Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
prensa egipcia se enfrenta a un nuevo reto: el parlamento. En circunstancias de
normalidad, en cualquier país que pueda ser considerado mínimamente democrático,
que una cuestión se debata en el parlamento es siempre una buena noticia porque
los parlamentos democráticos suelen tener algún apego a la democracia y a las
libertades. No es lo que ocurre en el parlamento egipcio, un conglomerado para
el apoyo al líder militar con las honrosas excepciones de aquellos que han
llegado a tomar un escaño desafiando al poder. Son muy pocos, pero tienen el
mérito de haber llegado a su escaño por encima de todas las dificultades que
supone presentarse para decir algo distinto a las versiones oficiales.
De
hecho, el conflicto actual con la prensa se basa en el derecho a decir algo distinto a lo que el régimen
considera no solo versiones oficiales sino verdades
absolutas. Cualquier divergencia con lo que el gobierno plantea conlleva
las acusaciones por mentir, incitar a las revueltas, falta de ética profesional
y toda la sarta de tonterías de este tenor con las que el régimen egipcio se arropa
para intentar aparentar ser el espejo de la moralidad, la libertad y cuantas
virtudes les apetezca atribuirse. No hay mayor ridículo del que no se quiere
reconocer tirano y pretende entrar en la Historia por la puerta grande.
Hay que
reconocerle una cosa: le hubiera gustado que todo esto no se hubiera producido.
En su momento intentaron algo insólito, como fue un pacto con los editores y directores para que quedaran al margen de
la crítica jueces, policías y militares. En esos momentos El-Sisi todavía creía
que la sociedad egipcia, que le había aclamado en persona, besado en efigie y
considerado un regalo monoteísta, aceptaría cualquier cosa. En esta categoría
se encuentra el borrar del mapa a todo el que discrepara. Fue lo que hizo
cuando pidió permiso a los egipcios, un signo para que le dejaran hacer lo que
había que hacer. Los egipcios se manifestaron a su favor sin saber muy bien en qué
consistía ese lo que había que hacer,
que resultó ser una matanza y una represión brutal de los islamistas que
después se ha ido extendiendo a todos los que discrepaban de su política,
incluidos los que le apoyaron para librar a Egipto de los islamistas.
Hay que
volver a recordar, puesto que se olvida muy a menudo, que a Mohamed Morsi le
había llamado la atención toda la comunidad internacional por lo que estaba
haciendo en Egipto. Morsi se presentó ante todos como una alternativa plural, capaz de integrar a todos los
que no querían apoyar a los militares, que presentaron su propio candidato, Shafiq.
Cuando llegó al poder se le acabaron las sonrisas y empezó una acelerada
"hermanización" —una islamización— de Egipto, excluyendo de los
debates constitucionales a todos los que no fueran islamistas, es decir,
haciendo tándem con los salafistas, que sacaron buena tajada. Comenzaron las
persecuciones a las minorías religiosas coptas, con asaltos a iglesias y demás
incidentes graves y se comenzó a legislar contra
las mujeres.
La visita de Morsi a Alemania pocos meses antes de su derrocamiento escenificó la reprimenda de Merkel a la situación egipcia. Morsi dijo que a él no le decía nadie lo que tenía que hacer y siguió en la misma línea. El "primer presidente elegido democráticamente", como habitualmente se le recuerda, tuvo un comportamiento muy poco democrático. Fue tan prepotente como los demás y si no pudo hacer más daño fue porque nunca llegó a controlar al ejército, que se le frenó en cuanto a los controles gubernamentales de su presupuesto, que es por donde quería entrar. Morsi intentó llevarse bien con los militares haciéndoles ver que no le interesaba controlar sus privilegios, pero estos tenían claro que no se podían fiar de él, conclusión a la que habían llagado todos, nacional e internacionalmente. La mayor evidencia es que el único que le apoyó realmente (o quizá teatralmente) fue Recep Tayyip Erdogan, del que tampoco se fía nadie y que está practicando la misma política restrictiva de recorte de libertades en Turquía como puede apreciarse en la información de cada día.
El-Sisi es un oficial de Inteligencia. Cree en la propaganda y en la contrainformación, que son su yin y su yang. El sistema de control de la opinión pública se basa en su control de la información.
Tienes una mayoría de medios que controla tanto en el campo privado —los empresarios que le apoyan— como en el sector público, con los medios estatales. Pero la desastrosa gestión de la política, la economía, la seguridad, etc. han hecho que el control actual de los medios se vuelva conflictivo. Las promesas de la hoja de ruta no pueden ocultar el abandono de los políticos y grupos que le apoyaron inicialmente creyendo en sus promesas de que en Egipto no habría un gobierno militar y que él, personalmente, no estaba interesado en el poder. El problema se solucionó colgando el uniforme y en contar que había tenido un sueño en el que se le pedía que asumiera los destinos de Egipto.
La visita de Morsi a Alemania pocos meses antes de su derrocamiento escenificó la reprimenda de Merkel a la situación egipcia. Morsi dijo que a él no le decía nadie lo que tenía que hacer y siguió en la misma línea. El "primer presidente elegido democráticamente", como habitualmente se le recuerda, tuvo un comportamiento muy poco democrático. Fue tan prepotente como los demás y si no pudo hacer más daño fue porque nunca llegó a controlar al ejército, que se le frenó en cuanto a los controles gubernamentales de su presupuesto, que es por donde quería entrar. Morsi intentó llevarse bien con los militares haciéndoles ver que no le interesaba controlar sus privilegios, pero estos tenían claro que no se podían fiar de él, conclusión a la que habían llagado todos, nacional e internacionalmente. La mayor evidencia es que el único que le apoyó realmente (o quizá teatralmente) fue Recep Tayyip Erdogan, del que tampoco se fía nadie y que está practicando la misma política restrictiva de recorte de libertades en Turquía como puede apreciarse en la información de cada día.
El-Sisi es un oficial de Inteligencia. Cree en la propaganda y en la contrainformación, que son su yin y su yang. El sistema de control de la opinión pública se basa en su control de la información.
Tienes una mayoría de medios que controla tanto en el campo privado —los empresarios que le apoyan— como en el sector público, con los medios estatales. Pero la desastrosa gestión de la política, la economía, la seguridad, etc. han hecho que el control actual de los medios se vuelva conflictivo. Las promesas de la hoja de ruta no pueden ocultar el abandono de los políticos y grupos que le apoyaron inicialmente creyendo en sus promesas de que en Egipto no habría un gobierno militar y que él, personalmente, no estaba interesado en el poder. El problema se solucionó colgando el uniforme y en contar que había tenido un sueño en el que se le pedía que asumiera los destinos de Egipto.
Con
estos pobres argumentos se construye la fantasía egipcia que consiste en creer
que los militares no tienen responsabilidad en los desastres ni en la represión
durante décadas y que El-Sisi solo se basta para salvar al país. Estas dos
falacias bastan para manejar a una gran parte del pueblo egipcio que ha sido
adoctrinado en la adoración del Ejército como única institución que puede
evitar: a) el caos interno y b) frenar las conjuras y agresiones externas.
En este
contexto se presentan dos grandes enemigos internos: la prensa y los partidos
políticos, ambos incitadores de la división. Como alternativa se presentan
"movimientos" (en la mejor tradición franquista de superación del
sistema partidista liberal, invento de Occidente) para asumir el poder basados
en figuras caudillistas y mesiánicas, salvadores de la patria del caos y de sus
propios defectos históricos, correctores de los desvíos.
Las
líneas nacionalista (militares, patrióticas) y religiosa (el moderado faro
musulmán egipcio) se convierten en las principales bazas frente a los que
pedían la modernización democrática
de Egipto. Atrás quedan todas las reivindicaciones de la revolución de un
gobierno sin militares ni clérigos. Los egipcios tendrán los dos, pero con un
discurso que dice lo contrario, identificándose la política llevada a cabo como
un "renacimiento" político y religioso. Pero esto se traduce en la
práctica en la persecución y encarcelamiento de demócratas de todos los
partidos, de los movimientos revolucionarios, los jóvenes, feministas,
homosexuales y ateos, es decir, en pisotear los derechos humanos que defienden
las opciones personales, la libertad de expresión, etc. Todo ello se presenta
como un ejercicio virtuoso para defender al país al islam o a ambos a la vez.
Incluso Occidente debe dar las gracias.
La contrainformación
le sirve para controlar todas aquellas críticas que suscita la situación y
dirigir los medios contra las personas que discrepan o abandonan el proyecto
que han diseñado. Lo hacen porque entienden que se trata de una dictadura
camuflada por la propaganda del régimen, apoyada en la proverbial mitomanía del
egipcio, siempre anhelante de figuras enviadas
a que su cumpla su restitución histórica, algo que el poder cultiva con esmero. Es aquí donde las dotes de El-Sisi como experto en Inteligencia militar
comienzan a naufragar al ser llevadas al campo político.
La
venda se va cayendo poco a poco de los ojos de muchos egipcios que se dan
cuenta que se les ha manipulado para que el viejo régimen, el único que queda
del lado del presidente, regrese y se apodere, muy ufano, de los restos. Los
egipcios ven cómo regresan los magnates y políticos a los que habían puesto
presuntamente en fuga con la revolución. Muchos de los apoyos del presidente
provienen del régimen de Mubarak, lo que causó, por ejemplo, la dimisión de su
director de campaña electoral en Alejandría. Muchos egipcios creían honestamente en el régimen; ahora se dan
cuenta que las sonrisas y promesas ya no se pueden mantener y que es la
tendencia represiva la que está imponiéndose.
Y las
evidencias llegan a través del sector en el que tenían más esperanzas: el
turismo. Por mucha propaganda que el sistema pueda manejar, la evidencia de la
caída espectacular del turismo no se puede camuflar porque es algo que ha
dejado vacíos calles, hoteles, monumentos, tiendas, etc. Los intentos del
gobierno de convencer al mundo de que allí no pasaba nada —el avión ruso de
pasajeros, los turistas mejicanos, Giulio Regeni...— y que todo era paz y
armonía no han sido suficientes para convencer al mundo, que no está afectado
por la sisimanía. Por muchas campañas promocionales que se financien, nadie
puede impedir que salga al exterior lo que ocurre.
Y es
ahí donde se desatan las iras contra los medios o, para ser más precisos,
contra los periodistas que tratan de criticar al gobierno o denuncian la
situación existente en Egipto.
Se
intentó estigmatizar la revolución y sus ideas indicando que habían traído el
"desorden" a Egipto, que era la causante de la caída del turismo. El
golpe de Estado de 2013 se presentó como una rectificación de la revolución, es decir, con los mismos ideales pero
con la garantía militar del orden. Era
el orden lo que traería inversores y
turistas. Así se vendió y así se creyó, hasta que los hechos fueron
incontestables: la revolución había sido pacífica y democrática, no se podían
orquestar masacres en su nombre, no se podían dictar centenares de condenas a
muerte en juicios de una hora, no se puede detener a miles de personas ni hacer
desaparecer a cientos. Eso no es una democracia. Pero el régimen insiste que
está defendiendo a Egipto y protegiendo a Occidente, al que por otro lado
también acusa de conspirar contra él.
Es en
este contexto de desilusión, de caída del apoyo popular, que ya se percibió en bajísima
participación electoral en las presidenciales y el desinterés en las generales,
donde hay que interpretar la campaña contra los medios. El nerviosismo ante la
situación que es difícil de camuflar y que apunta ya más allá de los ministerios
hacia la presidencia —las críticas, por ejemplo, al despilfarro de la alfombra
roja presidencial— hace que los medios estén en el punto de mira.
Las
decisiones presidenciales se cuestionan y el detonante es la entrega a Arabia
Saudí —un país profundamente antipático para los egipcios y al que les molesta
deberles el dinero de apoyo— de dos islas, las de Tiran y Sanafir. La cuestión
de a quién pertenecen las islas es realmente secundaria ante lo que ocurre.
Solo el laberinto egipcio puede producir una cuestión como esta, en la que un
gobierno entrega a otro sin aviso parte del territorio con motivo de una
visita. No creo que haya un precedente de algo así en ninguna parte. La
indignación de muchos egipcios estalla y sirve para canalizar el desencanto por
parte de diferentes grupos. Los islamistas lo intentan, pero como ya les
conocen, les dejan fuera.
El
activista Mohamed Naeem, miembro fundador del Partido Socialdemócrata de Egipto,
publicó un análisis sobre la cuestión de las protestas del 25 de abril,
desencadenante de los ataques a la prensa. El presidente señaló que no se debía
hablar de esta cuestión, otro elemento insólito. Tras hablar de un fisura en el muro del miedo, para
referirse a las manifestaciones producidas y los cientos de detenciones para
evitar que la gente se manifestara, Naeem escribe:
Following the call for protests, many were
quick to imagine a new revolution, perhaps another communication blackout —
reminiscent of January 28, 2011 — and even a potential rift in the political
leadership that would proclaim the end of the current president’s time in
office … none of which took place.
I believe the primary motto used by protesters
on April 25, “Land is Honor,” is isolated from the reality on the ground, to
say the least. The essence of any real democratic movement in Egypt must be
based on a call for freedom, not a dispute over land, especially uninhabited
islands like Tiran and Sanafir.
The real crisis we are facing today is
reflected in our fear to walk in the streets or to set foot in football
stadiums. Today, we witness how Egyptian land is divided and distributed among
elite groups to accumulate real estate capital. We are losing our agricultural
land to the wretchedness of informal habitation. We are also losing Sinai,
whose inhabitants are dissociating from Egypt under heavy shelling. The crisis
we are living is not about the expanse of the earth within our borders, but the
oppression we face daily.
Nonetheless, there is no doubt that the
decision to simply let the islands go to Saudi Arabia is infuriating. How can
the government break all due process regarding such land disputes? Land disputes
are typically resolved through intense negotiations, international litigation
and sometimes even armed conflict. The fact that this deal was done in secret
is a clear violation of the military’s own raison d’être, namely, that it is
the guardian of Egyptian sovereignty, territory and national security. At any
rate, this debacle that the government brought on itself was tactically used to
spark political protest against President Abdel Fattah al-Sisi’s
administration.
The protest movement successfully unveiled the
contradictions within the administration and exposed it to its supporters: How
can it let go of Egyptian land and claim to be the guardian of the territory at
the same time? But even though letting go of the islands did raise eyebrows
among the administration’s supporters, this does not mean that they will revolt
against it overnight. Concern for security and the preservation of the state
(and the status quo) ultimately trumps the question of sovereignty over two
islands that the majority of the population may not have even heard of before.
In other words, the social groups that benefit
from this administration will continue to support it, even if it lets go of
something far more precious than Tiran and Sanafir. The political matrix
consolidated after June 30, 2013 is complex and tough. It will not falter in
the face of nationalistic land slogans, such as those raised on April 25.*
En efecto, las islas son solo una manifestación más de un
estado de cosas, de una forma de gobernar. Pero son sobre todo un efectivo
banderín de enganche para las protestas, una irritación permanente para el
teatral nacionalismo propugnado por el gobierno. Deja el discurso nacionalistas
en manos de los opositores convirtiendo en traidor a quien entrega el
territorio nacional.
Muchas de estas cuestiones las hemos expresado anteriormente
aquí. Es el vivir en permanente contradicción lo que el gobierno egipcio teme,
no por la contradicción en sí, sino porque esta se haga explícita y produzca
una erosión suplementaria a la que la situación económica y de seguridad
produzca. Esta misma mañana, la prensa da noticia de la muerte de siete
policías y un oficial acribillados en su furgoneta en Helwan, uno de los
barrios cairotas. Junto al lamentable hecho de las muertes, el gobierno ve cómo
se crea una fisura en su retrato de la situación en la que el caudillismo es
cuestionado —como le ocurrió a Nasser— cuando se es derrotado. Solo se sigue al
caudillo victorioso. Por eso su imagen tiene que ser preservada; el problema es
que la situación requiere que el presidente salga a comprometer su palabra e
imagen ante un gobierno realmente inepto y con un concepto primario y absurdo
de la comunicación. Son máquinas de cometer errores.
Un artículo como el de Naeem tiene unos lectores reducidos,
pero es suficiente. Las islas son, en efecto, una excusa para mostrar que se ha
perdido el miedo a salir a la calle a discrepar. Por más que el régimen lo prohibiera,
la gente salió. Y otros lo han contado. A los que lo cuentan se les ataca por
hacerlo, pues se teme que sea el germen de una articulación del descontento
que, hasta este momento, se reserva a la intimidad por temor a señalarse
demasiado. Pero el día que salga todo, lo hará con virulencia.
Comenzamos diciendo que la ida hoy al parlamento del
conflicto entre el Sindicato de Periodistas
y el Ministerio del Interior era una encerrona. Ahram Online no cuenta el
clima del Parlamento egipcio ante esta posibilidad:
During a debate held by the Arab Affairs
Committee on Saturday, many MPs focused their anger on the board of the Press Syndicate,
taking it to task for the eruption of the crisis.
Ahmed Al-Sharaawi, an independent MP and a
former police officer, launched scathing attack against the Press Syndicate,
accusing board members of trying their best to sow "seeds of
sedition" between President Abdel-Fattah El-Sisi and the Egyptian people.
"The Journalists Syndicate believes that
their building is a shrine that is above the law," said Sharaawi, adding
that, "during Sunday's plenary session, [Sharaawi] will urge other MPs to
reject that the Journalists Syndicate stands in violation of the country's
laws."
In comment, Al-Gammal, a former leading
official of former president Hosni Mubarak's ruling party, argued that
"while two former presidents, and a former agriculture minister were
sentenced to prison, the Journalists Syndicate refused to implement the orders
of the prosecution-general and the judiciary."
Al-Gammal praised the interior ministry for
"implementing the law" during the raid that resulted in the arrest of
two journalists last week. "The ministry has the right to arrest two
persons who hid in the syndicate building," said Al-Gammal.
Al-Gammal, however, said he and other MPs do
not plan to turn parliament's plenary session on Sunday into "attacks
against journalists and the media."
"In this respect, I see that there is a
pressing need that the new laws on the media include harsh penalties against
those who breach the code of media ethics," said Al-Gammal.
Mohamed Khaled Al-Hashash, a Menoufiya
governorate MP affiliated with the In Support of Egypt bloc, also joined forces
and accused the Journalists Syndicate of exploiting the recent border
demarcation agreement between Egypt and Saudi Arabia revolving around two Red
Sea islands – Tiran and Sanafir – to mislead the public and drive a wedge
between El-Sisi and Egyptians.
MP Shadi Abul-Ela, an independent MP from the
upper Egyptian governorate of Minya, said his information request aims to bring
two men in charge of guarding the Journalists Syndicate to testify before
parliament.
"The two security guards told MP Mostafa
Bakri on his TV talk show on Friday that the head of the Press Syndicate, Yehia
Qalash, exerted pressure on them to tell prosecutors that security forces had
stormed the Syndicate building," said Abul-Ela.**
Los argumentos ofrecidos escapan todos a la raíz del problema. La
cuestión no es si dos periodistas pueden ser detenidos en el Sindicato, sino
los motivos de la detención —la de ellos y la de muchos otros— por informar
sobre lo que estimen conveniente. Las prohibiciones de informar es lo que está
realmente encima de la mesa. Estas se suceden en diversos temas, es decir, en
todo aquello que pueda erosionar la imagen del régimen, que es la idea obsesiva
de El-Sisi, que intentó —como hemos señalado— un pacto de silencio sobre las
actuaciones de jueces, militares y policías.
La historia de las islas —tienen razón Mohamed Naeem— es
solo la mejor excusa posible para salir a la calle a reclamar unas libertades
que se quedaron esbozadas en un constitución que el propio estado incumple. Son
las libertades generales lo que está en cuestión, una de las cuales y esencial
para las otras, la libertad de información está en cuestión mediante esta forma
de decretar silencios que los fiscales egipcios usan para que no se hable de
nada que perjudique.
La aplicación de la ley antiprotestas a todo el que no esté
autorizado expresamente por las autoridades vulnera la constitución dejando sin
voz a la sociedad que queda expresamente a merced de la propaganda. Si la
prensa no puede informar, si la gente no puede salir a la calle a decir lo que
piensa, ¿dónde están las libertades? La prensa está en el punto de ira porque
es ella la que suministra la información que puede dar lugar a la protesta. Eso
lo que el gobierno quiere evitar.
Para ello, el parlamento que aborrece las libertades
preparará una ley —con la que lleva tiempo amenazando— para silenciar a la
prensa conflictiva. Le servirá para decir que en Egipto todo es según las
leyes, algo puede ser cierto si prescindimos del sectarismo con el que se
dictan y la arbitrariedad con la que se aplica. Solo la hipocresía oficialista
egipcia puede pretender que se encuentran en un estado de Derecho. Las listas internacionales
de violaciones de derechos humanos, corrupción, falta de transparencia, etc.
ponen en su lugar —tampoco les importa mucho— a los pedantes y pagados de sí
mismo legisladores que dicen que sí a lo que el gobierno les pide solo
rivalizando en mostrar más adhesión y entusiasmo que sus colegas.
Las últimas líneas de la información de Ahram Online traen
algún pequeño respaldo a los periodistas:
In contrast to the hostile attitude toward the
Journalists Syndicate among pro-regime MPs, most of the leftist MPs in
parliament are supportive of the syndicate, denouncing what they call the
interior ministry's repressive measures against the media and journalists.**
Ya se sabe, cuestión de izquierdistas y revoltosos.
La estrategia gubernamental y parlamentaria, ya vemos, es
hacer ver al pueblo egipcio que los periodistas son unos privilegiados que
pretender estar por encima de la ley. Es gracioso el comentario de que hay
"dos presidentes y un ministro de Agricultura" encarcelados. Eso es
equiparar a los periodistas a delincuentes y dictadores. es un ejercicio
ridículo y pretencioso de hacer ver que se respeta el derecho cuando se pisotea
el de miles de egipcios todos los días., Se han construido diez nuevas cárceles
en Egipto desde la llegada al poder de El-Sisi, según informaba la prensa.
Incluso ha habido protestas de los agricultores que veían sus terrenos
expropiados con cada nueva cárcel, como los hubo por los desplazados del Canal
de Suez, la obra cuestionable cuyos datos maneja ya el gobierno presentando
como muy positivos. Otro ejemplo más de lo molesto que es que le lleven la
contraria. Los que critiquen una obra absurda desde el principio serán
considerados traidores, agentes extranjeros, envidiosos de la grandeza, etc.
Lo repetimos: la prensa egipcia tiene lo mejor y lo peor. Lo mejor son aquellos que no renuncian a decir lo que ven y piensan. Lo peor, aquellos que durante décadas han vivido de mirar para otro lado y repetir lo que otros les decían. Una sociedad libre, un parlamento democrático y responsable estará siempre del lado de la libertad d expresión e información.
El contrasentido es que igual que se llenaron autobuses con
partidarios del régimen para insultar a los periodistas encerrados en su
Sindicato, el parlamento que debía ampararlos recortará las libertades en otro
ejercicio de tartufismo político. Sobre ellos recaerá la culpa de que el mundo no se ajuste a los designios del
presidente o sus ministros.
El gobierno egipcio sigue cometiendo errores, uno tras otro,
agravando la situación. ¿Quién le queda por culpar para tapar su propia
ineficacia? Solo el silencio, piensa, le
permitirá que no se hable de sus errores, injusticias y abusos. Otro error.
* Mohamed
Naeem "April 25: A crack in the wall of fear?" Mada Masr
28/04/2016 http://www.madamasr.com/opinion/politics/april-25-crack-wall-fear
*
"Egypt's parliament to discuss crisis between Journalists Syndicate and
Interior Ministry" Ahram Online 7/05/2016
http://english.ahram.org.eg/NewsContent/1/64/208275/Egypt/Politics-/Egypts-parliament-to-discuss-crisis-between-Journa.aspx
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