Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Si hace
20 años cambió el rumbo del mundo con el atentado a las Torres Gemelas, hoy el
rumbo ha cambiado de nuevo con la pandemia que asola el planeta. Los atentados
tienen fecha, lo que permite el recordatorio, con las manifestaciones de dolor
y los actos en memoria de los muertos de entonces. El COVID-19, por el
contrario, tiene una irrupción incierta por su propia naturaleza, pese a los
intentos de algunos —infructuosos pasado el tiempo— de ponerle fecha y lugar de
surgimiento. No por ello, la pandemia es menos importante, tanto por los
millones de muertos repartidos por todo el mundo como por lo que ha sacudido
todas sus instancias repercutiendo en la vida de todos los seres humanos del
planeta. ya sea por la salud, por la economía, por el transporte o cualquier
otra dimensión.
Si el
11-S es un acontecimiento localizado en el tiempo y en el espacio,
perfectamente localizados sus orígenes e intenciones, la pandemia muestra los
rasgos contrarios. Es un fenómeno de la naturaleza favorecido por el propio
movimiento humano que lo ha esparcido por todo el planeta. El 11-S tiene la
planificación meticulosa mientras que el coronavirus se dispersa conforme a lo
imprevisto de nuestras interacciones en las que se difunde.
Al
comienzo de la pandemia comentamos aquí un intento de convertir en terrorismo
el contagio: un radical egipcio, asentado en los Estados Unidos, consideraba el
coronavirus como un arma de los pobres y recomendaba a todo el que quisiera
escucharle a través de internet que si se estaba contagiado corrieran a abrazar
y besar a policías, jueces, políticos, etc. para acabar con ellos. Otros fundamentalistas
islámicos lo interpretaron como una bendición
para que las mujeres llevaran mascarillas y ocultaran sus rostros. Hay
antivacunas dogmático-religiosos que lo ven como una prueba de su fe y con
ellas les basta; mueren igual que los demás que están si vacunar.
La
fecha unificada del 11-S une a los familiares y amigos, a la gente en un dolor
que pide celebración para exorcizar los recuerdos. Antena3 y ABC, entre otros,
nos proponen el ejercicio de saber si recordamos dónde nos encontrábamos en el
momento de los atentados. Yo sí, en un aeropuerto canario, a punto de embarcar.
Recuerdo las palabras de alguien frente al monitor de la sala de espera:
"Uno es un accidente; dos, un atentado". Lo dijo casi temiendo
compartir sus pensamientos con los demás pasajeros. Llegamos a casa y
encendimos los televisores.
El 11-S
y la pandemia forman un paréntesis, de colores distintos, pero que nos
envuelven en su centro. No hay compartimentos en la vida, por más que los
libros tengan capítulos, que el lenguaje etiquete las cosas como distintas.
Nuestra mirada interpreta y saca consecuencias, clasifica, etc., pero lo cierto
es que en la olla del día a día se cuecen todo tipo de ingredientes.
Lo que
hoy vivimos es una consecuencia del 11-S, algo que ha determinado nuestras
relaciones estos años, tanto internas como exteriores. Se ha vivido, como
querían los terroristas, bajo presión; ha causado discusiones internacionales
con multitud de agentes implicados. Era la estrategia del caos.
El 11-S dividió el mundo en dos, los que lo veían como terrorismo y los que lo aplaudieron oficial o extraoficialmente. Supuso el ver un enemigo no solo en Estados Unidos, sin en un "difuso Occidente" que pasó a ser objetivo de nuevos grupos terroristas o de lobos solitarios al hilo de la admiración por Al-Qaeda y que surgieron por todo el mundo árabe-musulmán sembrando de muerte sus propios países en muchas ocasiones.
ABC comenta que los talibanes han elegido el día de hoy, 11 de septiembre, para conmemorar su "victoria" sobre Estados Unidos. Las efemérides las carga el diablo y juegan con fuego en esa "victoria" que solo ha consistido en estar ahí y esperar a que se fueran los otros. Celebrar el terrorismo te convierte en terrorista. Es cuestión de tiempo.
La
pandemia, por el contrario, nos ha dividido de múltiples maneras; como ricos y
pobres, con acceso o sin acceso a la vacunación, vacunados y sin vacunar, pro
vacunas y anti vacunas, grupos de poco riesgo y grupos de bajo riesgo, enfermos
graves y personas asintomáticas. Hasta las variantes que van surgiendo nos
dividen entre afectados por unas y otras.
Sin
embargo, esta circunstancia atomizada, dinámica, extensa, cambiante... no debe
hacernos perder el carácter unificador como seres humanos capaces de
contagiarnos y morir. Las cifras de la pandemia se han convertido en
millonarias pero, como se preguntaban el otro día en los medios, ¿nos estamos
insensibilizando ante las muertes diarias? ¿Nos contentamos ya solo con no
morir? ¿Solo nos afectan ya las muertes que nos llegan directamente, las de las
personas que conocemos, las de familiares y amigos, las de personas célebres?
Hoy conmemoramos
los atentados de Nueva York, los que hicieron que todos nos convirtiéramos en
habitantes de la Gran Manzana. Fue esa solidaridad la que hizo transcender el
acontecimiento más allá del terrorismo y cumplir una función de resistencia.
La
pandemia, con sus idas y venidas en función de nuestra vida diaria, es un tipo
de situación (no acontecimiento) que se nos escapa porque no acabamos de
asimilarla más que como excepcionalidad,
como algo que nos puede suceder y que en algún momento desaparecerá. Los
tiempos de la pandemia son tiempos de
espera, como el que sabe que tras la tempestad llegará la calma. Sin
embargo, no está claro que esto vaya a ser así y que no se haya producido un
salto a una dimensión nueva en todo el planeta.
Hoy es
11-S extraño, una rara confluencia de estados. Por un lado el atentado en sí,
por otro la salida de Afganistán y la fuerte represión talibán que se está
padeciendo allí. Todos sabemos que esto, además de desastre local, tendrá una
consecuencia de radicalización en otros lugares. Hay que cambiar la visión
actual de la Historia fundada en "qué le puede pasar a Estados
Unidos" y desarrollar nuevas perspectivas de las relaciones
internacionales asumiendo responsabilidades frente a situaciones que habrá que
enfrentar porque son próximas y nos afectarán.
Todo
ello se da en un clima en el que la colaboración es más necesaria que nunca
para vencer a la pandemia y reparar los estragos que está causando por todo el
mundo en todos los niveles. Las cifras de desplazados suben por todo el planeta.
No es solo Afganistán; es Centro América, son los millones que huyen de
Venezuela, de un África caótica, de muchos otros escenarios en los que la
intransigencia, el dogmatismo, la ignorancia, la pobreza escalan puestos
destruyendo vidas y cambiando destinos.
No hay
cooperación y sí muchos intereses particulares, mucha transigencia interesada
con los dictadores. Los gobiernos se enzarzan en discusiones estúpidas
incapaces de solucionar los problemas reales ante la indignación de los
ciudadanos.
Hay muchas cosas sobre las que pensar hoy, un sábado, 11 de septiembre, veinte años después. No basta con mirar hacia atrás; hay que hacerlo alrededor. El 11-S no es pasado, en el sentido de distante; está presente no solo como recuerdo, sino como parte del presente que llevamos en nuestra mochila histórica y personal. Pesa como recuerdo, como condicionante, como efecto. Dicen que fue cuando realmente comenzó el siglo, que el mundo cambio, etc. Es nuestra forma de expresar la relevancia del acontecimiento sobre el estado actual en donde confluyen muchas otras cosas. Quizá, más allá de los 20 años, este aniversario debe estar cargado de muchas reflexiones, además de recordar el hecho.
Pasados 20 años, este extraño mundo en el que vivimos hoy me hace verlo como distinto, más intenso y sombrío. Hay una sombra de pesimismo que nos afecta a todos los que tienen conciencia del tiempo y de lo poco que se ha ganado.
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