Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hace
bien Guillermo de la Dehesa en recordar que el asunto de la corrupción, algo
que preocupa mucho y con razón, no es solo algo público o de políticos, que dos no se
corrompen si uno no paga. Mal está la corrupción pública, la de políticos e
instituciones, pero en este gremio, pocos son los que pueden tirar la primera piedra, aunque muchos la
hayan puesto o estemos esperando a que la pongan.
Distingue
de la Dehesa tres tipos de corrupción privada, recordatorio útil para muchos,
aunque sea para ocultarla los que la practican. Los españoles somos muy dados a
criticar lo público y a enaltecer lo privado. A lo público lo llamamos "vicio" y
a lo privado "virtud". Para el autor del artículo, son tres las clases de
corrupción privada:
Primera. La corrupción privada comienza
con la distinción básica entre los que pagan sus impuestos y los que no los
pagan. La última liquidación publicada del impuesto sobre la renta de las
personas físicas (IRPF) de 2012, por tramos, muestra que 19,37 millones de
asalariados y autónomos declararon por dicho impuesto. Sin embargo, sólo 4.168
declararon ingresos de más de 600.000 euros de base imponible, sólo 60.313
declararon más de 150.000 euros y sólo 548.823 declararon ingresos de más de
60.000 euros.*
Afina
más el perfil del que paga distinguiendo entre los que pagan porque deben
hacerlo y los que no tienen más remedio, que son los que tienen sus ingresos
controlados por retenciones. Pagar los impuestos porque debes hacerlo, porque
es un compromiso con los demás y una exigencia para uno mismo, debería ser un
ideal de ciudadanía y no ese presumir donjuanesco por parte de algunos de
burlar a Hacienda. No dudo de que en otros países se defraude, pero dudo que
haya alguno en el que se presuma tanto de hacerlo por parte de esos escaladores
de muros de la defraudación. La cuestión ha cambiado bastante, ahora que todo
el mundo está obsesionado con que te escuchen. No es que "Hacienda seamos
todos", como decía el viejo eslogan, sino que puede ser cualquiera.
Para
esos que tienen tantísimo dinero y ser buenos ciudadanos es un esfuerzo —ellos
dicen que con invertir o gastar ya dejan bastante—, viene a decir de la Dehesa,
hay que estar inventando todo el día estímulos para que no se vayan a otros
sitios con su dinero o, peor, que se queden ellos pero su dinero no vuelva. Van
de amnistía en amnistía para no sentirse mal y regularicen su situación como
otros lo hacen con sus intestinos. Estos siempre están mal vistos en públicos,
pero luego son muy celebrados en privado. Son ricos, en fin, que se agarran a
un punto de contrición para intentar salvar su alma, también como Don Juan, en
el último momento, por los pelos.
La
segunda forma de corrupción privada tiene otros tintes:
Segunda. Otra importante muestra de
corrupción privada es la economía sumergida que contiene actividades que, aun
siendo productivas, evaden los impuestos directos e indirectos, la seguridad
social, los salarios mínimos, el número máximo de horas y los controles
administrativos.
Esta economía sumergida es parcialmente
detectable a través de las estadísticas del PIB por persona empleada, ya que
consume energía y productos intermedios, que las estadísticas del PIB detectan,
que no se corresponden con el número de empleados. Durante décadas, el servicio
doméstico se encontraba en esta situación, siendo ahora obligatorio aflorarlo,
lo que se consigue parcialmente.*
Hace ya
mucho tiempo que usamos el término "submarinismo" por parecernos que
lo de "sumergida" podía aplicarse lo mismo a un baño de pies que a un
relajante chapuzón. En España hay mucha gente que está con el agua al cuello y
muchos otros que en esto del líquido elemento, como dice poetas y cursis (no
son excluyentes), se zambullen desde su más tierna infancia. Muchos hay que
tienen ya la piel arrugada de tantos años en remojo económico, incluso a
algunos les han salido branquias en su proceso adaptativo.
La
economía sumergida es la única explicación coherente de que esto no haya
saltado por los aires hace mucho tiempo, conforme a las cifras oficiales. Como
en todo lo que navega sumergido, se trabaja con cálculos estimados y redondeos,
me imagino que habrá límites a lo imaginativo por evitar caer en la depresión,
no en la económica sino en la anímica.
Si los
primeros no pagaban por lo que hacían, eludiendo los impuestos, los de la
segunda modalidad son todavía más elusivos, anguilas auténticas.
La
tercera forma de corrupción priva para el economista y presidente del CEPR (Centre for Economic Policy Research)
entra en la más grave consideración:
Tercera. A esta economía sumergida se añade,
finalmente, la economía delictiva que opera totalmente fuera
de la ley y con dinero negro, compuesta por el terrorismo, el narcotráfico, el
tráfico de armas, el contrabando de mujeres, niñas y niños, de órganos
corporales y de especies, así como la prostitución inducida y la distribución
de drogas.*
Estos
ya no es que no paguen, es que te roban te asaltan y extorsionan, tanto si
pagas tus impuestos como si los evades, porque de ellos sí que no te libras tan fácilmente. Te pasas la vida defraudando sin meterte con nadie y un día, sin
comerlo ni beberlo, te entran en el chalet de La Moraleja o de Puerto Banús y
se te llevan los ahorros de toda la vida o incluso un dedo si no te sale con
facilidad el anillo cuando te lo reclaman.
Hacer
entrar en liza esta tercera forma de corrupción privada en los cálculos, hace
parecer buenos a los dos casos anteriores, y dignos de beatificación a los que
pagamos cumplidamente nuestros impuestos no porque nos tengan fichados sino lo
haríamos gustosos aunque se perdieran nuestros datos.
Dice
Guillermo de la Dehesa que la culpa de este último grupo no la tiene la
debilidad humana, como dirían los moralistas, ni la malacrianza infantil, como
dirían otros, sino el valor excesivo de los billetes. Desde que puedes llevar
grandes fortunas en maletines pequeños, el mal ha avanzado mucho. No digamos ya
cuando se inventan cosas como el "bitcoin", que no es que el mal
avance, es que se "tele transporta", como si fuera de la mano del
señor Spock a algún paraíso en espacio fiscal paralelo. La insoportable levedad del dinero es la clave para entender cómo
se ha pasado del caldero enterrado en el campo, al colchón relleno de billetes
y de este al mar brumoso de las cuentas opacas y demás facilidades que le dan
los que se aprovechan de ello. El mal siempre ha sido un doble negocio; a los
ladrones y corruptos siempre les han ayudado expertos y honrados banqueros y
asesores.
La gran
pregunta es si España es más corrupta que otros países, algo que nos preocupa
mucho como tierra envidiosa, mal que siempre reconocido. Si la envidia fuera tiña, decimos. Me arrepiento muchas veces de
haber ironizado con aquellos ciudadanos griegos, llamándolos los
"inmortales", porque, aunque estuvieran enterrados ya de tiempo, seguían
cobrando pensiones y subsidios. Si no ellos mismos, alguien en su nombre lo hacía. Cada vez que veo
un nuevo caso de corrupción patrio —es decir, todos los días— me arrepiento de
rasgarme las vestiduras. Mal estaba lo de allí, como mal está lo de aquí. Si aquellos muertos parecía vivos, nuestros muertos son esos alumnos fantasmales que sirven para cobrar cursos de formación. Quizá son ellos los que nos hacen quedar tan mal en los informes educativos.
Creo
que somos pueblos que no hemos teorizado ni interiorizado el sentido de la
riqueza, leemos a otros y así nos va. Deben perder mucho en la traducción. Hace falta pensar más en la riqueza y menos en el dinero.
Tanto
la corrupción pública como la privada son defectos de ciudadanía y de sentido
del estado. Admiramos demasiado al rico en su ostentación y miramos a otro lado
en cómo lo consigue. Carecemos de ese sentido de responsabilidad de la propia
riqueza alcanzada y de que esta sirva de ejemplo no solo de ostentación sino de
limpieza y esfuerzo. En España muchos presumen de ganar dinero sin mover un
dedo, algo que no acarreó durante siglos las críticas protestantes que veían en
ello un grave defecto moral. Esto ha cambiado en algunos casos, mucho, pero en
otros simplemente se ha adaptado a las nuevas circunstancias. Hay que valorar
más el esfuerzo que hace prosperar a otros también, el trabajo bien hecho, a
los que simplemente miran la cantidad y valoran el tiempo que se ha tardado en
conseguirla. Así solo se admira a los especuladores y defraudadores, que son
los que avanzan muy rápido.
Cuando
aprendamos a valorar en lo que realmente pueda ser importante la riqueza, por
lo que tiene de esfuerzo y dedicación, de imaginación y creatividad, de
beneficio propio y social, sin ostentación, no tendremos que hacer tantas
categorías para explicar la corrupción porque la tendremos todos muy clara y
señalada con el dedo.
*
Guillermo de la Dehesa "La corrupción privada en España" 21/09/2014
http://economia.elpais.com/economia/2014/09/19/actualidad/1411128764_007033.html
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