Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Aunque
no se sabrá oficialmente hasta que se den a conocer con el resto de la denostada Europa, las elecciones
realizadas en Holanda parecen quitarle protagonismo a Geert Wilders, el ladrón
de la estrella comunitaria. Algunos interpretan ya como un fracaso personal de
Wilders la pérdida de votos respecto a las elecciones anteriores. Partía con un
23% de expectativa de voto y parece haberse quedado en un 13% ; pasa de los 5
diputados a 3, mientras mantiene esperanzas de conseguir el 4 en los recuentos
finales, que veremos si lo consigue o no. Nigel Farage, el británico del UKIP, en
cambio, parece obtener en los sondeos a pie de urna en torno al 26% de los
votos, por delante de los otros grupos. Farage ya ha advertido que no formará
parte del grupo europeo junto a Wilders, que es una forma de mantener las
apariencias y el tono (no el fondo), distanciándose del protagonismo último de
Wilders. Son dos personalidades diferentes y cuentan con recursos teatrales
distintos, si bien los mensajes xenófobos, anti inmigratorios y antieuropeos
los comparten.
La
campaña española tiene otros tintes, con un punto de mira difuso. Nadie hace
una campaña anti europea directamente. La crítica se diluye en fórmulas en las
que se trata de establecer asociaciones entre elementos internos y externos, es
decir, elementos nacionales propios con otros de Europa. El PSOE, que se encuentra
en la oposición aquí, que ha centrado su
mensaje en un voto asociado contra "Rajoy-Merkel" y contra los
"hombres de negro". Este tipo de fórmulas emocionales corren el
riesgo de volverse en contra del que las usa y también de ser aprovechadas por
los antieuropeos que las amplifican y redirigen contra las instituciones
comunitarias, que son realmente su punto de mira. Hay que tener cuidado con lo
que se lanza porque puede ser un boomerang político.
La
fórmula "Rajoy-Merkel" se podría sustituir históricamente por la de
"Zapatero-Merkel" sin que pasara nada o, como ha hecho Izquierda
Unida, por la de "Zapatero-Rajoy-Merkel" que es la que está implícita
en el "son iguales" que tratan de transmitir en su lucha contra el
bipartidismo.
Me
parece una práctica peligrosa construir las campañas de esta manera, basándolas
en la dirección de sentimientos negativos hacia personas, instituciones o
países porque al final supone un uso emocional muy cómodo y facilón de la
política que acaba necesitando de la intensificación para conseguir lo que se
quiere. En Alemania ahora mismo, no es Merkel, sino una "gran
coalición" la que gobierna, por lo que es responsabilidad de ambos,
socialistas y conservadores, la política alemana.
En el
caso de Francia, Hollande hizo su campaña contra "Alemania", para
doblegar a "Merkel". Esta vez el matrimonio que había que disolver
era "Sarkozy-Merkel", que tanto juego dio en fotos y titulares. El
resultado posterior de Hollande ya lo sabemos. Su hundimiento de popularidad y
de votos, crecimiento del nacionalismo de Le Pen. Jugar con el antieuropeísmo,
aunque se personalice en "Alemania" o en "Merkel" tiene un
riesgo, que te crezca Le Pen, como ha ocurrido. Los parches retóricos de Manuel
Valls diciendo que sus recortes no son los de "Rajoy" han hecho las
delicias de los militantes socialistas, pero los "recortes son recortes"
y fueron los propios diputados socialistas los que encabezaron un
"revolución" contra Valls y sus propuesta. Luego la disciplina de
partido lo hace todo más fácil. Pero los hechos están ahí. Veremos cómo tratan
las urnas al PS después de Valls o si el mensaje de Le Pen de "son los
mismos" y "el nacionalismo es la solución" también funciona.
Se hace
un flaco servicio a la Unión con los procesos asociativos simples de hablar de
"Europa" y de "Merkel" como si fueran lo mismo, porque al
final algunos lo acaban creyendo. Eso supone poner piedras en el camino propio.
Entiendo que es un método fácil para algunos para eludir responsabilidades y,
especialmente, para la memoria de pez de la política, práctica consistente en
olvidarse inmediatamente de lo hecho en cuanto que se abandona el gobierno y
exigir a los demás lo que uno no hizo o criticar a los que ahora hacen lo mismo
que se realizó anteriormente.
Mientras
se recurra a estas formas, la política será un campo infantiloide —no entrará en las causas reales de los
acontecimientos porque buscará la forma más emocional de abordarlo—, demagógico
—no recurrirá a razonamientos sino a provocar reacciones sentimentales— y tenderá
a un deterioro de la convivencia —se vive del enfrentamiento de unos y otros
tratando de fijar emocionalmente la fidelidad de voto—.
Con
estas fórmulas de trasladar a Europa los conflictos y maneras locales, lo que
se hace es mover el objeto de odio
hacia otros escenarios. Pero esto, en un contexto de desarrollo de los
nacionalismos antieuropeos, es un peligro porque es lluvia que acaba calando a
todos.
Las
campañas que ligan los conflictos nacionales a los europeos para conseguir unos
rendimientos internos acaban siempre volviéndose contra el objetivo general,
que es la consolidación de una política europea.
La única
forma de que la política crezca como capacidad responsable e inteligente de las
personas es tratar los problemas que se plantean en su dimensión correcta, en
sus propios términos, y no a través de retóricas emocionales que acaban
derivando en sentimientos negativos hacia países o personas, algo mucho más
fácil de manipular. Se trata de usar la máxima comunicativa de habla de lo
concreto antes que de lo abstracto. Los resultados de esas acciones son en gran
parte el aumento del nacionalismo y del sentimiento antieuropeo. ¿Cómo no serlo
si se echa la culpa de todo a "Europa"? ¿Cómo no ser xenófobo si se echa la culpa a los PIIGS,
por ejemplo, entre los que nos encontramos?
De la
misma que el PSOE apunta a "Merkel" o "Alemania", otros
apuntan hacia "España" (les da igual "Rajoy" que
"Zapatero" porque a ellos no les importan las diferencias; somos un
peligro: si vamos bien seremos competidores
y si vamos mal parásitos) y a los
otros "PIIGS" (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia) responsabilizándonos del
deterioro de sus economías, de sus sufrimientos diarios por la pérdida de su
nivel de vida. Allí donde a nosotros hablamos de "hombres de negro",
los que se ven "afectados por nosotros" hablan de "cerdos"
que se devoran sus rentas, una carga pesada e injusta que se les ha impuesto
desde "Europa".
Nada
hay más fácil que canalizar el descontento, el problema es que acaba siendo
incontrolable porque los que creen que pueden hacerlo no suelen tener en cuenta
que a lo que ellos prenden otros echan bidones de gasolina. Por eso es importante
darse cuenta de en qué términos se debe discutir y a quién hay que hacer
responsable de las cosas.
La
política necesita de claridad y distinción, más que de emoción y confusión.
Este énfasis emocional no es más que la consecuencia de pensar la política como
una forma exaltada de controlar el poder a través de las emociones. Es la base
de la constitución de una clase cuya finalidad es mantener el control y buscar
el refrendo emocional mediante una retórica del enfrentamiento que les refuerce.
No se pide un ejercicio crítico sino
la adhesión a un mundo maniqueo en el que el "otro" resulta ser
culpable de todo. Eso vale para la creación del racismo porque, en realidad, es
una forma "racial" de hacer política. Convertir al que no comparte
nuestras ideas u opiniones en el absolutamente "otro" es una forma racial de hacer política.
Dicen
los que analizan nuestras sociedades desde la perspectiva evolutiva que los
mismos mecanismos que forman los grupos son los que construyen las diferencias
con los que no forman parte del grupo. Reforzarnos es diferenciarnos. Esa es la
base del racismo y de la xenofobia. Somos distintos
y necesitamos defendernos de los otros. Esos otros pueden ser los que no votan
como tú, no comen lo mismo que tú o no rezan al mismo dios que tú; los que
tienen la piel de otro color o son sexualmente distintos. El "otros"
refuerza al "nosotros".
La
forma de hacer política en Europa es compleja por los mismos motivos que se
complica en España en el plano autonómico, en el que se tiene esta vez como chivo
expiatorio al Estado central, que juega el mismo papel en las quejas: no nos dan, nos quitan, nos impiden,
etc.. ¿Se puede hacer política autonómica
sin criticar al Estado, sin echarle la culpa de nuestros males, o sin decir
algunos que los PIIGS nacionales son los "andaluces" o
"extremeños"? Habría que
intentarlo. A menos que esa sea tu estrategia e intención.
Hace
poco más de un mes, el diario ABC daba un titular sorprendente: PP y PSOE se
acusan mutuamente de ser "los hombres de negro". La noticia comenzaba
así:
PP y PSOE pusieron ayer cara a «los hombres
de negro» que con la crisis se ha vuelto tan famosos, aunque nadie sepa
exactamente quiénes son. Concretamente, para los socialistas los mencionados
«hombres de negro» son los populares. Y al revés, ya que una vez hizo estas
declaraciones el secretario de organización del PSOE en Castilla-La Mancha,
Jesús Fernández Vaquero, sus colegas de bancada se apresuraron a contestarle
por medio del portavoz del PP en las Cortes, Francisco Cañizares, quien utilizó
el mismo argumento.*
El recurso
es demasiado fácil como para no caer en él unos y otros. Lo malo es que con esa
simplificación infantiloide de los "men in black", como la de los PIIGS, crean el caldo de
cultivo del antieuropeísmo.
Hay que
tener cuidado, como dijimos, con lo que se lanza.
*
"PP y PSOE se acusan mutuamente de ser "los hombres de
negro"" ABC 18/03/2014
http://www.abc.es/comunidad-castillalamancha/20140318/abcp-psoe-acusan-mutuamente-hombres-20140318.html
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