Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cuando vemos los actuales sucesos trágicos egipcios de
Egipto no solemos percibir un rasgo esencial de su personalidad histórica: el
sentido del humor. Sin embargo, es uno de sus rasgos más marcados, algo que se
descubre pronto si se sintoniza con él. Los egipcios que se ríen lo hacen con
una especie de sintonía integral de cuerpo y alma. Digo "los que se
ríen" porque, como es lógico, lo hay que no lo hacen como parte de una
reacción equilibrada. De ahí que tengamos siempre persecuciones y leyes
restrictivas intentando proteger las figuras de sus dirigentes de la corrosión incansable
del humor.
No hace mucho tiempo, publiqué en la segunda parte del
volumen homenaje que dedicamos a nuestra compañera fallecida, Ana María Vigara,
especialista en el estudio lingüístico del humor, un trabajo sobre el chiste
político egipcio* en el que trataba de exponer los cambios en el humor crítico
que la revolución había supuesto, esencialmente la entrada de nuevas voces. Es
la aparición de nuevas voces críticas —la mujer y los jóvenes o la combinación
de ambos— lo que amplía la forma de representar al poder político que, en
cambio, se mantiene con una gran estabilidad simbólica, es decir, representado como nuevos "faraones", de Mubarak a Morsi y ahora con los críticos de Al-Sisi.
Lo que sí han hecho con el poder es descomponerlo —"deconstruirlo",
diría un seguidor de Derrida— en todas aquellas fuerzas de las que es
manifestación en el ámbito social. Jóvenes y mujeres, como víctimas de aquello
que les reduce en sus posibilidades de libertad, dirigen las armas del humor
contra sus represores tras identificarlos socialmente. Ya no es solo una figura
política, sino que esa figura es la concentración personalizada de las fuerzas
de control, limitadoras de las libertades que ahora se reclaman. En ocasiones,
el poder es identificado con las caras de la actualidad política; en otras, en
cambio, se convierte en abstracciones con caras genéricas que muestran sus
ramificaciones sociales, cómo sus tentáculos represores se manifiestan en los
rincones de la sociedad.
A finales de octubre el diario Egypt Independent (Al-Masry
Al-Youm) nos traía en su sección de Cultura —con origen en la agencia
oficial egipcia MENA— la noticia de una conferencia del arqueólogo responsable
de la zona de Abu Simbel:
Pharaonic rulers of Egypt were subjected to
satirical criticism using words and pictures, according to Archaeologist Ahmed
Salah, the head of Abu Simbel area antiquities.
The expression of opinion was an integral part
of the ancient Egyptians culture, not a creation of the West, while
dictatorship and slavery were not always a stigma of governance in the East, he
added.
Saleh said on Monday that the most prominent
evidence of the exposure of pharaoh to satirical criticism is the Turin
papyrus, which dates back to the era of the modern state between the 16th and
the 10th century BC.. The papyrus shows the king as a cat playing with a mouse,
that represents the people. Another shows him as a mouse riding a Chariot in a
battle.
Such pictures, he explains, reflect the eternal
conflict between the ruler and the people.**
El llamado "papiro de Turín" es un texto
esencialmente erótico, la mayoría de sus imágenes son una especie de Kamasutra
egipcio. Pero junto a ellas están otras de carácter satírico como nos indica el
arqueólogo Ahmed Saleh. Ese gato jugando con el ratón presenta el eterno juego
del poder.
Frente al poder solo caben el llanto y la risa, nunca la
indiferencia, en primer lugar porque nos afecta directamente y en segundo
porque el poder mismo no lo consiente. Los egipcios hace siglos que se
decantaron por compensar las lágrimas con las risas. Alternan unas y otras con
las mismas lágrimas.
Dediqué ayer parte de la tarde a preparar las próximas
películas para compartir con los alumnos en el cinefórum de la Facultad. Me
reencontré con una película que me hizo recordar la noticia del diario egipcio,
El niño salvaje (L'enfant sauvage 1970), de François Truffaut, uno de esos filmes
que deberíamos ver de vez en cuando porque nos recuerdan cosas sobre la
naturaleza humana aunque hayamos dejado de ser esencialistas.
La historia —basada en hechos reales— y nos muestra el
proceso de transformación de "Víctor", un niño "salvaje" encontrado
en los bosques del Aveyron francés y acogido por el doctor Jean Itard, que es
quien actúa de voz narradora.
El momento culminante del proceso de recuperación
de su humanidad perdida es cuando el doctor Itard decide castigarle
injustamente para ver si en él habitan "sentimientos morales".
Acostumbrado a un sistema de premios y castigos que en nada difiere del
entrenamiento de una animal de feria, Itard decide castigarle encerrándolo en
el cuarto oscuro habitual aunque haya acertado en su respuesta a la tarea
encomendada. Víctor se rebela ante la injusticia de aquel que se ha erigido en
su maestro, padre y deidad.
"No eres ya un animal, aunque todavía no seas un
hombre", le dice el doctor a su pupilo, matices que él no entenderá y nosotros difícilmente podemos compartir. Independientemente de las
cuestiones históricas que este caso y otros similares de niños "salvajes" han planteado, sus dudas sobre la autenticidad, está la
cuestión de la rebeldía y su sentido moral. En ese sentido, la obra de Truffat va más allá —como debe hacer el Arte— de lo circunstancial y entra en las sinuosidades de la construcción del poder y la dependencia, del sentido de la autoridad.
Los chistes del papiro de Turín suponen una muestra de la rebeldía
de los egipcios, como lo son hoy en día los chistes y sátiras. No es solo una cuestión de
"libertad de expresión", como plantea el arqueólogo, pues no sabemos
su difusión ni su tolerancia entonces, ni tan siquiera la cuestión de dónde surgió históricamente la "indignación", pero sí es una muestra de esa actitud rebelde ante el poder, ante su injusticia, como un sentimiento moral. La indignación de
Víctor ante su propio "faraón" es la rebelión natural del que no recibe lo que cree que debe esperar. Albert
Camus, que algo sabía de estas cosas —de rebeliones y de sentido moral—
escribió en las primeras líneas de su obra "El hombre rebelde":
¿Qué es un hombre rebelde? Un
hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que
dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes
durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el
contenido de ese "no?
Significa, por ejemplo, "las
cosas han durado demasiado", "hasta ahora, sí; en adelante, no",
"vais demasiado lejos", y también "hay un límite que no
pasaréis". En suma, ese "no" afirma la existencia de una
frontera. (17)
El chiste es una forma de establecer también una frontera de
rebeldía, un decir "no", de establecer una distancia que es sobre
todo moral, de reconocimiento de diferencias entre una mirada y su objeto, en
este caso, el Poder. La representación del poder como un "gato"
jugando con un "ratón" introduce esa mirada entre la realidad y quien
la percibe valorándola. Es —como señalaba Ahmed Saleh en su conferencia— el eterno
conflicto entre el pueblo y sus gobernantes. El humor salva la dignidad al
permitir una forma de rebeldía ante la conciencia si es imposible o suicida la
rebelión material, una contestación, un "no" simbólico. Algo de esto
vio Freud en el humor, una forma de burlar censuras, interna o externas.
Por eso los tiranos suelen tenerle tanto miedo a los
chistes, que se cuelan en las conversaciones por debajo de las rendijas de las
puertas, sembrando la ideas que germinarán en otras formas de decir
"no" más contundentes.
Si Víctor, el niño del Aveyron, hubiera desarrollado más sus
capacidades, hubiera acabado, además de rebelándose a mordiscos, haciendo chistes sobre el
doctor Itard, su propio gato, dibujándolo
por paredes y cuadernos. Como fue Itard quien contó su historia desconocemos si
llegó a hacerlo en algún momento mediante el humor. ¿Lo hubiera tolerado? Nos hubiera gustado ver que
aquella figura, omnipotente ante sus ojos, en algún momento se resquebrajó al
comprenderla injusta y comprender la inmensa distancia que el gato había
establecido con su ratón de juegos.
Uno de los mejores "chistes" que he visto en los últimos
tiempos viene de una caricaturista egipcia, Doaa el Adl, una auténtica artista
del juego que el chiste político necesita para ser eficaz y superar la mera
controversia circunstancial. El chiste es este y se lee de derecha a izquierda:
Digna heredera de ese sentimiento que recoge el papiro de
Turín con el ratón y el gato, Doaa el Adl da una vuelta más de tuerca en el
conocimiento revelador de nuestra propia naturaleza y nos muestra que los gatos
son fabricados muchas veces por los ratones, aunque luego se rebelen contra
ellos y eleven nuevos gatos a los altares. Hay un "hombre rebelde", como señalaba Albert Camus, pero
que hay muchos más "hombres ratones", escultores de sus propios
tiranos, recitadores gustosos de sus propias maldiciones.
* Joaquín Mª Aguirre (2013): "Rebeldes y faraones:
Egipto y el chiste político", en "Humor y comunicación II";
Espéculo nº 50b, octubre-2013, pp. 63-80. [número completo: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/Humor_y_comunicacion_Especulo_UCM_n_50b.pdf
]
**
"Satirical criticism is Pharaonic heritage: Archaeologist" Egypt
Independent (Al-Masry Al-Youm)-MENA 28/10/2013
http://www.egyptindependent.com/news/satirical-criticism-pharaonic-heritage-archaeologist
*** Albert Camus (9ª 1978): El hombre rebelde. Losada, Buenos Aires.
El Dr Jean Itard |
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