesidad de ir por delante de nadie ni sacar imperios de la manga. La vieja
Europa es, en realidad, el sueño más moderno. Lo más viejo —sin duda— es el
futuro victoriano que proclama la señora May para sus conciudadanos o el militarista
y agresivo del señor Trump. No hay modernidad,
solo volver a la isla.
* Lluis
Bassets Macron, espejo y modelo 14/05/2017
http://internacional.elpais.com/internacional/2017/05/12/actualidad/1494603948_859911.html
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