Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En su "Hoja de ruta del director", Casimiro García-Abadillo
nos habla hoy domingo de Europa, de lo que unos esperan y otros desesperan de
ella. Comienza aportando el dato —que él mismo considera un tanto demagógico—
de que muchos españoles desconozcan la fecha de celebración de las elecciones
—solo el 17%, según el CIS— mientras casi todos conozcan la de la final europea
de Lisboa, con los equipos españoles en liza. Puede ser. Tanto el recuerdo como
el olvido —y eso ya lo sabían los antiguos con sus "artes de la
memoria"— se mueven por la intensidad emocional, por la hondura de las
huellas, traumáticas o felices, que han causado en nosotros.
Nuestro sentimiento hacia Europa es doble. Por un lado,
hemos demostrado ser uno de los países más europeístas del Continente. Sin
duda. Hay motivos históricos para ello más que suficientes. Solo el olvido
interesado o el hijo de la ignorancia pueden prescindir de lo que Europa ha
supuesto para la evolución de España en lo político —durante la transición
política que nos devolvió a la comunidad internacional plenamente— y en lo económico, pues
el desarrollo logrado hasta el momento se debió, en gran medida, a la ayuda
europea que contribuyó con estímulos y hechos al despegue y transformación de
España. Solo se puede hablar desde este punto de partida. Lo demás es demagogia.
Quizá porque llegamos como un país que iba a más porque
salía de poco y consiguió crecer dentro de Europa no hemos tenido nunca un
movimiento verdaderamente antieuropeo. Solo la ultraderecha ponía reparos a
Europa por lo que tenía de democrática y pronto se perdió ante la evidencia,
diluyéndose en su propio anacronismo absurdo. La izquierda comunista era
europeísta —hasta inventaron el "Eurocomunismo" para convivir— y
ahora ha elegido el camino de tener un pie en el sistema y otro en el
antisistema, según convenga.
Hemos mirado a Europa duramente mucho tiempo para recibir. Y
hemos recibido. Otra cosa es lo que hayamos hecho con lo recibido, si lo hemos
gastado mejor o peor, o si se ha perdido mucho o poco por el camino. Hay que
separar nuestros errores de los de los demás. Europa se puede equivocar como
nos equivocamos nosotros. No es fácil desarrollar este nuevo experimento
organizativo histórico que acumula diversidades en un intento de encontrar denominadores
comunes o de fabricarlos si es necesario. Europa se ha equivocado, pero con
nosotros dentro. No es una "otredad"; es un alter ego.
El mayor peligro para Europa es el uso torticero de nuestros
propios errores. A la falta de diálogo entre nuestros partidos políticos, a su
falta de acuerdos necesarios sobre muchas cosas, no se puede sumar la escenificación
de una falta de diálogo con Europa para encubrir chapuzas nacionales.
García-Abadillo reconoce el papel que Europa ha tenido en la
salida de la crisis española y la situación en que nos encontrábamos —que los
políticos no explican más allá de lo necesario, ya sea como exculpación o como
acusación—. Reconoce también que esas actuaciones europeas han podido hacerse
de otra manera menos impactante:
Las políticas de ajuste
(necesarias) se han hecho, en muchas ocasiones, sin medir las consecuencias
sobre el empleo y el nivel de vida de la gente ¿Hubiera sido posible reconducir
los desequilibrios de una forma menos dolorosa, en un plazo mayor, utilizando
políticas monetarias un poco menos rígidas? Ese es un debate abierto que pone
de manifiesto que Bruselas no es el Vaticano de la economía.*
Tampoco Lourdes, añadimos. El descubrimiento creciente de
los "pufos" nacionales, con millones de euros perdidos en los oscuros
recovecos de la política y sus interesados aledaños, ha hecho que los españoles
sepan diferenciar a quién cabe exigir las responsabilidades mayores en la
situación que hemos vivido y que seguiremos viviendo. No, la culpa no la tiene Europa. Puede que las
recetas sean dudosas, pero la enfermedad tiene un origen propio. Si Europa nos
da fondos para "formación" con los que combatir el desempleo juvenil
y nosotros dejamos que se pierdan en manos de infames sinvergüenzas, la culpa no es europea.
Quizá por eso la abstención que algunos interpretan como
desapego de Europa sea más por el desafecto con los intermediarios nacionales.
Los partidos políticos siguen capitalizando cualquier proceso electoral, sin
abandonar el protagonismo y eso tiene sus inconvenientes. Señala con razón
García-Abadillo:
Al final, una vez que se han
pronunciado las frases de rigor sobre la importancia de Europa, los partidos
sólo piensan en clave interna. Si el PP gana, sus líderes dirán que el
electorado ha refrendado las políticas de Rajoy. Si pierde, argumentarán que no
se pueden interpretar unas europeas como si fueran unas generales. Por su
parte, el PSOE, si gana, lo interpretará como un triunfo de Rubalcaba. Si
pierde, sus enemigos dirán que ha sido culpa suya y clamarán por las primarias.*
No hay una política
europea realmente. No quiero decir que en Europa no haya política, sino, por el
contrario, que estamos siempre ante una barrera nacional que hace que se
produzca el fenómeno señalado por García-Abadillo, la nacionalización de la política europea. Todo pasa por el filtro
nacional y eso hace que, como señala el director de El Mundo, todo acabe
remitiendo a la clave nacional. Y eso no es bueno.
El protagonismo local es un obstáculo para el europeísmo,
que debe funcionar de otra manera para poder enfrentarse a los dos grandes
riesgos: los nacionalismos antieuropeos, basados en la exaltación populista de
la xenofobia, y la abstención, que es el desencanto de la política en
cualquiera de sus niveles, pues los resultados son los mismos.
La posibilidad de que los únicos que deseen votar en las
elecciones europeas son los que pretenden dinamitarla no expone a un riesgo
múltiple en el futuro. Se recrudecerán las campañas contra la idea de una
Europa unida y se debilitarán las políticas de integración porque son
contrarios a ellas.
Es una pena que en España, vaya a pagar la idea de Europa
los platos rotos de nuestros penosos políticos nacionales, si se mantienen las
cifras estimadas de participación, que solo podrán ser esgrimidas para mal.
Unos lo harán en clave local; otros en términos de desafección del proyecto
europeo. No es justo que ocurra así porque no deberíamos castigar a Europa
cuando queremos castigar a nuestros políticos. Algo falla en el sistema de
representación si nos obliga a estas decisiones en estos términos. Puedo valorar
positivamente al candidato europeo y, en cambio, parecerme impresentables los
candidatos locales a los que se me pide que vote.
Cuanto más distanciados
nos encontremos de nuestros políticos, más difícil se nos pone la decisión del
voto. Sin embargo no hay otro medio, aunque habría que intentar que no pagaran
unos por otros en tiempos decisivos para Europa. No creo que nadie resista la tentación de apuntarse el voto europeo
como refrendo de sus desastres habituales, interpretados como aplauso. También
se apuntarán otros la abstención como victoria. Y eso es irritante, un círculo
vicioso del que debería existir alguna fórmula para poder salir.
García-Abadillo ha titulado su "Hoja de ruta" como
"Motivos por los que la mayoría no irá a votar el próximo 25-M".
Todos ellos se confunden en la oscuridad de la interpretación interesada
posterior y en el mar de dudas previo, de sentimientos encontrados, de los
votantes.
Pero hay que apostar por Europa porque corremos el riesgo de
quedarnos en el futuro sin nadie a quien echarle las culpas de nuestros
errores, por un lado, y de quedar condenados a que no tener colchones con los que
corregirlos. Un parlamento de descreídos europeos puede ser una pesadilla. Ahora van unidos porque Europa es su enemiga, pero si logran poder suficiente, pronto llegarán a su final lógico: una Europa enfrentada por los intereses particulares de cada uno.
Europa tiene mucho que mejorar, pero debe hacerlo unida.
* Casimiro
García-Abadillo "Motivos por los que la mayoría no irá a votar el próximo
25-M" El Mundo 11/05/2014
http://www.elmundo.es/opinion/2014/05/10/536e894ce2704e66568b4574.html
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