sábado, 15 de enero de 2022

El ciudadano Andrés y el juerguista Boris

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


¡La que está cayendo en el Reino Unido! Lo que pueda "caer" en un país como Reino Unido se puede dividir en dos tipos que se deben  diferenciar con claridad: lo que les cae a todos, como el Brexit, fruto de sus decisiones encadenadas y sus expectativas de futuro, sometida a riesgo; y, por otro lado, lo que se suelen llamar "tormentas políticas" cuyo rayos caen, en este caso, sobre el (¿ex?) príncipe Andrés por libertino y sobre Boris Johnson y su capillita por juerguistas incontrolables, poco dados a compartir el dolor de Su Majestad en momento difíciles.

Lo del ciudadano Andrés ha sido un mazazo para un año especialmente difícil de la Reina, que enviudó y vio como uno de sus nietos les hacía una despedida a la francesa renunciado al boato oficial, casándose con quien le dio la gana y marchándose a la ex colonia a vivir del presente, los libros, programas y exclusivas, todo un futuro por delante.

No deja de ser motivo de reflexión cómo las personas que lo tienen todo, como los miembros de la realeza inglesa, que podrían pasarse la vida posando para las portadas de las revistas y saludando con la mano desde coches, escaleras y ventanillas de avión y entradas y salidas de los acontecimientos, etc. se complican ellos mismos la vida. El gusto por lo prohibido, el placer de lo pecaminoso, etc. suele ser un poderoso atractivo para los que reciben el poder y no saben hacer con él nada constructivo. La Reina ha sido fulminante y no le ha temblado la mano al darse cuenta que el hecho de que Andrés quedar cubierto por "la póliza" no deja de hacerle culpable. Andrés se ha hundido él solo, primero cometiendo el delito y después reconociendo el hecho indirectamente sus abogados, que pueden salvarle de la cárcel con una indemnización, pero no salvarle de la ira de la Reina ni del desprecio de sus "súbditos".

A Andrés le han sido retirados los honores militares. Lo cierto es que esos "honores" eran por haber pilotado un helicóptero durante la "gloriosa guerra de las Malvinas", uno de esos acontecimientos que se saltarán en los programas de historia militar británica para avanzar en el programa. Lo cierto es que parece que en su vida, digna de ser descrita por autores como James o mejor Waugh, lo más interesante le debe haber pasado en la zona peligrosa e ilícita que finalmente le saltó a la cara.


En esta tesitura, Boris Johnson, el todavía primer ministro, ha pedido disculpas a la Reina. Lo ha tenido que hacer unas veces a la Reina y otras a los británicos en su conjunto. El 10  de Downing Street convertido en un Shangri-La, exclusivo y juerguista, se merece la atención de los comediantes británicos, incluidos los de tipo Spitting Image si es que todavía se hacen, dado que con políticos como Trump o Johnson es difícil establecer las diferencias entre la realidad y su parodia.

La cuestión está en que falta muy poquito para que las inmisericordes tropas parlamentarias conservadoras arrojen a Johnson por la ventana para evitar ser arrastrados por su aburrida impopularidad creciente. Johnson ya ha tenido su poquito de locura como primer ministro y es hora que deje que los británicos aspiren a un dirigente tremendamente aburrido, como lo fue Theresa May, a la que Johnson apuñaló por la espalda. Quizá hay que ir pensando en esta alternancia en el poder no como bipartidista sino chistoso-serio. Cuando la gente se acaba del chiste de unos se pueda tener un recambio serio que permita seguir la vida política hasta que aparezca el siguiente chistoso. La política cambia y los políticos con ella. ¿O son ellos los que cambian la política? Probablemente ambas cosas, a veces los bueyes se dedican a empujar el carro.

Los problemas de Reino Unido son grandes y, sin embargo, las primeras páginas están dedicadas a la realeza y al gobierno más que a los problemas reales de la gente, que necesitarían mayor atención y dedicación. ¿Crisis? Evidentemente, pero dos crisis causadas por la estupidez de ambos.


Dicen que lo de Johnson es debido a una "venganza" de alguno de sus antiguos colaboradores, que filtró informaciones. Eso no le quita nada y confirma que quienes llegan a la política tienen principios o cosas que se les parecen muy diversos.

Lo del ciudadano Andrés lo ha solucionado la Reina de un plumazo; lo de Boris tiene otro tipo de consecuencias. Puede que Boris caiga, pero la duda está en qué más arrastrará en su caída escandalosa. No ha sido él solo, es cierto, pero ha sido su equipo y en su casa, lo que le hace no solo responsable sino le presenta como un idiota cada vez que dice que no "sabía" o que había creído que era una "reunión de trabajo" a la que se le pedía a todo el mundo que "llevara su propia botella", algo que, aunque fuera por seguridad, suena fatal.

Lo que los británicos no necesitan ahora es una imagen de la clase política insolidaria, distante, privilegiada, que es lo que han mostrado con su comportamiento. Lo de Andrés ha quedado en manos de la Reina, como jefa de la casa real, y ha sido contundente. La Reina es reina antes que madre, que es lo que significa tener que borrar de un plumazo al hijo que hace daño a la familia. Johnson, por su parte, ha insultado a la Reina con su comportamiento, con sus juergas en periodo de confinamiento de duelo oficial en palacio y en la sociedad. Puede que Boris y los suyos no lo estuvieran, pero debían aparentarlo y respetarlo porque iba con su sueldo. La Reina lleva por dentro sus opiniones en este caso, pero los demás políticos y el pueblo mismo exhiben su indignación ante lo que consideran una falta de respeto a la corona y al pueblo.

Ahora nos alimentamos con eso que llaman "índices de popularidad", los de Johnson ya estaban por los suelos y ahora habrá que rastrearlos con satélites.

Más allá de lo anecdótico de estas historias está lo que señalábamos hace unos días: la idea de impunidad de los poderosos. Unos lo tienen por nacimiento, otros lo consiguen buscando el respaldo popular. Pero lo importante es lo que se hace con él, su uso más que su abuso. Si Boris tiene que dimitir, las líneas en los libros de historia están claras; lo de Andrés es más sencillo, pasara como un borrón que fue eliminado de la página.

Los británicos tienen la compensación de la fuerza de la Reina, que llevará la irritada procesión por dentro. Ha mandado un mensaje contundente —la prensa habla de "humillación"— para evitar el deterioro de la institución. Pero cuando la Reina falte... A Boris los suyos le han mandado también mensajes contundentes, "¡lideras o te vas!", que es un mensaje tardío para la situación actual.



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