Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
«¿Qué
Islam es este?», dice un hombre a los periodistas que le esperan al otro lado
de la frontera para preguntarle a su llegada. «Se llevaron a nuestras hijas,
decapitan a la gente. ¿Qué es Islam es este?», repite desesperado, al borde del
llanto. Es uno de tantos, otro más que se repite lo que muchos de ellos se
preguntan si cesar, por dentro o manifestándolo abiertamente ante cámaras y
periodistas. Euronews nos cuenta hoy dejan a sus familias en el borde la
frontera turca y regresan combatir por sus pueblos y familias.
Acabamos
de saber que el rehén francés tomado en Argelia ha sido decapitado apenas unas
horas después de ser secuestrado por miembros de las filiales de la barbarie y
el horror. Otra víctima más de una monstruosidad que algunos tratan de
explicarse y explicar cómo ha podido crecer de forma tan rápida, pasando de ser
una organización desconocida a controlar un vasto territorio y conseguir
imponer el terror en él, desplazando población y haciendo retroceder ejércitos.
«¿Qué Islam es este?»
Cuando
se nos muestran imágenes de su camiones avanzando por las poblaciones, los
yihadistas avanzando levantando sus armas, debemos desplazar nuestra atención
hacia lo que ocurre a su alrededor. Debemos mirar esas personas que levantan
sus brazos, jaleándolos por donde pasan, a esos que les graban con sus
teléfonos móviles, a esos niños que les siguen con sus bicicletas mientras
pasan. No son solo ellos; son también todos los que les aplauden a su paso,
algo sumamente importante para comprender la magnitud del problema y las
reacciones del entorno.
Junto a
esos millones de desplazados que traen el horror reflejado en sus rostros, que
apenas pueden contar algunas de las situaciones que han vivido, como los que
cuentan los enterramientos en vida, los fusilamientos de pueblos enteros, las
conversiones forzadas como alternativa a la muerte, las crucifixiones, las
decapitaciones de locales, junto a todos ellos están también esos otros que les
jalean y que constituyen un problema de futuro.
Los que
ven el fenómeno como un problema de choque de culturas, deben empezar a
comprender que esa pregunta «¿qué Islam es este?», surge en el seno de los
musulmanes y es la que puede realmente resolver ese problema en el largo plazo.
Hay que frenar como sea el avance de esta sinrazón deshumanizada, pero la
resolución de esa pregunta es algo que está planteándose dentro de millones de
personas que han visto comprometida su propia creencia ante la visión de los
que se proclaman como sus representantes más puros, los más perfectos. Hoy tan horrorizados como podamos estar, lo están millones de musulmanes que no entiende que la religión que profesan pacíficamente dé lugar a esta sinrazón oscura que dice surgir de las mismas fuentes que su fe tranquila.
Por eso
es muy importante, más allá de la implicación militar y la colaboración de los
países musulmanes, que surjan estas preguntas en el seno de la propia comunidad
musulmán pues es en sus manos donde está la respuesta de futuro. Mientras no se
resuelve la distancia entre ese Islam que horroriza a millones de musulmanes y
los que consideran que está destinado a convertir al mundo por el poder de la
verdad, con la espada en la mano, el conflicto seguirá ahí. Por muchas causas
históricas que puedan tener los problemas, la pregunta apunta a algo más
profundo que solo se puede resolver en el seno del Islam y que de no hacerse
producirá un colapso mayor.
El
diario El Mundo ya nos advierte del peligro de otra organización
semidesconocida que amenaza con conseguir trágica notoriedad:
Más discreto que IS, Jorasán
no utiliza las redes sociales para hacer propaganda. Sí comparte con sus primos
yihadistas la ambición de borrar las fronteras dibujadas por Francia y Reino
Unido en el acuerdo de Sykes-Picot. Su nombre evoca una de las provincias del
califato omeya, remontándose al siglo VII.
Los miembros de Jorasán no sobrepasan el centenar y no están
circunscritos a un territorio concreto sino que se van moviendo por Afganistán,
Pakistán, Irán y ahora Siria. Según EEUU, aprovechaban la guerra para
experimentar con explosivos difíciles de detectar en aviones, origen del
endurecimiento de las medidas de seguridad que EEUU impuso este julio en los
aeropuertos. Sin embargo, hay división entre la Inteligencia sobre si en
realidad Jorasán tiene capacidad para organizar un atentado a gran escala.*
No es
un problema de fronteras; no se trata de restituir un nacionalismo pisoteado por
el colonialismo porque eso no ha existido ni es la fuerza de la que surge el
terrorismo Nada hay peor que enmarcar de en forma errónea un problema
Es
difícil acabar solo con medidas militares o antiterroristas algo cuyas raíces
no se combaten. A una organización le sigue otra; aparecen nuevas franquicias o
simplemente se cambian de nombre. Lo que se hace es dejar llegar el problema
hasta niveles insoportables y finalmente hay que hacer intervenir a la fuerza
porque ya poco se puede hacer. Hay que liberar de esta tortura a esos millones
de personas que huyen de los bárbaros criminales, pero hay que probar otras
medidas que intenten cambiar el sentido de esta cíclica respuesta.
«El
único lenguaje que entienden asesinos como estos es el lenguaje de la fuerza»,
acaba de decir el presidente Obama ante las Naciones Unidas. Pero llegados a
este punto, parece difícil creer que solo sea esa la solución definitiva a un
problema que es más hondo.
Los que se preguntan «¿qué
Islam es este?» deben responderse sobre «¿qué Islam quieren ser?». Es indudable
que una de las respuestas se ha intentado a través de las diferentes primaveras
árabes, que han sido deliberadamente desviadas de su inicial intento de cambio
para traer nuevos conflictos surgidos por el enfrentamiento a perder el
control. Es importante entender —en mi humilde concepción— que se están cerrando
las puertas a una modernidad que se reclama por muchos, cuyas voces son
cortadas por los intereses internos y externos. Los fracasos de los procesos de
descolonización es que pasaron por las fases nacionalistas primeras en las que
los movimientos de liberación, mayoritariamente socialistas, fracasaron en su
intento de modernización profunda de sus países, dejando la puerta abierta a
los integrismos religiosos radicales y los movimientos transnacionales, para
los que las fronteras no son más que obstáculos burocráticos. No, no es un
conflicto de fronteras, sino de límites, que es otra cuestión. Cuestión
de fronteras es lo de Ucrania, un problema vinculado con las identidades
nacionales. Esto está en las antípodas y debe ser enfrentado como una cuestión
ideológica, sin fronteras, como un contagio de mentes, algo que ocurre en
tiempos de paz pero que desemboca siempre en una guerra.
Hay que
preocuparse por qué movimientos marginales consiguen afianzarse entre las
poblaciones y consiguen llegar a los niveles que llegan. Hay explicaciones
económicas (la pobreza), que solo explican una parte. Nos gusta pensar que las
diferencias entre fanatismo y moderación pasan por el bolsillo, pero eso
tampoco es literalmente cierto en estos casos. Los líderes de estos grupos han
estudiado (como Osama Bin Laden) en carísimos colegios destinados a las elites
nacionales. No les prometen más riqueza, sino el paraíso. No, creo que la
economía tiene poco que ver con esto.
¿La
educación? Puede que, en la medida en que afecta a nuestras mentes, tenga algo
más que ver en el asunto. La rabia de los talibanes contra la educación —en
especial contra las mujeres, como en el caso de Malala— nos daría una pista.
Este odio a la educación no lo es contra el adoctrinamiento. Los Boko Haram
llevan en su nombre lo que odian: la educación occidental. Es su principal
objetivo. Cortar cabezas, piernas, manos es una forma indirecta de eliminar las
ideas. Para ellos solo hay unas ideas posibles, las que mantienen su mondo
perfectamente ordenado, acorde con sus deseos. La diversidad les repugna
ontológicamente, en cuanto que la verdad solo puede ser una y todo lo demás,
por necesidad, es mentira.
Los
intentos de controlar la circulación de ideas en estos países, a través de los
mecanismos de censura, la anulación de los debates ideológico, reducido a
teológicos, están en el origen del crecimiento de fanatismo radical. Los
gobiernos han estado preocupados porque no les entraran ideologías "foráneas"
(socialismo, liberalismo, etc.), que consideraban peligrosas para su
mantenimiento del poder sin darse cuenta que lo único que les crecía bajo sus
botas era el integrismo religioso, que es el que se ha hecho con los tímidos intentos
de apertura de las "primaveras".
Aquí
dimos la noticia de la retención en la frontera de Egipto con Líbano de libros.
Unos de ellos era de alguien que trató de abrir el mundo de las ideas tratando
de definir otro Islam más acorde con los tiempos que vivimos. El Islam necesita
abrirse al mundo para evitar que sus propias fuerzas queden en manos de los que
crecen con el aislamiento. Aislar a un país es dejarlo en manos de los que
están dentro, dejar que sea en las mezquitas incontroladas, en las madrasas, en
donde se gesten los futuros decapitadores en nombre de la verdad y el paraíso.
La pregunta «¿qué Islam es este?» es relativamente sencilla de responder si se
plantea en esos términos. Es el que queda por eliminación; es el que queda si
se utiliza el otro para mantener el poder y se eliminan todos los demás
posibles por temor a perderlo.
No se
trata, como se piensa a veces, de colonizar
ideológicamente los países —eso es el argumento que ellos utilizan para evitar
que lleguen ideas nuevas—, sino de dejar aflorar las preguntas en un mundo al
que se le ha enseñado que preguntarse es el principio del fin. Es una terrible
falacia que lleva siempre al desastre, a la pobreza y a la sumisión, que es el
objetivo final. En su odio a la educación abierta, convertida por ellos en mero
lavado de cerebro repetitivo, está la pista de lo que les hace daño. En vez de
detener los libros en las fronteras, de censurar al que piensa diferente, hay
que fomentar la circulación de la que tienen que surgir los debates que resuelvan
las preguntas. Para llegar a ese punto es necesario plantearlas primero. Hay
que bombardear también con libros, con bibliotecas, con becas, con acuerdos
culturales, con seminarios..., con todo aquello que los integristas temen. Lo
malo es que los dictadores también tienen miedo a las aperturas. Pero apoyar a
los dictadores ha sido parte del problema y lo seguirá siendo. Su orgullo
nacionalista para rechazar lo que venga de fuera queda en evidencia cuando
también tratan de evitar lo que surge de dentro: los debates, los intelectuales
que se tienen que marchar de sus países porque son críticos. Esa es la raíz del
problema, por mantenerse en el poder no han sembrado nuevas ideas y surgen solo
las malas hierbas.
Al
final son las ideas las que mueven el mundo y el inmovilismo reduce el mundo a una
sola. Y esas son las ideas que guían las manos que asesina.
* "Jorasán, la nueva amenaza para EEUU" El Mundo
25/09/2014
http://www.elmundo.es/internacional/2014/09/25/54230c9122601deb0c8b456d.html?a=9b1b20256bc4ee221d46d7e8d28a3ecf&t=1411619884
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