domingo, 15 de septiembre de 2024

Casi Sinatra

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Estos días hemos estado dándole vueltas a esto de los "fake", ya sea en su versión "deep fake" o en la de "fake news" (¡la maldición del inglés!). La primera, recordemos, nos impide saber si lo que vemos es realidad o recreación, como esas fotos de Trump en las que tenemos que ver si hay un sexto dedo en una mano para decidir si son reales o no; las segundas van a otro tipo de falsedades, la informativas, que traen de cabeza a los medios serios porque no saben si lo que les dicen es cierto o tan solo un bulo lanzado por una máquina "inteligente" aparcada en las afueras de Rusia, con o sin participación humana directa. Las noticias —lanzadas por la pareja republicana— sobre que los haitianos de una población norteamericana se comen las mascotas, entran en esta categoría.

Las cosas que cuentan los de Maduro son también "fake news" oficiales, pues en esto de mentir ya no hay distingos entre lo oficial, lo oficioso, entre lo institucional y lo que va por libre. Primero se lanza el bulo y luego se mete la "realidad" a martillazos, por utilizar la expresión nietzscheana. Si dispones de un "aparato institucional" de certificación, como en el caso de Venezuela, las mentiras salen de la nada y acaban convertidas en documentos oficiales firmados por jueces, ministros, etc. La mentira se convierte en verdad mediante estos mecanismos.

Metido en estos y otros deprimentes asuntos decidí usar el método psicológico barato, es decir, irme a unos grandes almacenes y regalarme algo, un CD, una película, un libro... Funciona generalmente y se llama gratificación consumista aplicada o algo así.

Tras hacerme con un disco del brasileño João Gilberto para dejarme arrastrar por el ritmo de la bossa hasta el olvido, mi mirada curiosa se dirigió un poco a la izquierda, a los estantes colindantes. Allí me trajo la atención una caja de CD en la que resaltaba "Frank Sinatra. The best LPs 1954-1962. 16 original albums". De esa colección de cajas de 10 CD tengo bastantes, de Ella Fitzgerald a Osar Peterson, de Coleman Hawkins a Dave Brubeck, ediciones a muy buen precio y que como aficionado al Jazz valoro por lo que tienen de recuperación de una música. Puede que algún lector de este blog conozca otro, "Blog All Jazz", en el que comparto la música que me gusta con los que la quieren escuchar.

Pero, a la novedad de ver la caja dedicada a Frank Sinatra, se le añadía algo más: quien estaba en la portada ¡no era Frank Sinatra! Lo que había sido una primera intuición, un sobresalto en la memoria visual, que hizo que pasaran por mi mente todas las posibilidades de coincidencia, globales y parciales. ¡No, aquel señor con sombrero no era Frank Sinatra! ¡No sé quién era, pero no era el viejo ojos azules!

En el tren de regreso pasaron por mi mente las imágenes de Frank saliendo del barco y saludando a Nueva York (Un día en Nueva York 1949), de duro en Como un torrente (1958) El detective (1968) o El hombre del brazo de oro (1955), en sus discos con Tommy Dorsey, con Gordon Jenkins, con Bill May...

Por mucho que intentaba situar aquella imagen de Sinatra en su vida, no lo lograba. Ni aquellos eran los ojos azules del "viejo ojos azules" ni su mirada ni sus arrugas y sobre todo ¡aquel sombreo! Sinatra tenía muy a gala sus sombreros, pero aquel sombrero le habría hecho salir de la tumba y arrojarlo por la ventana.

No dudo de que el contenido de la caja incluyera esos 16 Lps prometidos. ¡Pero aquel no era Sinatra! ¿Ante qué tipo de "fake" nos encontramos?

Veamos las posibilidades que se abren. La primera es que a quien hizo el dibujo para la portada de la caja le dieron la descripción por teléfono y solo sabía de un señor con sombreo. La segunda es que le importaba poco el concepto de "parecido" y pensó que con el sombreo se le identificaría como Sinatra de la misma forma que un bombín podría identifica a Charles Chaplin, algo que evidentemente no ha funcionado. Lo que resulta evidente es que quien hizo el retrato no conocía a Sinatra. La pregunta se dirige entonces a las manos por las que pasó desde el despacho del dibujante hasta la estantería de los grandes almacenes, a su sección de música, allí donde lo encontré y me saltaron las neuronas. 

¿Cómo es posible que haya pasado por delante de tantos ojos, de alguien que alguna vez habrá visto a Sinatra en fotografías, películas, discos de su dilatada carrera artística. La tercera posibilidad es la ceguera cultural, el olvido masivo de todo lo que no haya pasado en las últimas veinticuatro horas, el pasado profundo desde el hoy absoluto en el que vivimos.

Me llegaron algunos recuerdos sobre cosas como estas. Esas páginas de fans  en Instagram o cualquier otra red en la que entre una serie de fotografías de las actrices o cantantes de repente aparece una que nos es ofrecida como de esa persona. Y tú miras y remiras porque hay algo que no te casa, que no te acaba de convencer. Miras los comentarios y entre los mayoritarios con "¡preciosa!" o "¡bellísima!" o "¡te amo!", ves algunos comentarios que dicen "¡no es ella!" o "¡de dónde has sacado esa foto, tío!" o similares. Por cada persona que ha visto que no era quien decían que era, hay cincuenta que lo han dado por bueno. ¿Nos falla la capacidad de reconocer o distinguir? ¿Aceptamos lo que se nos dice o muestra sin más?


Es como el "deep fake" pero en sentido contrario. Si en el primer caso no ofrecen una imagen imposible de distinguir, en el segundo nos dan por bueno un Sinatra que nunca existió. Puede que el sombrero fuera real, pero no en la cabeza de Frank.

Me salta la duda si la portada estará hecha con IA. Si ha sido así y es la base del ahorro por delante, no ha salido demasiado bien. Repaso decenas de fotos del verdadero Sinatra y veo algunas que, por la pose, ángulo, podrían haber "alimentado" a la IA. Sea lo que sea, fatal.

¿Qué nos espera por delante? ¿Obamas sin Obama, sinatras sin Sinatra? Lo del Sinatra sin Sinatra me parece más complejo porque para engañarte con Obama debes saber quién y cómo es, pero para todo aquello un poco distante nos pueden engañar ante la mezcla de incultura y olvido, algo más peligroso pues permite una manipulación infinita.

No hace falta ser un lince para entender que cuanto menos sepamos del mundo —pasado y presente— somos más fácilmente manipulables. El desinterés por todo lo que no sea presente nos hace presa fácil de cualquier mentira, falsificación o valoración.

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