Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Podríamos
clasificar la violencia, ya sea en guerras o en atentados, con su deseo de ser visibles
o invisibles. Hoy, en un mundo mediático, plagado de teléfonos y cámaras de
todo tipo es difícil que algo no se vea. En ocasiones, como en los actos
terroristas, se busca la notoriedad, el acto tiene una clara intención de
lograr el máximo de visibilidad.
Las
actuaciones de Israel, por el contrario, buscan una imposible invisibilidad. El
hecho más evidente de esto es la muerte masiva de periodistas, eliminados con
claridad del campo de batalla.
En este
mismo sentido trabajan los ataques "accidentales" a los observadores
internacionales. Israel, claramente, no quiere testigos molestos de su brutal forma
de actuar. Sí, en cambio, permite las imágenes del "éxito" relativo
de su escudo antimisiles, una pieza disuasoria.
Todas
las guerras de hoy se acompañan de una estrategia comunicativa. Las viejas
propagandas del pasado se quedan muy cortas ante la necesidad de estar en el
espacio informativo peleando por la influencia, por la construcción de la
imagen positiva.
Israel
sabe que está perdiendo la guerra mundial por la imagen, que cada noticiario se
abre con las imágenes de la barbarie sobre civiles, de edificios destruidos. En
la sinrazón en que esta guerra ha entrado, Israel ha ido quemando apoyos por
una razón sencilla: nadie puede estar del lado visionario del uso brutal de la fuerza contra civiles.
Hoy nos dicen que la destrucción de un edificio, con el añadido de 20 muertes, tenía por objetivo un líder enemigo, que consiguió escapar con vida. Esta forma de seleccionar objetivos llevándose por delante a miles de personas civiles —hombres, mujeres y niños— solo lleva a seguir perpetrando masacres con la ya absurda idea de su "derecho a defenderse". Por eso Israel necesita eliminar testigos, tanto periodistas como observadores.
El ataque al cuartel de las fuerzas de Naciones Unidas en Líbano, del que nos informa hoy los noticiarios es un avance más en la eliminación de testigos. Las fuerzas de las Naciones Unidas están para mantener una paz que hoy se hace imposible. Están como un indicador de la voluntad de mantener distancias, algo que Israel sigue rompiendo cada día en una alocada carrera hacia adelante eliminando todo aquello que se supone que atenta contra "su seguridad". Si ese es el objetivo, Israel fracasa con cada acción, pues condena al estado a convertirse en una prisión invertida, es decir, a ser ellos los que están encerrados dentro de su propio espacio. Israel no será ni más libre ni más seguro. Solo está creando las condiciones para tener que pasar su historia futura con la obsesión de tener que matar para sentir una falsa seguridad.
La comunidad internacional se siente cada vez más manipulada por Israel, que lo que fue el apoyo inicial ante un ataque terrorista de Hamás se ha convertido en una trampa para sus políticas de apoyo. Los países que rompen relaciones con Israel son pocos todavía (hoy lo ha hecho Nicaragua), pero pueden ir a más porque nadie quiere ser cómplice de estos crímenes de guerra, de estas violaciones de lo humanitario en todas sus facetas.
Los
crímenes contra periodistas, además, crean una solidaridad informativa
internacional. Las grandes agrupaciones informativas hacen frente común contra
Israel y condenan los crímenes, por más que Israel hable de
"accidentes". Se han perdido todas las formas de la guerra. Los
apoyos a Israel decrecen. Francia ha congelado el armamento destinado a Israel.
No quiere ser cómplice de tanta muerte de civiles inocentes.
Kamala
Harris ya habla de freno, de
desescalada de la guerra. Nadie quiere que se le identifique con esa guerra...
ni con lo que puede llegar. El temor de un enfrentamiento directo con Irán, que
abra nuevos niveles de guerra, es ya general.
Los
país occidentales, incluido los Estados Unidos, han tenido la esperanza de que
Israel parara en algún momento, que se diera por satisfecho con las acciones
realizadas, con el dolor provocado, pero no ha sido así. Un Netanyahu enloquecido,
ya reclamado por la Corte Penal Internacional, condenado en la Asamblea General,
solo amparado por los vetos, no tiene intención de detener una guerra en la que
muestra un poder ciego, irreflexivo, sin futuro.
El
ataque al cuartel de las Naciones Unidas es un nuevo exceso. Esta vez no puede
señalar que dentro había un objetivo.
La disculpa por el "error" es una más dentro de una cadena de ataques
con el fin de que se vayan los testigos. Las víctimas van de un sitio a otro de
Gaza o Líbano a las espera de ser alcanzadas en alguno de esos lugares a los
que se les envía por "seguridad". Dejan sus casas destruidas para
seguir vagando a la espera de la muerte.
De todo esto, Israel no quiere testigos. Pero es imposible tapar tanta barbarie, tanta vulneración de lo más elemental-
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