Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mañana,
9 de mayo, es el Día de Europa. Entre tanta celebración diaria —el nuevo
santoral—, este día dedicado a la Unión del continente nos llega de nuevo con
una guerra incluida. No se ha terminado la agresión que desde la periferia se
hizo a un país que no forma parte de la Unión, pero al que este sufrimiento ha
hecho acelerar para su integración.
Europa
y la Unión Europea son dos dimensiones superpuestas, cultural y administrativa,
de un mismo espacio. Dentro de ese espacio hay europeístas y anti europeístas,
aquellos que desde dentro tratan de dinamitar la unión en favor de los espacios
nacionalistas. Europa se enfrenta hoy a tres males: el antieuropeísmo, la
amenaza constante de Rusia y sus propios defectos.
El anti
europeísmo surge como una forma de populismo identitario que enfrenta dos
mundos, el que se aísla y trata de destruir la unidad superior de los países, tal como hicieron los británicos del Brexit.
El dos de enero de este año, los medios daban
los resultados de una encuesta en la que un 65% de los británicos querrían
repetir el referéndum para tratar de revertir la salida. El entusiasmo
provocado por los partidos del Brexit, con la ayuda de los Estados Unidos de
Donald Trump (suya es la expresión "¡Llamadme Mr Brexit!") y apoyos
de la Rusia de Putin —¡vaya coincidencias!—, no tardó mucho tiempo en diluirse.
Tras el sueño de gloria, llegaba la realidad del día a día, las consecuencias
desastrosas de la salida de la Unión Europea. Las campañas responsabilizando a
Europa de frenar la gloria británica habían dado su fruto, pero no traían
gloria sino un desastre detrás de otro.
Hay
muchas fuerzas interesadas en el fracaso europeo, no interesa una fuerza
relevante a ninguna de las superpotencias y se esfuerzan en destruir la Unión.
Rusia
es la otra interesada. La guerra de Ucrania tiene algún sentido si entendemos
que Ucrania era el país donde más rusos salían, una puerta hacia Europa. Puede
que la guerra no sea más que un intento por evitar que se notara demasiado el
deterioro ruso, de tratar de reverdecer laureles al viejo estilo, el bélico.
Muchas
veces se ha señalado que el plan de Putin incluía la idea de la división de los
europeos. Para Putin la diversidad es un síntoma de debilidad, como suele
pensar todo autócrata. Sin embargo, Europa no ha estado dividida y, es más, lo
conseguido es que más países quieran formar parte del proyecto ante la amenaza
de invasión, el contra modelo ruso de la violencia.
El
pensamiento ruso ha estado dividido tradicionalmente en dos grandes rusos, los
eslavófilos y los occidentalistas. Puede que siga siendo así, con los primeros
como fuerza populista dominante. Los lazos rusos creados con Europa son las tramas de
intereses para crear una dependencia, como vemos con claridad con la
dependencia energética. Rusia ha mostrado con claridad sus tácticas para evitar
que Europa se aleje, algo que no es bueno para Putin.
Europa
se tiene que construir, desgraciadamente, con un ojo puesto en Rusia, que ha
vuelto a considerar a Europa como un enemigo o como un desafío a su propia
forma de ver el mundo. El crecimiento de Europa es un fuerte contraste con la
forma rusa de hacer política o economía. La Rusia corrupta de Putin, la de los
magnates afectos al poder, los llamados "oligarcas rusos",
sostenedores de sus negocios con el apoyo del Kremlin, no es compatible con un
modelo europeo.
Por eso
hay que ser muy tajantes con la corrupción —el caso de la trama en el
parlamento europeo— porque los intentos de tentar a las instituciones es una
constante. Ya sea desde Rusia o desde otros países con regímenes autoritarios (especialmente
desde los países árabes, como ha ocurrido con el llamado "Qatargate",
extensivo a otros países involucrados en sobornos), las amenazas al
funcionamiento correcto de las instituciones, a su limpieza y transparencia son
constantes y debe vigilarse sin cesar.
Las
europeas deben demostrar cada día su decencia, pues la Unión tiene múltiples
enemigos que utilizarán cualquier caso para minar la confianza ciudadana en
ella. Europa debe ser honesta, transparente y vigilante. Como todo proyecto en
proceso —Europa es un camino sin fin—, debe evitar torcerse, dar pie a que sus
enemigos levantes recelos y fomenten su destrucción.
Estos
problemas constituyen el tercer bloque, los defectos propios, los generados en
nuestras propias instituciones. Los europeos deben poder confiar, saber que
quienes están en las instituciones no son "un puñado de burócratas",
como se les define por sus enemigos, sino el resultado de procesos en los que
se selecciona lo mejor para todos.
Hay que
visibilizar más las instituciones y organismos europeos, que el ciudadano
comprenda la magnitud del proyecto y, pese a fallos o carencias, los increíbles resultados al montar algo de estas dimensiones poco después de una guerra que
destruyó el continente.
La
Unión Europea ha crecido sobre esas raíces de la voluntad de erradicar del
continente los conflictos que durante varios siglos han estado haciendo que los
europeos nos viéramos como enemigos. Hoy formamos parte de lo mismo, de un
espacio de libertades.
En esto
España puede entender muy bien lo que supuso entrar a formar parte de una
Europa de la que estábamos alejados. Quizá hoy lo demos por hecho y no se
valore como debe. Es importante ser "europeos", sentir que formamos
parte de algo integrado por muchos países, unos son vecinos y otros más alejados
de nosotros, pero unidos por leyes y sentimientos comunes.
Los intentos populistas, las amenazas exteriores y nuestros propios defectos son retos que somos capaces de superar aportando a Europa cada uno lo que está en su mano. No se trata de ver Europa como un "suministrador", un "vigilante", sino de verla como un espacio de trabajo, un lugar al que aportar ideas y profundizar en su riqueza cultural.
Europa
no es perfecta, pero eso depende de nosotros, de nuestra capacidad de mejorarla
día a día. Mañana celebramos nuestro día, el día de Europa y de los europeos.
Es el día en que aceptamos nuestra diversidad y nuestra unidad en ese concepto,
que ha dejado de ser una abstracción, para ser una realidad.
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