Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los votos
son los votos y una vez que se han abierto las urnas y contado, hay lo que hay.
Se pueden hacer especulaciones sobre las causas y mostrar preocupaciones por el
futuro que se abre ante todos, pero la decisión de los Estados Unidos está
sobre la mesa y los primeros que tendrán que sufrir o disfrutar de su elección
son ellos mismos.
Han
elegido a un presidente que presume de manosear a las mujeres, que considera
delincuentes y violadores a sus vecinos del Sur, que desconoce su propia
constitución, que presume de evadir impuestos a través de sus bien pagados
abogados, que ha llamado a Alemania "república islámica" y que hoy
festejan en Rusia, celebra la extrema derecha antieuropeísta, que ha hecho
feliz al Ku Klux Klan y a los poseedores de armas, y que apuesta por deshacer
la OTAN, que cree que el cambio climático es un invento para frenar a los
Estados Unidos, que carece de cualquier experiencia política... y un sinfín de
cuestiones que se irán revelando poco a poco conforme tome posesión de la Casa
Blanca.
Ellos
sabrán.
The New
York Times titula "World Awakes to Shock and Uncertainty at Prospect of a
Trump Presidency". No creo que sea exagerado, pues bastaba con ver las
caras, los tonos de voz de los comentaristas de las televisiones. Anoche, durante
la elección, la única televisión que mostraba simpatía hacía Donald Trump era
la RT rusa, cuyo canal en español sostenía que no se había comprendido bien al
candidato. Creo que nunca ha habido un candidato al que se comprendiera mejor,
que fuera más claro en sus carencias, fobias y filias en todos los campos.
Donald Trump ha tenido una opinión sobre casi todo y cada una de ellas ha sido desmenuzada
mostrando las enormes falacias cuando no mentiras se escondían detrás de ellas.
Pero ha sobrevivido y ha ganado.
Los temores de muchos sobre lo que Trump representa han sido poco transformados en los temores
sobre los que Trump representa. Creo
que pronto se pudo ver que no era posible que el voto a Trump fuera solo un
voto a favor de sus ideas descabelladas sino que iba aunando un sentimiento en
contra de lo que Obama había representado. En este sentido, la aceleración
final del presidente en dos casos, Cuba e Irán, han servido para que Trump
mostrara ante la sociedad americana una debilidad o un entreguismo que le hizo
construir su idea de hacer "grande" a América de nuevo.
Era lógico que así fuera, pues Trump ha carecido de un
programa coherente y se ha alimentando de las frustraciones sociales
canalizándolo contra lo que ha convencido a la gente que era el
"establishment". Esta parece ser la palabra clave para intentar
explicar lo ocurrido. ABC titula "La derrota de Hillary Clinton, un golpe
al establishment y un freno a las reformas de Obama". El País tituló allá
en febrero, de forma clara, "Nadie quiere ser 'establishment'".
Será necesario repensar esta palabra en este momento de
la Historia en que, parece ser que se han superado las ideologías como tales (o han
adquirido una nueva retórica de encubrimiento) y se crean dos grandes bloques,
el que representa el sistema o establishment y el que se presenta bajo las consignas
del populismo. La estrategia de la comunicación política consiste en atraer el
descontento que el propio sistema produce, canalizar la ira y la frustración
contra el oponente y presentarse como alternativa al sistema.
Esto solo es posible en unas sociedades en las que las
personas perciban que están desatendidas, que se trabaja en favor de los grupos
económicos, políticos o de cualquier otra naturaleza en lugar de por ellas. En
España a esto se le ha llamado la "casta" y ha funcionado también.
Por Europa lo han hecho desde ideologías distintas, en unos casos canalizando
la ira hacia la Unión Europea, responsabilizándola de las crisis, desatención,
etc. para regresar a posturas ultranacionalistas, en otro caso lo que se ha
utilizado son los diferencias económicas como eje principal, planteándolo como
una cuestión de privilegiados y olvidados. Pero funciona, según hemos podido
ver, muy bien. Sus argumentos son sencillos y eficaces; se llama la atención y
se consiguen resultados rápidamente en función del desapego.
La idea de que nadie quiere ser el establishment es de gran
importancia porque implica una percepción de las instituciones públicas y de la
política misma realmente problemática. Este esquema funciona y se puede
mantener desde el poder, estigmatizando al otro y convirtiéndolo en amenaza
para el pueblo, cuya identidad ha sido absorbida. Es el caso venezolano, en
donde el populismo se ha quedado sin pueblo, representa ya el establishment
pero sigue usando la misma retórica.
El populismo adquiere el lenguaje de una oposición constante
aunque esté en el poder, de ahí la necesidad de la amenaza exterior, real o
ficticia, de sembrar el miedo, otra emoción primaria que se utiliza. El racismo
y la xenofobia participan de la misma manera en el populismo: es la amenaza
interior, el miedo a perder una ficticia identidad nacional ante la presencia
de los extranjeros, los inmigrantes, etc. Eso le ha funcionado a Trump, como lo
ha hecho en Reino Unido o en Alemania, Grecia o Francia, cada uno con sus
peculiaridades.
Lo que la victoria de Donald Trump demuestra lo hemos ido
repitiendo durante la campaña: la necesidad de mantener la idea de la
democracia y de la política limpias. La desafección política hace caer en manos
del populismo. Se deja de pensar racionalmente y se basa en un sistema de
emociones primarias que despiertan lo peor y anulan la convivencia. Estados
Unidos son ya dos países compitiendo por un mismo espacio. Es el efecto de las
políticas populistas de la divergencia frente a las políticas democráticas que
deben buscar la convergencia.
La estrategia de la polarización funciona, no hay duda.
Convierte a los partidos en irreconciliables, incapaces de llegar a cualquier
tipo de acuerdo, y a los electores en enemigos que se sienten agraviados frente
a los otros, que perciben de una forma radicalizada.
La estabilidad de la sociedad pasa por solucionar los
problemas e irlos reduciendo. La radicalización es peligrosa. Por eso la
política tiene que cambiar, tiene que buscar una mayor conexión con la
sociedad, no aislarse, porque hoy es posible agruparla mediante técnicas de
comunicación que construyen las polaridades.
La idea del establishment como fuerza opuesta al pueblo es
poderosa y fácilmente construible si se carece de prejuicios y si el otro lo
favorece. La experiencia de Hillary Clinton, senadora, secretaria de Estado y
ex primera dama, se ha vuelto contra ella. Ha sido percibida como parte de un grupo
que secuestra el gobierno en su beneficio. Esos mismos argumentos no solo han
sido usados por Trump, sino por sus mismos correligionarios, los demócratas seguidores
de Sanders, que hicieron lo mismo: Hillary era la "casta". De esta
forma, se ha acumulado contra ella toda esa inercia más la fuerza republicana.
También Trump la utilizó durante las primarias republicanas.
Él era el "refresco" frente al propio establishment; llegaba desde el
pueblo y para el pueblo. Mitt Romney intentó la estrategia del "empresario"
de éxito, pero no le funcionó frente a Obama; también era un intento de
presentarse como el refresco frente al sistema, pero era un político
profesional, gobernador del estado de Massachusetts e hijo del ex gobernador de
Michigan. Trump, por ejemplo, se ha enfrentado a un tercer Bush que aspiraba a
la Casa Blanca.
La base de todo ello es la desafección política. Ahora Trump
está en la Casa Blanca para un periodo en el que veremos cómo funciona y
quiénes son las fuerzas que realmente han estado apoyándolo desde dentro y
fuera.
Habrá que ver y temer cuáles son sus acciones y
especialmente cuál es su retórica una vez que él forma parte esencial del
poder. Veremos si los hackers rusos siguen filtrando correos o si el FBI tiene
tanto empeño en investigar sus negocios como ha hecho con otros.
El mundo se nos está llenado de figuras autoritarias y
populistas, nacionalistas, nada dialogantes. Se nos llena de Putin, Erdogan,
Maduro... que consiguen el poder, y muchos otros más que se lanzan al mundo
político sosteniendo que está podrido y que ellos son la salvación.
No es casual que sea la ultraderecha europea la que más
contenta está con Trump; tampoco que Putin se sienta más contento ante una
posible desprotección de Europa que obligue a bajar la presión sobre él. No lo
es tampoco que El-Sisi viera en Trump a un líder
fuerte en su viaje a Estados Unidos. Admiradores, imitadores,
justificadores de las formulas autoritarias, cada vez más. Y menos libertades,
menos diálogo, más violencia.
Que los norteamericanos hayan elegido a Donald Trump es un
gran fracaso colectivo de los Estados Unidos y un muy mal mensaje al mundo. Estaban en su derecho El
respaldo que han recibido los que han admirado su desprecio por mujeres,
minorías, la ciencia, la cultura, las relaciones con aliados, etc. les concede un sentimiento de victoria sobre el resto de los norteamericanos que difícilmente
se va a poder soportar. Ahora están eufóricos. Veremos cómo son las cifras de
los Estados Unidos en poco tiempo.
Es un gigantesco fracaso de los republicanos, que se verán
ahora obligados, sin remedio, a enfrentarse al hecho de haber llevado hasta la
Casa Blanca a alguien que no ha pertenecido a su partido, que ha destrozado a
sus candidatos y sobre el que van a tener serios problemas en cuanto que
empiece a tomar decisiones. Es un fracaso de los demócratas que, frente a Trump
no han sido capaces de proponer una alternativa que poder respaldar con más
entusiasmo.
Los votos son los votos. Los motivos por los que cada uno
haya votado serán diferentes, pero todos se suman. Esperan tiempos duros para
muchos y de gran incertidumbre ante un presidente sin experiencia política y
con ideas que todos han coincidido en calificar como descabelladas e
ignorantes. La gran pregunta es, entonces, si no cabe duda de ello, ¿cómo se
consigue que sean atractivas frente a lo más razonable?
Una vez producido el hecho, lo que queda es reflexionar
sobre el camino recorrido, analizarlo y prever que habrá imitadores aplicando
la receta de la división social, de la estigmatización de la política, que
necesita ser rescatada por el pueblo representado por populistas de distinto
pelaje. La receta es fácil, el coste social muy alto. El modelo norteamericano
es único, es cierto, las estrategias se adaptan a las circunstancias.
Mientras partidos políticos y políticos demócratas no entiendan que la democracia es un bien frágil, que se puede deteriorar en los choques que debilitan el sistema, que tienen la obligación no de protegerse ellos, sino de proteger y mejorar el sistema democrático para poder atender mejor a los pueblos, avanzarán las figuras como Donald Trump o grupos que juegan con las mismas tácticas, en la derecha y la izquierda. Todo surgen de aprovechar el distanciamiento de la política y los políticos.
Los más moderados lo han calificado de terremoto mundial.
Ahora hay que esperar la llegada de las réplicas.
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