Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Primero dijimos que para ver buenas películas teníamos que
quedarnos hasta altas horas de la madrugada porque —como apestadas— eran
arrinconadas en los huecos de la parrilla que solo las personas que no tenían
nada que hacer al día siguiente, trabajaban de noche o padecían insomnio podían
ver. Luego desaparecieron, sin más, dejando el sitio a una fauna de videntes y
apostadores nocturnos, a demostradores de productos de insólita eficacia:
cuchillos que cortan latas, fregonas que giran solas, exprimidores que
deshidratan. Tu vida resuelta a un golpe de teléfono.
Las películas clásicas no fueron las únicas desapariciones.
Antes había desaparecido el teatro. Durante un tiempo, grabaron algunas
representaciones de la cartelera y luego lo dejaron. También el buen teatro,
todo hay que decirlo, desapareció de la escena, sustituido por la moda del “musical”.
Así mataron al teatro, por empacho de gorgoritos. Los buenos musicales escasean
y pronto hubo que inventárselos dando lugar a engendros auténticos. Los musicales
clásicos no interesaban, me imagino que por no establecer comparaciones. Una
vez que determinas que My Fair Lady o
West Side Story son cursis y pasados, buscas musicales raperos o basados simplemente en lo que
se escucha en la radio, en lo que está de moda.
Si te dejan, aplicas los mismos criterios a la pintura
(hacerle un tatoo a la maja desnuda
de Goya) o a la literatura (una versión gótica de Romeo y Julieta con hombres
lobos y vampiros) y, ¡milagro!, ya tienes todo actualizado y listo para el
consumo. ¡Hay que revitalizar la cultura, viejo!
La cultura es sencilla cuando la entiendes bien. Cuatro truquillos
y ¡listo! La cultura es lo que queda de la taquilla después de haber descontado
gastos. Es el mercadillo medieval en el que te venden bocatas de chorizo y
aceites con aroma para que pongas velitas en casa. Son las colas delante de la
librería supermercado esperando a que abran de madrugada para comprar la sexta
entrega de la “saga” que empezaste a leer a los diez años y que ahora, con
media ingeniería cursada, te mueres por leer. Es hacerte con ese videojuego con
el que aprendes un montón sobre cómo eran las ciudades persas porque están
recreadas con todo detalle; jugaste una demo
que te enganchó en aquella campus party
en la que sobreviviste a base de cafés, sándwiches vegetales y los chistes
malos de tu colega. Es ver con gafas 3D lo que de pequeño te gustó en 2D. Llevábamos cien años viendo cine en 2D y ¡no lo sabíamos!
Cultura es también ese grupo de danza del vientre en el que te has apuntado —por lo que pueda pasar— y que te hace sentirte como en el Oriente y te hace envidiar a Shakira, la pobre, condenada toda la eternidad a mover las caderas, incapaz de escapar a su propio destino mediático, condenada —como Madona— al furor gimnástico..
Cultura son también esos libritos en los que uno que se pasó
diez años en Oriente recoge sus experiencias para que tú, desgraciado, puedas
ser feliz aceptándote a ti mismo sin necesidad de odiar a nadie. Si él pudo
sentirse sucesivamente como un águila, un delfín y una tortuga, ¿por qué tú no?
Cultura es ese taller al que tú, persona insegura, te has
apuntado y en el que te enseñan a escribir haikus
porque así os da tiempo a todos a escribir los ejercicios y a leerlos en clase.
¿Quién no es capaz de escribir una línea?
Has aprendido que en los microrrelatos,
en los hiperbreves y en los haikus está el futuro porque la gente no
tiene tiempo, ni de escribir ni de leer. Nadie tiene tiempo y lo repiten una y
otra vez mientras comparten los
estados de sus doscientos treinta y dos amigos y marcan con “me gusta” las
fotos del último finde en las que
todo el mundo se contó lo mal que estaba de tiempo. Sí, tenemos que quedar.
Con la cultura está ocurriendo lo contrario que con los
superricos. Aquí todos se concentran en el 1%, mientras que el 99 restante
queda olvidado, ignorado, desconocido, despreciado. Todo ello por ser en blanco
y negro, llevar su intérprete muerto más de veinte años o que los protagonistas
no tengan varitas mágicas o colmillos. Hay que rentabilizar las inversiones,
buscar las tendencias, reforzar el estímulo. Sinergia, mucha sinergia.
Rebosamos cultura por los cuatro costados, las tres
dimensiones y los cinco sentidos. Vivimos en un tsunami cultural en el que
cabalgas la ola de la oferta, entre pantallas, escenarios y escaparates, abrumado por tanto
donde elegir, pero donde siempre eliges lo mismo, que te van sustituyendo con
ligeras variaciones para que tú, inconformista,
no tengas que sufrir cambios bruscos en eso que tanto les ha costado fabricar
para ti: tu gusto.
Comparto la visión. ¡Para reflexionar!
ResponderEliminarUn saludo!
Gracias! Sí, hace falta pensar sobre ello porque se está perdiendo mucha cultura en solo una generación enterrada por tanta tontería. Un saludo. JMA
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