Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Como me
temo que mis queridos colegas de la crítica cinematográfica no van a ocuparse
mucho de El hombre que conocía el
infinito (y los que lo han hecho, tampoco se han quebrado), me gustaría
resaltar algunos aspectos de la película que considero positivos. La crítica
americana y británica ha valorado bastante mejor la película que la española,
lo cual dice bastante sobre el estado actual de nuestra crítica y sus gustos.
Primero
unos datos básicos. El hombre que conocía
el infinito (The Man Who Knew Infinity
2015) es una película de nacionalidad británica escrita y dirigida por Matthew
Brown, basada en una obra biográfica de Robert Kanigel sobre Ramanujan, uno de
los grandes genios de las matemáticas de todos los tiempos. Me decía hace
algunos años un compañero vicedecano de la Facultad de Matemáticas que ellos
eran "las Letras de las Ciencias", gran verdad de la que estoy cada
día más convencido; la película lo confirma. La película ahonda en la humanidad de las matemáticas, por decirlo así, es la lengua de que disponen para describir el mundo, para comunicarse.
Lo
primero que hay que resaltar es que se trata de una obra adulta. Esto es importante dado el reduccionismo adolescente al que
se ven abocadas las películas para conseguir llenar las salas de proyección. Es
adulta no porque se digan
obscenidades o salgan actos descarnados de cualquier naturaleza. Es adulta
porque trata de personas, con
problemas de personas en su tiempo, sujetos
a las vicisitudes de la Historia.
La obra
de Matthew Brown se ocupa de la historia del matemático hindú, Srinavasa
Ramanujan, lo cual ya explica las diez personas que estábamos en el cine el día
del estreno mientras arrasaban los Angry
Birds, película que iré a ver otro día porque es seguro que durará más en
la cartelera que esta.
La
historia que se nos cuenta tiene varias capas interesantes por sí mismas y que
dibujan un entramado complejo, como suele ser la vida de las personas (de
algunas no) más allá de la pantalla. Existe el plano familiar en la India, en
donde debe vencer la resistencia de las tradiciones: si abandona si pueblo,
nadie hablará a su familia, ni nadie querrá casarse con sus hijos. Hay aquí una
historia de amor y de egoísmo creíbles. Esto nos introduce en el ambiente en el
que el humilde Ramanujan ha crecido y en donde se ha producido el milagro (podemos llamarlo de cualquier
otra forma, aunque la palabra es importante para la propia película) de una
inteligencia matemática tan original como la de Ramanujan.
Suelo
preguntar a mis alumnos en clase, en algún momento, si las matemáticas son
"un invento o un descubrimiento". La respuesta de que el universo es matemático, que está ordenado conforme a
patrones, y que nuestra mente —por formar parte de la naturaleza— también lo
es, se plantea como fondo de la película y es también una pregunta adulta. Los libros de John Barrow (y de otros) van en
indagar en ese sentido; como pensaban los pitagóricos, el número está en la realidad, no se limita a contarla. Que haya nacido en la India o
en cualquier otro lugar del mundo, sin formación, una mente capaz de percibir los números en las cosas, es un
hecho que se va imponiendo a los obstáculos con los que se tiene que enfrentar
un ser humano desde su nacimiento: la familia, las tradiciones, los compañeros,
el momento mismo de la Historia. Es este sentido, es una historia de lucha, de
constancia y fe.
Esos elementos
son obstáculos que nos bloquean nuestro camino y nos llevan por a otros si no
existe la fuerza de voluntad suficiente. La historia de Ramanujan es épica porque ha de vencer todo lo que
tiene en contra animado por la fe en sí mismo y en la verdad que recibe de la
vida en forma de número, de fórmulas que describen el orden del mundo. Él vive
su genialidad como una visión, como un don, y lo explica desde su propio
sistema cultural, desde sus tradiciones. Eso abre el conflicto del diálogo con
los miembros de otra cultura.
De ahí
que la historia de la película se centre en vencer obstáculos, los antes
señalados y otros nuevos: el racismo, la comida por ser vegetariano, los
zapatos o la propia forma de trabajo de la Ciencia. Todo se convierte en
obstáculo cuando desembarca en una cultura no solo distinta, sino en la que
muchos le desprecian y no pueden admitir que su intelecto les sobrepase. La
película ahonda en esas cuestiones. Como producción británica, no esconde el fuerte
racismo social ni la mentalidad colonial que no está dispuesta a reconocer su
genialidad. En este sentido, la película explora los prejuicios. Unos son
capaces de vencerlos; otros, no.
La historia
ahonda en esa cuestión: las matemáticas son universales; los seres humanos, no.
Al contrario de lo que la matemática muestra, el orden armónico del universo, acumulamos
diferencias sobre las que se construyen los enfrentamientos. La Guerra Mundial
está ahí, es un fondo de irracionalidad frente a lo universal del lenguaje de
la matemática y de la matemática misma.
Tiene
la virtud de no querer convertirse en una clase, por lo que está al alcance de
cualquiera, aunque no está mal de vez en cuando asumir desafíos desde la butaca
y las palomitas.
Buen
trabajo de los actores —hay que resaltarlo—, especialmente de Jeremy Irons, en el papel del matemático Hardy, en el que recae el peso de irse abriendo poco a poco hacia el
reconocimiento de la genialidad de su visitante indio, bien interpretado por Dev
Patel. Es también la historia humana de una amistad profunda en un plano diferente.
El cine
británico ya contó recientemente la historia de Alan Turing en The Imitation Game (2014). No está mal
que se use el cine para eso que algunos llaman despectivamente biopic. La película que nos trae a Srinavasa
Ramanujan también insistía en la complejidad del mundo científico, en sus
aspectos sociales. No es fácil la vida de los científicos que se plantan ante
los colegas cargados de nuevas ideas, algo que en la realidad plantea mucha
resistencia pues no siempre es bien recibido. Los científicos, como los
artistas, compiten a veces de forma muy mezquina, tanto para imponer sus
criterios como para no aceptar los de otros.
Es el
caso de Srinavasa Ramanujan, el joven que tuvo la osadía de enviar una carta
con sus ideas y cálculos a lo más granado de la matemática británica,
a la cuna de las élites del país más elitista, el lugar donde Newton enseñó, quizá el único a su altura. Ya eso es una aventura.
Es
bueno de vez en cuando ir al cine y aprender algo, que te hagan pensar un poco,
pese a la leyenda contraria. Tiene de fondo una historia de amor y rivalidad, de lucha, de
resistencia y de coraje. Y no habrá trilogía. Anímese.
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