Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Que Tony Blair fue un personaje mediático no lo duda nadie. Ser “mediático” significa que no eres
una noticia en los medios, sino que
actúas buscando un efecto específico a través de ellos. Eres consciente en todo momento de que ellos están ahí. Lo mediático es lo contrario de lo
natural, aunque la naturalidad sea un rasgo de los mediáticos. La diferencia
entre ser natural y la naturalidad es la de la persona capaz de estar permanentemente
actuando frente a las cámaras sin que parezca que está actuando. No es fácil. La llegada de Tony Blair al Parlamento con la chaqueta sobre su hombro es un rasgo de político mediático; de alguien que convierte sus todas sus acciones en comunicación. Pero lo que investigan en el parlamento es algo más que la telegenia o la afectación de los dirigentes.
Las manifestaciones de Tony Blair ante los parlamentarios
que investigan a Rupert Murdoch y sus periódicos tienen trascendencia por ser
quienes son ambos: un político que dominaba los medios y unos medios que
dominaban la política.
"Si usted es un líder político
y tiene grupos mediáticos muy poderosos y te enemistas con uno de esos grupos,
las consecuencias son muy duras, de tal forma que te impiden enviar un
mensaje", ha explicado Blair, bajo juramento, a la comisión de investigación
de la real corte de Justicia de Londres.
"Estoy abierto al hecho de
admitir francamente que lo decidí como líder político y fue una decisión
estratégica que yo iba a manejar eso y a no hacerle frente. Y podemos discutir
en una etapa posterior sobre si fue bueno o malo, pero fue la decisión que tomé",
ha afirmado Blair.*
Que los medios solo deben transmitir los hechos deja de tener validez absoluta cuando los
políticos los escenifican, cuando la política se convierte en representación.
En esa magnífica película inglesa que es El
discurso del rey (The King’s Speech
2010), nos encontramos como una secuencia lúcida en la que el padre del futuro e inesperado monarca intenta que su hijo tartamudo comprenda la importancia
que la radio tiene para la institución: «—Somos
actores y la monarquía es una empresa»,
le dice Jorge V a Albert, su hijo pequeño. Intenta hacerle ver que el nuevo
medio les obliga a algo que la prensa no les exigía anteriormente, convertirse
en intérpretes, transformando a los pueblos en audiencias. La prensa hablaba de ellos; ahora se les pide que ellos hablen.
La película nos habla del proceso de transformación de un
príncipe incapaz de dirigirse a su pueblo con eficacia. La ayuda que necesita
se la da un oscuro australiano —como Murdoch—, Lionel Logue (Geoffrey Rush), que
pone a su servicio las artes de la dicción teatral. En la magnífica secuencia
del discurso final para notificar a Inglaterra la guerra con Alemania, ambos
quedan encerrados en el estudio radiofónico. El rey habla bajo la dirección orquestal de Logue, que ha convertido el
texto del discurso en una partitura y que maneja sus manos como si de una
batuta frente a una sinfónica se tratara. Como fondo, la música de Beethoven,
el Allegretto de la Séptima Sinfonía,
marcando el ritmo del discurso. “Bertie” se ha convertido en Jorge VI, en un
monarca capaz de comunicarse con su pueblo, una multitud que le espera para
vitorearlo al salir al balcón, después de haber escuchado su mensaje
radiofónico. El rey ha superado su prueba de fuego mediática.
Las relaciones de Tony Blair con Murdoch, su australiano
particular, han sido tan próximas que hasta es el padrino de uno de sus hijos.
Por más que nos diga que ese apadrinamiento se realizó tras abandonar el poder, no es
ese hecho el relevante, sino la construcción de las relaciones entre ambos, del
cual el apadrinamiento no es más que el síntoma.
El ex premier ha señalado que es
"inevitable" que los políticos mantengan una relación estrecha con
los medios, pero ha advertido de que esta se convierte en "poco
saludable" cuando los grupos de comunicación intentan utilizar sus
periódicos como instrumentos de poder político. En su opinión, cuando está en
sus plenas facultades, el periodismo que se practica en el Reino Unido es
"el mejor del mundo", pero ha criticado un "género periodístico
donde la línea entre las noticias y la opinión se vuelve borrosa y deja de ser
periodismo para convertirse en un instrumento político y de propaganda".*
Cuando los medios se limitaban a dar cuenta de las
actuaciones de los políticos o a criticarlas, las líneas estaban claras. Pero
Blair ha ido más lejos: ha señalado que no se puede gobernar enfrentándose a
los medios. La afirmación es de gran alcance y convierte a los políticos en negociadores
permanentes con aquellos que han de informar. No es un buen camino. Así es
precisamente como se convierten en instrumentos “políticos y de propaganda”,
cuando el poder seduce a los medios y los medios seducen al poder. Lo que le
han preguntado a Blair en el Parlamento, más bien, es si se puede actuar sin contar
con los medios, concretándolo en las llamadas del político al empresario pocos
días antes de la guerra de Irak. ¿Hubiera actuado igual sin el apoyo de
Murdoch? Si no se puede gobernar contra Murdoch, ¿qué significa gobernar?
Los medios tienen el derecho a la crítica, sin duda. Lo que
no tienen derecho es a condicionar las decisiones para que los políticos eviten
la crítica. Es ahí donde el razonamiento de Blair —político mediático— comienza
a ser perverso, al considerar que la acción debe ser negociada previamente para
conseguir, nos dice, que el mensaje que se quiere transmitir llegue lo mejor
posible. ¿Lo mejor para quién: medio,
mensaje, mensajero?
La perversión afecta por igual a los medios —sería más correcto
decir a los “dueños de los medios”— y a los políticos. Los primeros actúan irónicamente como
censura previa y los segundos prefieren la eficacia del mensaje que les
garantice el poder a la independencia de
la gestión y la erosión correspondiente de la imagen pública.
Hay una norma pragmática: si dejas que los intereses
afloren, los intereses afloran. Si a Murdoch se le dejaba opinar sobre la
política, los intereses de Murdoch irían creciendo, como de hecho ha ocurrido.
Sus cambios en los apoyos a unos y otros, a conservadores y laboristas,
acabaron promoviendo la idea —que probablemente llegara a pensar— que su papel,
como el de la monarquía, era garantizar la estabilidad del Reino Unido.
El discurso del Rey dejaba abierta una idea inquietante; la dependencia del gobernante de aquel que le
garantiza la comunicación eficaz. No está tan lejos de la idea de Blair. Sin los medios, viene a decir, todos somos tartamudos. El
irreverente australiano manejaba la batuta.
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