Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Repaso
algunos materiales para incluir en las clases, donde me gusta que cada lectura
nos sirva de entrada a temas y autores, a problemas que se nos plantean y que
muchas veces ignoramos, dando por hechas las cosas. Es un ir demasiado deprisa
que arruina ese recorrido por ese paisaje que es un texto. En un mundo
apresurado, perdemos demasiadas cosas.
Releo
un texto sobre la lectura de Siri Hustvedt, contenido en Vivir, pensar mirar (2013) y me llama la atención una frase: "Tuve
que hacerme mayor para reírme con La
metamorfosis". El texto está escrito en 2011 y forma parte de una
serie de escritos muy variados, como el propio título sugiere. Pero quizá la
frase de Hustvedt nos indique que no hay tanta separación como palabras y
diccionarios nos dan a entender y que precisamente vivir es un concepto que integra todo lo demás, el pensamiento y la
mirada, que no es posible en nuestra realidad separarlos. Solo nuestra
capacidad de abstracción, de sacar las cosas de la complejidad vida y dejarlas
sobre el papel, escritas, reducidas a conjuntos de letras conectadas con ideas,
puede llegar a creer que las cosas se nos ofrecen separadas cuando en realidad
forman parte de experiencias unidas.
Hustvedt
está tratando en ese texto, entre otras cosas, de delimitar la lectura y como contraste de esa
experiencia la relectura, un proceso no demasiado pero siempre fascinante. Nos
habla de cómo recordamos a veces de forma caprichosa lo que hemos leído, de
cómo fundimos textos en el recuerdo, de cómo no encontramos en el texto releído
nuestro pasaje favorito porque proviene de otro libro.
Empeñados
en los aspectos comerciales de la lectura, en las cifras de ventas, nos
olvidamos de la singularidad que supone el lenguaje cuando este se almacena en
textos que nos permiten vivir distintos tipos de experiencias y de la
experiencia misma que supone leer. El valor de la relectura es precisamente hacer
manifiesto ese "hacerse mayor" al comprender nuestra incompletitud
constante, nuestra necesaria acumulación de experiencias para poder entender,
para poder acceder al mundo que el texto nos ofrece, siempre nuevo. Nos hemos
fijado demasiado en el río en el que no
nos podemos bañar dos veces y nos olvidamos que tampoco somos los mismos la
segunda vez que nos introducidos en el agua. Empeñados en nuestra constancia,
no nos percibimos como seres cambiantes, diferentes en el tiempo en función de
nuestra capacidad variable de ser, una fotografía estática de nosotros mismos,
pero una ilusión nada más. La relectura permite percibir esto, cómo quien se
enfrenta al texto por segunda vez no es el mismo que lo hizo la primera si la
experiencias vividas por medio nos han cambiado.
La
observación de Siri Hustvedt tiene muchas implicaciones, más allá de la
reflexión. Las tiene, por ejemplo, en la educación, donde la lectura es esencial.
Educarse no solo es aprender para siempre, como algunos pretenden guiados por
un infantil pragmatismo que considera inútil volver a lo "mismo", que
nos considera como cajas en las que se meten conocimientos y que son
recuperados.
La
incomprensión que vivimos con las Humanidades proviene en gran parte de este
error, el de pensar que los textos quedan tan estables como el Principio de
Arquímedes, que cuando volvamos a ellos serán los mismos. Hay cosas estable, mientras que en la esencia de otras está su dimensión temporal, viva, cambiante.
El gran
error de las Humanidades educativas (muchas veces propiciados por los mismos que las
enseñan) es pensarlas en términos de "educación" y no en términos de
autoconfiguración de la persona, es decir, de separar "vivir, pensar,
mirar", por reutilizar el título de Siri Hustvedt.
Convertir
en "contenidos" la experiencia de la lectura es un enorme error que
estamos pagando. La ilusión de la estabilidad nos engaña anulando precisamente
la capacidad de los textos de convivir con nosotros. No solamente no los comprendemos
en el sentido de hacerlos nuestros, de cada uno de forma diferente, sino que
imponemos un sentido a través de su clasificación, evaluación y análisis por
parte de las "autoridades competentes".
Según
este planteamiento, Siri Hustvedt no debería haberse reído nunca con La
metamorfosis. Escribí hace muchos, muchos años, un artículo titulado "La
risa de Kafka", dando cuenta de la extrañeza de Max Brod, amigo y biógrafo
de Kafka. Brod manifestaba su sorpresa porque su amigo Franz hiciera lecturas
riéndose abiertamente de las vicisitudes por las que pasaban sus protagonistas.
No lo entendían.
Siri
Hustvedt pudo acceder finalmente (o por ahora) al sentido que Kafka daba a sus
situaciones, de El Proceso y El castillo a La metamorfosis. Debió esperar a que
pasara el tiempo para que, a través de la lectura, descubriera que el Kafka que
había leído era una mezcla de su inexperiencia y de los comentarios escolares
que le rodeaban.
Una
parte de nuestra inmadurez contemporánea la percibimos precisamente en nuestra
concepción acumulativa de la educación. Mucho de lo que se aprende se olvida porque
no se vuelve sobre ellas o, lo que es peor, se conserva una memoria equivocada,
incompleta o inmadura de ellas.
Hemos alejado las lecturas —especialmente las literarias y humanísticas— de su verdadera función formadora en el acompañamiento a lo largo de la vida. Las hemos convertido en algo que se usa y se tira, creyendo que así se hace espacio para lo siguiente. ¡Un gran error que pagamos con creces! El furor de lo nuevo consumible nos devora a nosotros mismos arrastrados por ese impulso hacia adelante.
Las palabras de Siri Hustvedt nos advierten que mucho de lo que dejamos atrás lo tenemos todavía por delante; que leer, como tantas otras cosas, se construye sobre la experiencia del momento y que esto es solo un tramo de nuestra vida. Muchos escritores, entre ellos M. Proust, nos lo enseñaron. Pero no los leemos o lo hacemos a destiempo y mal.
Vivir, pensar, mirar... no están tan separados como algunos creen. Quizá merezca la pena estrechar lazos. Lo que hay en juego es importante, nuestro propio crecimiento.
—Hustvedt,
S. (2013). Vivir, pensar mirar. Ed.
Anagrama.
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