Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Van saliendo a la luz, uno tras otro, estos emprendedores de
la palabra, esos que realizan gestiones,
que tienen contactos, que son capaces
de lograr lo que necesites (o lo que no necesitas), con unas llamadas a los
números adecuados —ya sabes—, como
setas. Sin ellos no eres nadie, te sientes como Paco Martínez Soria llegando a
la ciudad, asustado de tanto coche y tanto ruido, abrumado. Ellos se saben los
apodos de todos los que tienen firmas que abren puertas y cuentas. Han
sustituido el viejo “usted no sabe usted con quién está hablando” por el “no
sabe usted con quién puedo hablar”, que es mucho más moderno por aquello de las
redes (jet) sociales; ellos son los del face(dura)book. Sí, son los conseguidores.
Son como una carta a los reyes, pero sin sello ni paje con
peluca rancia; sin tener que sentarte en las rodillas de nadie, porque ellos se
sientan en la tuyas. Sacan el móvil mientras se toman la aceituna con anchoa y
antes de pinchar la segunda te dicen: “—¿Lo
ves? ¡Resuelto!” Y tú, que llevas dos años intentando que te reciban, que
te hagan caso, te quedas pasmado ante tal prodigio de eficacia y naturalidad
resolutivas. Lo han resuelto con una mano mientras con la otra pinchaban una
aceituna.
Sientan a tu mesa al que quieras de cualquier campo —del arte, de la
ciencia, de la política, de los negocios…—. Ellos tienen contactos, sí, muy
buenos contactos. Lo que quieras (o no) te lo traen en bandeja. Y ya hablaremos
del precio.
Por casualidades subterráneas de la vida, mi cine particular
de ayer tuvo el gran reestreno del “El General de la Róvere” (1959), la
maravillosa película de Roberto Rosellini con el gran Vittorio de Sica haciendo
el papel del sinvergüenza, jugador, mujeriego, chulo, traidor…, del conseguidor
que vive de sacarle dinero a la gente que tiene familiares prisioneros de los
alemanes. Los sangra y tienen que hipotecar sus casas, venderlo todo para que él haga las gestiones
ante el oficial corrupto alemán de ocupación con el que está conchabado; les acepta
los paquetes de ropa y comida para los familiares encarcelados, paquetes que
abre y se come despreciando tanto salami…
Le da igual jugar con las expectativas de la familia de un condenado a muerte o
las perspectivas de envío de un prisionero a un campo de concentración fuera de
Italia. Él les vende sus contactos, les dice que hablará con gente muy arriba que puede solucionarles la
situación… Él les traerá noticias.
De las calles destruidas, de las casas ruinosas de la de Italia
bélica, de la miseria, podemos pasar a los cuerpos bronceados y al club náutico,
a la estación de esquí, a la entrega de un premio, a cualquier espacio en el
que la mitad de los asistentes mira como paletos a la otra mitad, que
simplemente les ignora. Están los que miran y los que son mirados; los que les
ha costado llegar hasta allí y a los que han tenido que pedir casi de rodillas
que asistan para dar tono a la reunión o al evento. Sin ellos, no hay
espectáculo; donde están ellos, hay negocio.
Y te pueden vender que el Tour de Francia pase por Baleares, aunque no seas Francia (¿Qué más da? ¡Detalles!) y ellos no te
prometen nada, pero si no se intenta, no se consigue, Aquí, como en la Lotería,
si no compras no ganas. Y te soplan un millón largo de euros por iniciar
gestiones y te traen (dándole un premio) al director de la carrera (un señor
muy importante) para que te vean con él y les guiñas un ojo al pasar y les
haces el gesto de todo va bien, estoy en
ello. Después el señor importante se sorprende de lo que le dicen porque no
entiende por qué no le preguntaron directamente a él y tuvieron que gastarse
ese millón tontamente para algo imposible, que el Tour pasara por Baleares.
¿Cuántos conseguidores de estos tenemos vendiendo
olimpiadas, tours, campeonatos… lo que haga falta? ¿Cuántos con agenda, con
contactos, con acceso a los números privados? ¿Cuántos de ya lo hablamos en Mallorca hay sueltos por nuestra geografía?
Como en los timos clásicos, para que estos individuos
proliferen tiene que estar presentes los “tontos listos” y una política de la
ostentación, del golpe de efecto, de la foto glamourosa, de los matrimonios
idílicos —el presidente y la cantante, el torero y la tonadillera, el
deportista y la nobleza—, la “pipolización”, en suma. La gente con contactos es
reclutada por los conseguidores de conseguidores, los que necesitan de caras y
nombres conocidos para que el paleto caiga en el timo.
Con el dinero que les llega a estos conseguidores, con lo
que se desvía con la excusa de que una carrera —de coches, de vela, de
bicicletas— va a atraer mucho turismo a nuestra región; con el dinero de las
obras faraónicas de museos que apenas visita nadie, pero en las que cuelgan las
obras de los amigos y las que los conseguidores nos han traído por un precio por ser para ti, chato…, con todo ese
dinero se levantan fábricas y se pagan becas, se aumentan pensiones y se
invierte en futuro. Todo va a las Caimán, islas en las que a nadie se le ocurre
hacer etapas del Tour.
Esto, lo de los conseguidores, lo de La escopeta nacional, es ya muy viejo, pero sigue siendo una lacra
allí donde llegan a la política estos amigos del lujo, del puro habano o del
cigarrillo americano, que se mueren por hacerse una foto cortando una cinta en
algo tan absurdo como una etapa balear del Tour
de Francia. Ya lo dijeron: ¡El turismo es
un gran invento!
¡Idiotas! ¡Ellos y nosotros!
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