Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Mientras
Sidney se recuperaba del dolor de sus muertos en el secuestro de un criminal
que reclamaba la bandera del Estado Islámico, un sospechoso de la muerte de su
esposa y con decenas de acusaciones de acoso sexual en su haber, y al que nadie
se le ocurría pensar en términos de peligrosidad, en Pakistán se perpetraba una
matanza de la que será difícil olvidarse en un mundo en el que se olvida casi
todo.
El País
recuperaba un magnífico reportaje de Ángeles Espinosa Azofra, publicado hacía
ayer exactamente un año, del 16 de diciembre de 2013, con el título "Aulas
de sangre" cuya desgraciada actualidad de quebraba en el momento en el que
leías que Malala era candidata al premio Nobel de la Paz. Nos contaban entonces
el riesgo de ir a la escuela a través de la historia de otra niña:
Los talibanes la hirieron cuando atacaron su
escuela, pero su nombre no es Malala. Tampoco estudia en las comarcas del
noroeste de Pakistán donde aquellos extremistas intentan imponer su ley y
apartar a las niñas de la educación. Attiya Ali, de 11 años, acude a la Nation
Secondary School de Ittehad Town, la barriada de Karachi donde vive con su
familia. Tiene mucho mérito que siga haciéndolo, porque el tiroteo que mató al
director de su colegio el pasado marzo le ha dejado con las piernas
paralizadas. Ir a clase se está convirtiendo en una actividad de alto riesgo en
ese país disfuncional y caótico.*
Sí, las
escuelas se convierten en cementerios, los pupitres en tumbas en Pakistán, un
país creado para no matarse y en el que no han dejado de hacerlo. El rápido mensaje de Malala lo ha advertido de nuevo.
En la
tarde de ayer, la periodista Pilar Requena daba una lección magistral a sus
compañeros de tertulia informativa y a todos los espectadores, explicando la
situación de Pakistán y el origen de sus muertes continuas en la falta de
acuerdo entre los países que lo rodean y en su propio interior. Cuando terminó,
sus compañeros tardaron en reaccionar y el presentador le dio varias veces las
gracias por lo bien que lo había explicado y lo claro que lo había dejado.
"No te hemos interrumpido porque lo estabas explicando muy bien", le
dijeron reconociendo lo atípico de la fórmula. Y lo que les explicó la
periodista con claridad fue en dónde residía la debilidad de Pakistán, el
entresijo de los intereses, a ambos lados de la frontera, entre India y
Afganistán, para que aquellos seres que han controlado esas zonas, sigan
haciéndolo, buscando extenderse con sus odios, intransigencias y otras
crueldades piadosas. Me imagino que puede accederse a la intervención de Pilar
Requena a través de la web de Radio Televisión Española del Canal 24 horas.
Y es
que necesitamos muchas explicaciones para intentar entender que alguien abra la
puerta de un aula y vaya matando niños, uno a uno, como han relatado algunos
testigos que lograron escapar de la matanza. Digo intentar porque siempre hay
un límite a partir del cual solo es posible una intuición borrosa. Podemos
entender los grandes conflictos; son abstracciones. Pero no nos resulta tan
fácil entender que alguien fríamente mate decenas de niños como se ha hecho o
que se elija un mercado para hacer detonar un explosivo causando decenas de
muertes.
Le
preguntaron a Pilar Requena si eran los mismos que habían atentado contra
Malala, intentando tirar del precedente, ante la falta de compresión. Les dijo
que sí con hartazgo, que daba igual cómo se llamaran, que eran los mismos. Y
eso es lo que no acabamos de entender. Quiso la casualidad que lo que ayer escribimos
se llamara "El yihadista mal interpretado" e incidiera en esta
circunstancia, en ese contentarnos con poner nombre a las cosas, cuando es en
esencia el mismo fenómeno con distintas caras. Podemos explicar las
circunstancias, pero la esencia permanece y da igual porque no hay
individualidad salvo por nuestro deseo clasificador de organizar siempre un
estrellato, un razonamiento que nos ayude a creer que "descabezando" se
soluciona algo, que es una gran victoria que va a variar el resultado en algo.
¿Qué ha supuesto la muerte de Bin Laden? Han seguido los mismos odios bajo
otras barbas. Fue la respuesta que nosotros queríamos, pero su eficacia
estratégica ha sido dudosa. La hidra no se cansa de reponer cabezas porque las
cabezas no son importantes. En Sidney se preguntan si era un perturbado (la
explicación patológica) o un lobo solitario (la explicación puntual); se
transmite que muerto el terrorista, se
acabó la rabia. Pero, ¿se acabó?
El
diario El Mundo publica un artículo de Ahmed Rashid, desde Pakistán, con un
título que es un desiderátum: "Pakistán debe hablar con una sola voz
contra el extremismo islámico". Buen conocedor de esa zona, Rashid trata
de interpretar lo ocurrido en términos de sentido:
Entonces, ¿cuál es el mensaje que quisieron
enviar la media docena de jóvenes terroristas suicidas que se introdujeron ayer
en la escuela? El primero, sin duda, ha sido de venganza por las muertes que
los talibán han sufrido a manos del ejército, con el objetivo de tratar de
desmoralizar a las fuerzas de seguridad, muchos de cuyos hijos asisten a la
escuela militar. Al atacar a niños, estaban atacando el talón de Aquiles del
ejército.
Asimismo, al elegir como objetivo una escuela
han enviado también un mensaje sangriento a Malala, la valiente y combativa
joven paquistaní de 17 años que acaba de ganar el Premio Nobel de la Paz y que
fue tiroteada y casi asesinada por los talibán por defender la educación de las
niñas. Ellos han rechazado la educación por la que Malala está abogando y
niegan toda clase de educación de niñas, por lo que esta joven se constituye en
símbolo de todo lo que los talibán aborrecen.
El tercer mensaje está dirigido a la
comunidad internacional y es que la ofensiva que los talibán afganos tienen en
marcha sobre Kabul y otras ciudades de Afganistán va a estar acompañada ahora
de una similar de sus compañeros de armas, los talibán paquistaníes.**
La
respuesta de Rashid se parece bastante al diagnóstico realizado por Pilar
Requena: los talibanes hacen lo que hacen porque hay demasiados recelos entre
los países que les rodean y entre los que se mueven aprovechando las dudas y
vacilaciones de unos dirigentes que buscan más mantenerse en el poder que
solucionar los problemas de uno de los países más caóticos del mundo.
Los
talibanes han descubierto que sus brutalidades, sus manifestaciones de fuerza
criminal, inducen a los demás, como ocurrió en Afganistán a negociar con ellos
en un juego inútil y contraproducente. La conclusión final del escrito de Ahmed
Rashid habla de esa inutilidad:
La tragedia de Pakistán es que no ha habido
un relato compartido entre el Gobierno, la oposición y el ejército sobre cómo
combatir el extremismo. Imran Khan, que recientemente ha estado encabezando un
movimiento callejero para derrocar al Gobierno, simpatiza abiertamente con los talibán
y se niega a condenar las atrocidades cometidas por ellos. El primer ministro, Nawaz Sharif, ha desperdiciado cuatro meses durante
este año con su intento de mantener unas conversaciones infructuosas con los
insurgentes. El ejército ha retrasado esta ofensiva durante más de dos
años.
Pakistán necesita de manera urgente hablar
con una sola voz en su oposición al activismo islámico, sobre todo si tenemos
en cuenta que una gran parte de los movimientos extremistas de todo el mundo
tienen su origen en ese país.**
La
inutilidad política se pone de manifiesto una vez más. Es el intento de no
tener que enfrentarse a la realidad de la cuestión, al absurdo de fondo. No hay
nada que negociar porque no sirve de nada. No es un mero problema de fronteras,
algo que se pueda resolver en una negociación. Sus objetivos son otros y cuando
tienen lo que piden trasladarán el problema de sitio.
No es
un ejército que defienda posiciones. Sus posiciones son mentales. Es la creencia en que el mundo funciona mal y es impuro;
es la creencia en que todos viven en el error mientras que ellos atesoran la
sabiduría ya dicha; es la creencia en que cualquier forma de vida que no les
imita es una perversión degenerada; es la creencia en que todo está dicho y
solo cabe obedecer; es la creencia en que ellos administran la justicia del
mundo con mano de hierro, la mano de ejecutora de un dios retorcido a su imagen
y semejanza, ídolos de sí mismos.
El
problema no es solo de Pakistán. Se manifiesta con muertes en Sidney, Nueva
York, una escuela pakistaní o el lugar
en el que cualquiera sienta la llamada de su
dios particular a matar. El Estado Islámico, los talibanes, Al Qaeda, etc. son
todos lo mismo. Las etiquetas no diversifican un fenómeno que se ha dejado crecer
por cuestiones geoestratégicas, que nació en el seno de los amigos a los que no
había que molestar y que sigue siendo difícil llamar por su nombre ahora que se
multiplica por África, Oriente Medio y Asia imponiendo el terror allí donde se
instala y promoviéndolo como venganza o como forma de actuación habitual. Ahora
quiere salir de sus límites "naturales".
Su
objetivo teórico es el mundo, por más que actúen localmente. Su megalomanía
virtuosa no les deja tener límites negociables, zonas en las que saciar sus
ansias de dominio. No hay nada que hacer con ellos, ni las "terapias de
desenganche", como decíamos ayer ni otras posibles. Ellos son los que
declaran la guerra al mundo y ellos decidirán cuándo se ha terminado. Ellos a
la derrota la llaman "martirio" y a la victoria la "voluntad de
Dios". Ante eso no hay mucho que negociar. Como decía Rashid, es perder el tiempo. Una sola voz es la
única opción posible porque mientras se les deje espacio para escapar lo harán.
Y crecerán. Lo preocupante no es que entre en las ciudades conquistadas, sino
que les aplaudan al entrar.
La
única prevención eficaz es extender la cultura que ellos odian a la vez que se
les arrincona. No es un problema que tenga solución, no en la forma de una receta
y un final. Es un problema con el que hay que convivir, en el que hay que
evitar errores que lo fomenten allí donde no lo hay y evitar que se aloje en
zonas de las que después será difícil desalojarlos. El yihadismo que tanto no
asusta crece hoy en muchos países en los que se piensa que no actuarán. Crean
bolsas "moderadas" en las que se van formando los lobos que, en solitario o en manada,
cumplirán con su destino divino después. Lo vemos en Siria, pero nos preocupa
su regreso y no por qué han salido, como señalábamos ayer.
Hoy nos
lamentamos de la muerte de un centenar de niños con los que han querido
alcanzar la santidad por la vía
rápida. La brutalidad con la que actúan va uniendo voces en su contra. Con ello
se pueden evitar pérdidas futuras, pero es difícil desandar lo andado. Si los
habitantes de Sidney manifestaban sentirse conmocionados por las muertes de sus
dos ciudadanos, a los pakistaníes, los sirios, los afganos, los nigerianos,
etc., nos les queda ya ánimo que conmocionar, atacados cada día por la
brutalidad irracional, ciega.
Nos
vamos aproximando a los problemas cuando los sufrimos en nuestras carnes y solo
entonces empezamos a tomarlos en serio. Y relativamente. Vemos el mundo desde
una butaca, contemplando pantallas en las que ocurren cosas que son sustituidas
por otras. Nos acordaremos de los niños muertos como nos olvidamos de las niñas
esclavizadas de Nigeria, a golpe de titular. Pero en el mundo no ocurren noticias; suceden acontecimientos y se
producen hechos. Las noticias desaparecen de nuestro foco, pero no así los
problemas que reflejan, que no disminuyen por ir descendiendo en su posición en
los diarios. Que no hablemos de las cosas no significa que dejen de existir.
*
Ángeles Espinosa "Aulas de sangre en Pakistán" El País 16/12/2013
http://elpais.com/elpais/2013/12/13/eps/1386954442_407508.html
**
"Pakistán debe hablar con una sola voz contra el extremismo islámico"
El Mundo, 17/12/2014
http://www.elmundo.es/internacional/2014/12/17/54908c9ce2704e86308b4581.html
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