Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
suerte o como lo queramos llamar ha salvado la vida de la vicepresidenta
argentina, Cristina Fernández. Algo hizo que el arma, con cinco balas, no
disparara ninguna cuando fue apuntada a escasos centímetros de la mandataria.
Su agresor, según los primeros datos, es un brasileño de 35 años. No hay más
por ahora. Solo las reacciones de rechazo de políticos argentinos y de todo el
mundo ante el intento de asesinato.
Las
noticias sobre la violencia en la política se multiplican en muchos lugares. El
asesinato de Shinzo Abe, apuñalado en plena calle durante un mitin en Japón, ha
sido el más reciente, pero lo cierto es que la violencia se extiende en estos
tiempos y apunta hacia la clase política, cada vez más arriba y selectiva. Una oscura historia con una secta religiosa ha sido la explicación del asesinato de Abe.
Podemos
analizar el fenómeno desde diferentes puntos, tanto por la crispación política,
la polémica como base de la comunicación o la interacción, de la que hablábamos
precisamente ayer, que sería considerar que la violencia verbal acaba
degenerando en física y que los ataques de unos políticos a otros acaban
tomando forma física, o considerarla como una efervescencia que sube desde la
calle y busca los objetivos más altos con los que saciar su creciente ira.
Otros
preferirán una tercera vía, que es la de la salud
mental. Me llamó la atención que el primero mensaje que me llegó al
teléfono sobre lo sucedido con Cristina Fernández, fuera de la Asociación
Argentina de Salud Mental. Fueron los primeros en lamentarlo o, al menos, el
primero que me llegó.
Como en
todo fenómeno de gran complejidad, las explicaciones no tienen por qué ser
iguales en cada caso y la aparición de noticias, aunque el factor imitativo,
puede ser también un desencadenante, un ofrecer alternativas que la mente del
"perturbado" aprovecha para adquirir notoriedad.
Sea por
los motivos que se lo cierto es que hay un enorme estado de crispación política
por todo el mundo. Diciendo "crispación" intentamos recoger, aunque
sea de manera general, un estado alterado que tiene su objetivo fijado en los
políticos, a los que hace responsables de los males que les aquejan.
No sé
si a las sociedades "felices" se les ocurren estas cosas, pero sí parece
claro que las profundas crisis que nos aquejan —del clima a la economía pasando
por las guerras— nos pasan factura creando grandes tensiones que se liberan de
muchas formas, pero que se redirigen ahora a ese "otro" al que se
responsabiliza y que puede tener múltiples caras: individual (como los casos
comentados de Abe y Fernández) o colectiva (los otros dentro del espectro
político, los otros de la xenofobia, los otros de otras creencias, etc.)
No
sabemos mucho de por qué un brasileño de 35 años intenta matar a Cristina
Fernández o por qué alguien, como hace unos días, cose a puñaladas a Abe. Sí
sabemos algo más, aunque no mucho, del otro apuñalamiento, el de Salman
Rushdie, no hace muchos días. Rushdie no es un político, pero sí un objetivo
político, pues no puede entenderse su caso como realmente una lucha religiosa,
sino más bien como de una transformación de lo religioso en político mediante
una fatwa.
Las
crisis producen exasperación, angustia, enfrentamientos, inseguridades y,
especialmente, ver a los demás como enemigos si la situación se prolonga mucho
y, además, es manipulada para dirigir la ira contra personas. Por eso, creo que
estos incidentes son una mezcla de todos ellos con diversas variantes que
matizan cada caso.
Vivimos
en tensión y eso afecta a nuestra toma de decisiones. Vivimos cercados por
dificultades reales y amplificaciones mediáticas y políticas que cada día nos bombardean y
estimulan con los conflictos reales, impactándonos se produzcan donde se
produzcan, que al final es en nuestras propias mentes. Somos la salida final de
la cloaca de violencia e ira que se va acumulando y que se rompe por los
eslabones sociales más débiles. Hay que reducir la "violencia"
No se
trata solo de los políticos. Donde la violencia estalla, lo hace de forma virulenta,
irracional muchas veces, con motivos absurdos. Pero nadie quiere hablar;
prefieren estallar en el patio de un colegio, en las calles en fiestas nocturnas,
etc. Hay mucha ira contenida buscando un destinatario en quien desahogarse. Quizá primero empieza creciendo la ira y después se busca en quién desahogarla, un objetivo asequible.
Preocupa la violencia irracional, la que se desahoga a las primeras de cambio, un día tras otro y a la que parece que nos acostumbramos. Nos fijamos en la ira contra gente notoria, pero quizá es más peligrosa la que estalla simplemente una noche en mitad de unas fiestas, sin más explicaciones. Quizá estamos más enfermos de lo que pensamos y seguimos lanzando leña al fuego.
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