Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
cambio que ha supuesto Enrico Letta para Italia es grande. Ya lo supuso Monti
anteriormente, pues cualquiera que suceda a Berlusconi en el gobierno de la
República ya es una gran cambio, dada la irrepetibilidad del "caballero".
Afortunadamente, dirán algunos, pues es difícil que un país sobreviva a tamaña
jugada del destino o del azar.
El
diario El País publica una interesante entrevista con él centrada esencialmente
en la cuestión de Europa y el temor al ascenso de los populistas antieuropeos por
todo el continente en las próximas elecciones de la Unión.
La
preocupación por la política está llegando a través de Europa, especialmente si
se produce una confluencia electoral de intereses antieuropeos. Letta admite
que el riesgo es grande. La experiencia de la inestabilidad italiana convertida
en "europea" asusta lógicamente a los que piensan que es necesario
mejorar el funcionamiento de las instituciones antes que bloquearlas. Señala
Enrico Letta:
Aunque está muy subestimado, existe un riesgo
muy grande de que el próximo mes de mayo se elija el Parlamento Europeo más
antieuropeo de la historia. Lo más probable es que en algunos de los grandes
países y también en los más pequeños nos encontremos con un crecimiento de
todos los partidos y movimientos euroescépticos y antieuropeos. Con un efecto
muy negativo y peligroso. [...] Es urgente una gran batalla europeísta, la
Europa de los pueblos contra la Europa de los populismos: esto es lo que está
en juego en los próximos seis meses.*
Mucho
me temo que sea un mal comienzo hacerlo con un juego de palabras que ya ha dado
poco de sí —pueblos vs populismos— y que admite todo tipo de variantes con
"naciones", "regiones", etc. según le convenga a cada uno
una visión de Europa u otra. Está bien que haya propuestas sobre la mesa, pero
el primer obstáculo, desde luego, es la percepción de la inoperancia en las
instituciones como un reflejo de la propia falta de eficacia en los países que
ha dado lugar al traslado de la política ineficaz de los partidos.
Es
difícil que un país se vuelva antieuropeo y populista si sus instituciones
funcionan correctamente y, por ello, mantienen una relación
"saludable" con Europa. El antieuropeísmo de los que funcionan bien es por su
percepción de que son víctimas del parasitismo de los que funcionan mal o por
un sentimiento romántico de pérdida de soberanía. También este último se
beneficia de la falta de eficacia europea para resolver.
Es
importante distinguir el antieuropeísta negativo
del positivo porque obedecen a causas
distintas. No es lo mismo percibir una agresión que un obstáculo o freno. Se
pueden, es cierto, percibir las dos cosas, pero es interesante saber dónde
están las causas, reales o manipuladas, del sentimiento que se genera en cada
caso.
También
es cierto que en la mente caben y conviven sentimientos contradictorios y que
se pueden mantener de forma intermitente. Puedo considerar que los beneficios
son naturales mientras que los aspectos negativos son grandes conspiraciones
que se han urdido contra mi país. Esto es lo más fácil de manipular y
despertar.
Sin
embargo creo que sería más correcto concebir el populismo antieuropeísta más como
un fracaso de los políticos locales que como una responsabilidad de Europa
misma. El antieuropeísmo se forma primero como una reacción local ante la
costumbre de los políticos nacionales de trasladar las responsabilidades de su
mala gestión hacia arriba y presentarla como agresión o ineficacia europea. Los partidos
populistas no surgen tanto por un deseo de cubrir un espacio político sino por el fracaso
de los partidos convencionales que son incapaces de afrontar los retos que se
les presentan —nacionales y europeos— con eficacia.
En el
caso italiano, clarísimamente, la responsabilidad del surgimiento del populismo
es del propio Silvio Berlusconi y su forma de hacer y llevar la política del
país. La semilla del antieuropeísmo las lanzan los partidos nacionales que han
usado la fachada europea para responsabilizarla —como si fuera un ente extraño—
de sus fracasos. Es la Europa como terapia de la frustración, sobre la que
descargar aquello que nos resulta difícil justificar.
No digo
que desde "Europa" —es decir, sus instituciones— no se puedan cometer errores, sino que los que cometen errores
en Europa son los mismos que los comenten en sus respectivos países, que es
donde los eligen. Sin embargo, "Europa" no existe o se percibe de esa manera, sino
como una instancia extraña y monolítica, la "otra" y no una
prolongación ponderada de nosotros mismos. Esa Europa es un "alien". Mientras se hable de Europa como de otra cosa, será difícil abordar los problemas más allá de los problemas técnicos, por muy complejos que puedan llegar a ser.
Cuando
Letta habla de Europa incurre en ese mismo error porque en realidad no se está
defendiendo de "Europa" sino de lo que puedan hacer "desde Europa"
sus enemigos locales. Sus enemigos crecerán —en Italia y en Europa—
simultáneamente. El riesgo actual es que estos "populistas" están aprendiendo
a estrechar lazos, alianzas, y sacarán más fuerza que la que puedan tener en
sus propios escenarios locales. Su ejemplo, además, sirve de estímulo para su proliferación.
Dice
Enrico Letta:
Si fuese dictador europeo durante media hora,
publicaría dos edictos. Creo que el primero sería inmediatamente compartido por
la opinión pública: la unificación del presidente de la Comisión y del
presidente del Consejo Europeo en una única figura. Esto se puede hacer sin
cambiar los tratados, basta con proponer a la misma persona. Una unión personal
—digámoslo así— de las dos funciones ya sería una decisión importante. Sé que
desde el punto de vista de la perfección jurídica de Bruselas estoy diciendo una
especie de blasfemia porque el presidente del Consejo desempeña un papel de
gestión, mientras el presidente de la Comisión tiene otra función, pero sería
más práctico y todo el mundo lo entendería.
No sé
si Europa se arregla a base de blasfemias, como dice Letta, pero la separación
es precisamente una garantía de que nadie tendrá tanto poder como para liderar
Europa por encima de los propios países, que son quienes diseñaron un modelo de
unión que situara a alguien por encima de los poderes de los países. Por eso no
hay "presidente de Europa", sino presidentes de Consejo y Comisión,
para dejar bien claro que tiene un modelo más burocrático, que dirigen órganos
y no países. ¿Cómo llamaría Letta a ese "presidente" que reuniera los
dos poderes en una sola persona? Pues mientras existieran los dos organismos
sería obligado llamarle de las dos formas. Desde el punto de vista práctico no
supondría ningún avance, ya que tendría que actuar en función de un solo
organismo en cada momento. El que lo "entendiera todo el mundo"
tampoco es probable, pues es más difícil entender por qué una sola persona
preside dos órganos distintos, con funciones distintas, a que lo hagan dos
personas. Eso sí, habría menos posibilidades de error al recordar su nombre y
ponerle cara, algo que gusta mucho al político profesional.
Pero
como la media hora como dictador de Enrico Letta dan para mucho más que cuatro
de años de legislatura para los demás, hace una segunda propuesta:
Con el segundo edicto aboliría todos los
acrónimos que son incomprensibles para todos. La burocracia de Bruselas los
utiliza como una brújula, pero el resto de la gente se pierde. Solo basta
pensar en el asunto de la crisis: EFS, ESM, SIX PACK TWO PACK…, esto es, una
lista de términos absolutamente incomprensibles entre los que nos perdemos.
Haría falta volver a llamar a las cosas por su nombre para volver a acercar a
los ciudadanos.*
Si esto
se hiciera en Europa, tendría algún sentido, pero esto no es más que una deriva
constante que se produce en los demás países y que afecta desde la LFP al INEM.
Esta siglas las conocemos todos los españoles, pero no preguntes por ellas a
italianos, alemanes o franceses. Tampoco se solucionaría ningún problema.
No es
casual que Enrico Letta, como político, piense que los problemas de la política
son problemas de "comprensión de los ciudadanos", que es como decir
que la política es perfecta y los ciudadanos unos paletos cazurros que no se
enteran y al que hay que simplificarle el mundo porque se pierde, un Paco Martínez
Soria en una especie de "La política no es para mí". En España se
escuchó aquella frase de "lo hacemos bien pero no lo sabemos
explicar" como justificación de una derrota histórica. Al menos echaba
parte de la responsabilidad al maestrillo
y su librillo además de a ese poco aplicado alumno que todo los políticos
miran por encima del hombro.
Los
problemas de Europa no son problemas de comunicación —identificar autoridades o
interpretar siglas— sino de fines y funcionamiento. Aunque haya muchos
problemas nuevos, como no podía ser de otra manera, el principal es la incapacidad
de los que tienen que afrontarlos proponiendo soluciones y esos son los políticos
que elegimos para hacerlos. La cuestión es muy sencilla: si unos no funcionan y
se acumulan los problemas, crecen respuestas positivas o peligrosas, según los
casos.
A unos
les gustará pensar que el ascenso de nuevos partidos se debe a sus propios
méritos y a que tienen líderes "guais", pero en la mayoría de los casos
las tendencias al cambio del voto provienen de los errores y el descrédito
alcanzado por los partidos asentados en cada país. Son votos del descontento
con los políticos locales y, porque son los mismos partidos los que están en
Europa, se trasladan a Bruselas.
Una de
las limitaciones más graves de los movimientos populistas es que no necesitan
ser demasiado inteligentes en sus propuestas; les basta ser demagógicos para
recoger el voto que se escapa harto y aburrido de la falta de respuesta de los
partidos profesionales y mayoritarios. Es ahí donde está realmente el peligro.
Letta, en cambio, ve las diferencias en los objetivos de cada grupo en términos
de Europa:
Sería un grandísimo problema si los
populistas europeos superan el 25%. Esto lo debemos tener todos muy presente.
Hay que tener en cuenta algo: desde 1979 hasta hoy todos los resultados de las
elecciones europeas se han mirado en clave nacional, para ver las consecuencias
internas de la subida o la bajada de tal o cual partido. Nunca en estos 35 años
se ha mirado el resultado de forma conjunta. Ahora, en cambio, por primera vez
la partida será de europeístas contra populistas. Y creo que esta dinámica será
idéntica en el resto de los grandes países.
La
facilidad del planteamiento no debe hacernos meter en ese saco de los "populismos"
a elementos muy distintos y con diferentes grados de peligro. Hay que
distinguir los movimientos caóticos que han surgido como contestación al
deterioro de la política nacional —en el caso de Italia, por el desastre de los
populistas Berlusconi-Bossi— de aquellos de largo recorrido histórico que se
están fortaleciendo por el descontento ante la ineficacia de los grandes
partidos que aprovechan para identificar con Europa misma. Me refiero en
concreto a casos como el de la Ultraderecha francesa con Marine LePen al frente
y sus alianzas con otros grupos similares repartidos por Europa y fuera de
ella.
La
mejor forma de hacer una Europa eficaz es tener políticos eficaces en la
política nacional, ya que no es lo mismo sacar adelante una Europa con países
que funcionan razonablemente bien que tener que hacerlo con países sumidos en
los desastres de la mala gestión. Pero esto es ya complicado dada la deriva
histórica de una profesionalización no basada en los principios (ideólogos,
renovadores de ideas) o en la capacitación (gestores).
Los
partidos —y me refiero a España— no son ya espacios de debate sobre cómo hacer
las cosas, sino simples estructuras burocráticas —pero se quejan de Europa— en
donde se aprende a trepar por mecanismos oscuros a través de la única
institución que ha prosperado, el "delfinado". Si los partidos no se
sanean y oxigenan, si no se renuevan para ofrecer alternativas reales y no demagogias
baratas y efectistas, campañas de imagen y gestos de cara a la galería (pedir
la renovación en un hotel de cinco estrellas o romper una foto de tu tesorero
encarcelado), la gente buscará —aunque sea como castigo o por curiosidad—
alternativas que surjan del descontento.
Las
palabras de Letta, quizá por rutina, caen en la misma crítica de Europa antes
que en la crítica de lo que hemos hecho con ella, pervirtiéndola ante los ojos
de los electores cuando nos interesa o convirtiéndola en nuestra devoción
cuando nos viene bien.
Creo
que no hace falta soñar con ser dictador, aunque sea durante media hora, para
cambiar Europa. Al contrario: se trata de ser verdaderamente democráticos —aquí
y allí, en nuestros países y en la Unión— para demostrar que es la democracia
el gran logro de Europa, que está en su origen como pensamiento de vida en
común y como traslado de la democracia primera que se vive y desea vivir en
cada estado. Es la democracia y la voluntad de que todos vivan bajo ella la que
frenara el avance de tendencias peligrosas —xenofobia, racismo, cierre de
fronteras, recortes de derechos sociales y políticos— que anidan en algunos de esos populismos que el
mal funcionamiento de una Europa llevada por malos gestores puede sacar al
primer plano de la política. Se identifica a Europa con la "burocracia" y los "burócratas" porque el vedetismo de los políticos nacionales no permiten que surja nadie capaz de provocar la identificación con ideas y principios. Es así de sencillo; los estados no admiten un protagonismo europeo más que de forma controlada y gris.
La
crisis de Europa es el reflejo de las crisis que viven sus miembros, proyectada
hacia esas instituciones que son de todos. Resolvamos nuestras crisis, y la de
Europa se reducirá porque permitirá avanzar hacia donde nos gustaría ir y no,
como ahora, hacia donde estamos obligados, por nuestra propia inoperancia, a
ir. Estoy de acuerdo con Letta —que merece mis respetos aunque quiera ser
dictador durante media hora— en que "es urgente una batalla europeísta",
pero esa batalla empieza en los propios países, en concreto en la renovación de
los partidos nacionales y en su forma de hacer política.
* “Es
urgente una gran batalla europeísta” El País 1/11/2013
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/10/31/actualidad/1383252211_143749.html
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