Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No hay camino más duro y difícil que el de tratar de crear
una educación al servicio del individuo. De hecho, una parte importante de la
educación que damos no es más que la transmisión de prejuicios, camino que
posteriormente algunos logran desandar en la vida. Otros no lo consiguen nunca
y van orgullosos con su propia ignorancia a cuestas llamándola principios,
virtud o fidelidad. Algunos de conceden el derecho
a tener sus propias teorías, como ocurre con los que niegan la evolución, por
ejemplo. Podemos dudar que el ser humano llegara a la Luna o cualquier otra
cosa que se nos ocurra porque nada hay más arrogante que la ignorancia.
El nombre de la secta integrista Boko Haram, responsable de las explosiones causantes de cerca de
cuarenta muertes en Nigeria mientras celebraban las misas navideñas, lo
traducen del hausa como “la educación
occidental es pecado”. Esta traducción es limitada porque “boko” encuadra todo
tipo de enseñanza no islámica y “haram” no cubre la valoración, sino que tiene
el sentido de prohibición. Como resultado, su nombre significa “está prohibida
toda educación no coránica”. El nombre oficial de esta secta terrorista es Jama'atu Ahlis Sunna Lidda'awati wal-Jihad.
El grupo, creado en 2002, se basa en un islamismo
fundamentalista que rechaza como corruptora cualquier forma de educación que se
aleje de las interpretaciones más retrógradas. Esto llevó a su líder, Mohammed
Yusuf, a indicar en una entrevista con la BBC en 2009* que estaba en contra de
que el planeta fuera una esfera, el evolucionismo o creer que la lluvia fuera
agua evaporada, porque contradecían las enseñanzas coránicas, hechos que funcionan
independientemente de las creencias que el señor Yusuf pudiera tener, pero cuya
existencia y comprobación le importaba poco.
Desde su creación, el grupo se ha destacado por su violencia
y la ha emprendido contra cristianos o musulmanes que no compartían la
radicalidad ignorante de sus creencias, como el clérigo musulmán Liman Bana, tiroteado cuando llevaba gente a la mezquita. Comenzaron con una mezquita y una
escuela, y acogieron a los más pobres, a los que no podían ir a otras escuelas.
Crearon así sus nichos de intransigencia, transmitiendo esa mezcla de odio e
ignorancia que los caracteriza. No querían gente educada; solo querían fanáticos. Viven de la pobreza y de la injusticia; Dios es la excusa.
Mohamed Yusef, el creador de Hoko Boso cuando fue detenido en 2009 |
El odio nunca es sencillo. Tiene unos procesos complejos en
los que se entremezclan diversos elementos que la mente reajusta para conseguir
justificar la energía suficiente como para matar fríamente a las personas que
están en una iglesia o en la sede local de Naciones Unidas, como hicieron en
agosto de este año. Los atentados de este grupo llevaron a la prohibición en zonas del país
de circular con motocicletas por ser uno de los instrumentos que utilizaban
para los atentados.
El odio a toda educación que no justifique sus propios fines
es un ejemplo del peligro deformador de la educación que busca la anulación de
la capacidad de pensar por uno mismo. Tendemos a pensarnos como unidades
independientes, autónomas, y nada más alejado de la verdad. Somos marionetas sujetas
a los hilos de nuestra educación, los forjados en los momentos en los que
nuestras creencias se están formando y son necesarias para entrar a formar
parte de los grupos sociales. La autonomía es un bien escaso que tiene el dolor
de la soledad. Somos animales sociales y la educación significa recibir las
creencias, las formas de razonar de los grupos en los que crecemos, reafirmación,
en suma, de la comunidad sobre el individuo.
Es preocupante la proliferación de la intransigencia
educativa. Las batallas educativas son guerras por las mentes. No se libran
solo en las escuelas, sino que estas guerras son prolongación de las que se
libran en las familias, el núcleo social central. El modelo patriarcal afecta
de igual manera a familias y estados. Es la idea de que el sistema se prolonga
como los genes, de unos a otros, como herencia que hay que respetar a cualquier
costa. No eres nada; el grupo, todo.
Los ejemplos de la transmisión de los prejuicios, odios e
intransigencia son constantes. Llamamos a los nuestros verdades y a los de los
demás mentiras, y nos cuesta reconocer que podamos vivir en el error. La mente
se defiende o, si lo preferimos, nos duele arrancarnos aquello que demuestra
que hemos sido manipulados para enseñarnos a odiar, despreciar o atacar a
otros. La lucha de un individuo para erradicar sus propias creencias es
titánica, agotadora y dolorosa. Es como extraerse uno mismo las balas que han
penetrado en nuestro cuerpo.
La educación, como soñaba Russell, debe tratar de evitar que
nuestros prejuicios sean de tal calibre que nos hagan entrar en un círculo de
irrealidades vivido como realidad. No se trata de no tener creencias —algo de
lo que nadie se puede librar—, sino de librarnos de aquellas que nos obligan a
humillar nuestra propia inteligencia y dejar de respetar la vida de los demás. Si
las culturas se fueran depurando de sus propias exigencias de irracionalidad,
de hacer del acto de fe un ritual de aceptación, probablemente haríamos del
mundo un lugar mejor. Al menos, de menor crueldad. No es fácil.
Sin embargo, es dudoso que esto ocurra porque son estas
creencias las que sirven para la perpetuación del poder de muchos, personas e
instituciones, cuya finalidad no es más que la del control social mediante los
mecanismos básicos de la sumisión y el odio. Cuando pueblas el universo de
enemigos, necesitas a los que te prometen seguridad. Nada es más eficaz que
esto. Funciona para justificar una escalada armamentista, un progromo, o la invasión de un país por
temor a que pueda ser un peligro. Nada es más manipulable que el odio y este se
hace crecer desde la infancia como forma de prejuicio o descalificación de los
demás.
Por eso hay que insistir en una educación que transmita
valores de convivencia y, sobre todo, que permitan culturas en las que se pueda
vivir y no en las que nos obligan a sacrificar nuestra racionalidad en
beneficio de intereses escondidos.
El grupo Boko Haram es un ejemplo de perversión absoluta de
la idea educativa, de cómo la enseñanza es una forma de esclavitud al servicio
del odio. Esa primera escuela que fundaron no era más que el modelo sobre el
que construir su ideal de estado islámico radical, un mundo cerrado, aislado de
cualquier idea que ellos no puedan controlar. Todo lo que no está de acuerdo
con lo que creen es falso y está prohibido; todo el que no esté de acuerdo con
lo que creen debe ser eliminado.
En un mundo grande, esos estados aislados existían. En un
mundo que se ha hecho pequeño por las comunicaciones y los transportes es la
condena al sufrimiento y a la ignorancia de los que allí tengan la mala suerte
de nacer. La única alternativa que les quedará será la de ser verdugos de los
discrepantes o la de ser víctimas de sus verdugos. No hay espacio para más.
Pensamos que la ignorancia es la ausencia de enseñanza, pero
suele ser justo lo contrario: el aprendizaje sistemático y riguroso de lo que
debes creer por encima de cualquier evidencia, la negativa siquiera a
considerar que la duda sea posible.
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