Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Volodymir
Zelensky acaba de calificar, entre otras palabras, como "broma de mal
gusto" lo que Putin ha llamado corredores humanitarios, un camino que hace
entrar a los ucranianos directamente en el territorio de aquellos de los que
van huyendo. Si alguien tenía dudas sobre el personaje que está en el Kremlin y
tiene en vilo a Europa y parte del mundo, esta acción deja al descubierto con
quién se está tratando.
Habría
que empezar a estudiar en nuestras facultades de Filología, de Ciencias
Políticas, de Comunicación qué significa el lenguaje de Putin, cómo se
retuercen las palabras, cómo camuflan los hechos, como se incumple lo dicho.
La invasión de Ucrania se hace por "motivos humanitarios", para "impedir un genocidio"; la gente que muere en los bombardeos rusos es porque el ejército ucraniano los usa como "escudos humanos", etc. Todo es así con Vladimir Putin.
Pero
esto le funciona no porque sea verdad, sino por la fuerza que hay detrás de
cada afirmación. Está la fuerza de la afirmación y, por otro lado, la
afirmación de la fuerza. Es esta última la que Putin maneja, la violencia sobre
el sentido de las palabras, que retuerce, pero sobre la fuerza orwelliana del
poder absoluto de imponer los sentidos, de decir estas cosas mirando fijamente a los
ojos, mirando a las cámaras sin titubear, demostrando una fiereza firme, desafiante.
¿Engaña
a alguien Putin? Nada más a aquel que quiera creerle.
Con todo, Putin va reordenando su mundo (y el nuestro) con una lógica que se impone a través de la fuerza. Es lo que vemos cuando los policías rusos apalean y detienen a cualquiera que sale a la calle a decir que no quieren guerra, que se pare la muerte. Oficialmente no existen, la discrepancia supone ser eliminado del mapa, ser "vaporizado", que era el término con el que George Orwell describía esa tachadura de la persona en el sistema, su desaparición, en aquella sociedad descrita en su obra 1984, que tenía precisamente a la Rusia estalinista como modelo.
No han
cambiado las formas ni la visión del mundo desde el mundo del despotismo zarista, que pasó a la brutalidad inmisericorde del estalinismo para acabar desembocando
en esta nueva versión del poder corrupto y brutal. Siempre ha estado ahí ese
desprecio del ser humano ante un poder que actuaba en nombre de Dios con los
zares, en nombre del proletariado en la época soviética y hoy en el nombre de
Putin, una fusión de ambos sistemas, lo que le permite destruir vidas humanas
después de llevar su cirio y recibir las bendiciones del patriarca moscovita.
Puede que no sea un problema del "alma rusa", como se decía antes, que solo sea un problema del "poder ruso", siempre imperialista, siempre cruel, siempre despótico, siempre a la espera de esas fieras figuras egocéntricas que se van intercalando en su historia. Puede que carezcan de modelos paternos flexibles, como ocurre en las familias. Puede que solo estas figuras que encarnan el poder absoluto sean las que fascinan y son obedecidas con no se sabe muy bien qué visión de futuro. El hecho es que Putin está ahí, en Rusia y en la Historia, a la que ha pasado en vida como un personaje de una "crueldad intolerable".
¿Se
sienten mejor los rusos por tener un dirigente así? Algunos avezados analistas de lo incomprensible para cualquier
ser normal nos dicen que las "humillaciones" se acaban convirtiendo
en ira. No estudiamos los efectos acumulativos que nuestras acciones tienen sobre
terceros. Nada hay más peligroso que actuar sin tener en cuenta los efectos
colaterales de lo que hacemos. Esto no justifica en absoluto lo que Putin está
haciendo, sino que explica nuestra deficiente forma de evaluar el mundo y lo
que en él ocurre cuando no nos interesa. Putin no es un descubrimiento; ha estado siempre ahí. Hoy nos toca a nosotros, a Europa.
Putin
—no es el único— ha sabido convencer a los que de su palabra dependen que el
mundo es de una manera determinada. Que sus palabras coincidan con la realidad
o no es irrelevante. Para eso está la fuerza bruta, para resolver los problemas
con el diccionario y la semántica.
A esto se le suele llamar "narrativa", un tipo de discurso que explica una versión, un punto de vista unilateral, sobre la realidad. En mundo encogido e híper comunicado es fácil crear enemigos imaginarios, fabricar amenazas. Para justificar guerras e invasiones, la Historia nos ofrece múltiples ejemplos. La fuerza, como decimos, facilita la imposición de estas narrativas que permiten manipular a un pueblo, hacerle aplaudir festivamente los crímenes. Esas caravanas propagandísticas que recorren las calles de las ciudades rusas cumplen esa finalidad.
Putin
ha bloqueado los accesos informativos, que es el primer paso en el manual del
dictador. Aislar para que no haya más fuente que la oficial. Ir contra ella,
contradecirla, significa ya oficialmente la cárcel. De esta forma, solo queda
el aplauso y la aquiescencia.
Lo que
pone Putin sobre la mesa es una falsa perspectiva de negociación, algo que no
le interesa realmente. Es solo otra fachada
humanitaria más mientras hace crecer la desesperación de los ucranianos,
pero también su fortaleza y deseo de resistencia. Ante las palabras retorcidas
de Putin, los ucranianos muestran el sufrimiento y la evidencia de los hechos.
Putin expulsa a los medios o estos se van por miedo, pero lo que nos llega de
Ucrania no deja mucho lugar a dudas, excepto, claro está, para aquellos que ven
de forma "salomónica" esto, como una cuestión entre dos.
Putin
no negocia. La idea de los que ha llamado "corredores humanitarios"
no es más que una toma de rehenes con los que seguir presionando. Puede que
después, en un gesto generoso, los mande a Siberia, una práctica habitual en
Rusia. Lo que le interesa es quedarse con la parte de Ucrania que necesita,
repoblarla ya como "rusa". "Negociación" es que Ucrania se
la entregue mediante escrito en una mesa. Hablar de "guerra" y de
"guerra nuclear" es asegurarse que nuestro acomodado mundo va a
retroceder horrorizado ante la mera perspectiva. Putin cuenta con ello. Las
guerras no se ven igual de lejos que de cerca. Putin juega con el miedo, con la
crisis económica que producirá esto, con el coste de los refugiados, con las
divisiones...
Ahora hay que vigilar bien que el dolor de Ucrania, su inmolación como chivo expiatorio de la acción expansiva imperialista rusa, de su violento deseo de imponer su ley a los que tienen frontera con ella para que no se convierta en algo baldío. Hay que volcarse para tratar de compensar nuestra impotencia y nuestro sentido de responsabilidad y, en muchos casos, culpa.
Hay que atender a Ucrania y reducir el peso ruso entre nosotros aunque sea mediante muchos sacrificios. Es la mejor forma de asegurarse que esto no se vuelva a repetir.
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