Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿Qué es
la actualidad? Algo que oscila entre el COVID-19 y Britney Spears, entre el
cambio climático y Rocío Carrasco, entre la Asamblea de las NU y la isla de las
tentaciones, entre el asesinato del presidente de Haití y la lesión del segundo
metacarpo de una de nuestras representantes olímpicas frustradas. Podríamos
seguir así hasta el infinito, preguntándonos qué es esta montaña rusa que
aparecen cada día en nuestras pantalla y papeles, que salen por nuestras ondas
y se convierten en motivo de conversación de tertulianos, debates en los chats
y discusiones de terracita.
La
"actualidad" no es lo que pasa, es lo que se cuenta. Porqué motivos
se haga, es ya otra cuestión, desde los intereses económicos o políticos hasta
la siembra metódica de la estupidez, que puede no diferir mucho de lo económico
y lo político.
La idea
de actualidad se ha convertido en una especie de chistera programada de mago
que tiene como finalidad sorprendernos, llamar nuestra atención, uno de los
generadores de beneficios mayores que se han inventado y, por ello, de los más
disputados.
Los
efectos sobre la prensa seria, antes
diferente de la sensacionalista, causan estragos, reduciendo el nivel de
credibilidad. Con la reducción de la prensa material, en papel, donde se
competía con los titulares de la primera página en el quiosco, y la conjunción
de noticias en la cambiante página digital en las pantallas, el arte de atraer
la atención ha pasado a ser esencial en la supervivencia en un campo en el que
casi todo depende de los milisegundos que tardamos en ver un titular, una foto,
en fin, una promesa de sacarnos de nuestro aburrimiento existencial, nuestro
consumismo compulsivo y nuestra nueva centralidad en el universo. Ya no importa
lo que ocurre, sino que importa lo que nos importa. De ahí que los
responsables de definir cada día la actualidad (lo que nos puede importar)
tengan que estudiarnos al detalle y, especialmente, modelarnos como futuros
receptores. En efecto, es más sencillo formar
a tu público, hacerle adicto a lo que
debe interesarle, que tener que seguirle continuamente para descubrir qué le
interesa.
La
competencia —allí donde es posible— por hacerse con nuestra atención es feroz,
aunque no lo percibamos demasiado, como el pez acaba olvidándose del agua y
nosotros del aire. Solo su escasez nos hace revolvernos.
Comprender
los mecanismos de la adicción se ha convertido en algo indispensable en el
feroz mundo de la información. Hacerse con nuestros datos y huellas digitales
es esencial y valen su peso en oro, pese a que los datos no pesan en la nueva
economía digital. Pero son realmente el petróleo de esta nueva forma de
economía que se base en atención.
Es
interesante la expresión "prestar atención", ya que implica que la
damos momentáneamente. Hoy es más "atrapar" la atención y, de no mediar
otros factores, se quedarían con ella. El ideal es la persona embobada ante una
pantalla. Ya es una forma de consumo, ya que es contabilizada y rentabilizada.
Pero este mundo se ha hecho mucho más complejo ya que los usuarios son víctimas
de una serie de efectos secundarios, como es la hiperactividad, por un lado, la
falta de concentración que les impide mantenerse mucho tiempo ante un estímulo,
que tiende a saturarse y necesita de la variación para ser eficaz, que el
espectador/lector/consumidor se mantenga ante nuestro torrente de estímulos
calculados para mantener su atención mediante variaciones dentro de
determinados patrones de repetición.
¿Cómo
conseguir que lo que más nos importe en el mundo es el guión artificioso de
personajes sin más trascendencia que la que les concede el hecho de que les
miremos? Indudablemente convirtiéndolos en el centro de nuestras ociosas
(nocturnas y diurnas) vida, convertidas las más de las veces en rutinas a la
espera de ese momento de reactivación en el que el personaje convertido en
objeto de interés (como existe el objeto de deseo y con el que está sin duda emparentado)
reaparece para calmar la ansiedad alentada por el constante recordatorio de que
"volverá", que hará "revelaciones espectaculares", que
"nos abrirá su corazón".
En el
campo de la televisión y las redes sociales, ha adquirido poder el vídeo
efímero que es elevado al rango de noticia de primera. Lo que se convierte en
actualidad es lo que puede ser vehiculado a través de los medios convergentes.
La edición digital multimedia de los diarios les hace sucumbir a la misma
explosión de la imagen que se nos cuela desde los teléfonos y que captan el
acontecimiento extremo (una bola de golf golpeada por un rayo) o el vulgar
emotivo (los lametones de un cachorro), el histórico (la muerte de George Floyd
a pies de su asesino) o el trivial absoluto (ponga aquí su ejemplo favorito).
Muchos
medios, especialmente las televisiones, revisan cientos o miles de vídeos de
las redes sociales antes que las noticias del mundo. Saben que es más barato y
eficaz, ya que no provienen del profesional, sino del "pueblo" mismo;
es el ascenso del amateur empático, aquel que mira y registra el acontecimiento
trivial que nos hubiera gustado vivir.
Las
televisiones son complejas porque solo una parte de ellas es realmente
informativa; en el resto de su programación, muchas veces se producen
explosiones de trivialidad ascendida para captar nuestra atención. Ya tenemos
algunas familias, de los abuelos a los nietos, que se han convertido en parte
del paisaje nacional. A diferencia, por ejemplo, de las Kardashian que tienen
su propio show, su reality, las nuestras son objeto de observación exterior, de
comentarios de decenas de personas cuya cualificación es saberse su vida de pe a pa, tener acceso a fuentes que
les permiten garantizar que lo que dicen es mentira y que lo que callan es
verdad y viceversa. Son fenómenos transversales, atraviesan sus programaciones
de un lado a otro, de la mañana a la madrugada.
En
España, el caso de Tele5 es paradigmático de este procedimiento del reality
transversal, del comadreo y compadreo informativo. Son la gran familia virtual
en la que muchos se insertan como parte de sus vidas, en las que se hacen hueco
mutuamente.
Para el
que está fuera de este juego —no le llama la atención—, le resulta
incomprensible, algo casi extraterrestre. Pero para el que está dentro es un
universo por el que se mueve, que le exige continuidad.
Las
redes, chats, etc. son formas de agrupación sobre intereses, algo que permita que
lo más extravagante que se nos pueda ocurrir tenga un número sorprendente de
"seguidores", de fieles a lo que sea, que se refuerzan mutuamente, ya
sea para difundir una ideología terrorista o un club de fans del más soso de
los personajes imaginables. Son los seguidores de Trump o del Rockefeller de JL
Moreno, pongamos por caso. Se unen alrededor del ídolo que puede jugar con
ellos y lanzarlos a asaltar el Capitolio con una leva insinuación o con un
manifiesto.
Nos
dice un titular de RTVE.es "Cada vez que Inglaterra pierde un partido, los
ataques a mujeres suben un 38%". Los expertos discutirán si
"correlación" o "causalidad", pero algo hay que hace que la
frustración se transforme en violencia o quizá solo sea violencia que cambia de
víctima, del contrario en la pantalla o el campo a las mujeres que lo acaban
pagando. Evidentemente, no es culpa del deporte, sino la violencia de la
excitación. Los ataques, amenazas e insultos racistas a los que fallaron
penaltis en la final de la Eurocopa o la violencia física contra los seguidores
italianos, muestra que hay un juego "tensión-frustración" que es
peligroso. Ha habido "guerras del fútbol" y graves disturbios como
consecuencia directa de los partidos. Es una muestra más de ese dejarse
arrastrar que nos lleva a ignorar las jerarquías de los hechos en sociedades en
las que los comentaristas deportivos tienen —no se sabe bien porqué— la
costumbre de chillar más que los de otros campos, transmitiendo así la
"emoción" que luego no es fácil parar. ¡Es la épica del deporte!
Todo
está relacionado. Las cosas que ocurren en un lugar repercuten en otro. Cada
uno se ha creado su propia actualidad en donde las cosas importantes para
nosotros nos son servidas en bandejas atencionales, listas para consumir la
información aderezada a nuestra medida. Cada vez es mayor el aumento de lo trivial respecto a lo importante; cada vez esa actualidad que se crea para nosotros es menos cercana a la realidad que nos debería interesar para considerarnos realmente informados.
No siempre
estamos mejor informados, sino más
sacudidos, más impactados, más excitados. La exposición a la información, tal
como se practica y nos envuelve, puede llevarnos a comprender mejor lo que nos
rodea o, por el contrario, puede arrastrarnos a una fantasía absorbente de la que muchos no salen.
No solo necesitamos buenos informadores. Hacen falta espectadores inteligentes, capaces de comprender y exigir mejor información. No es fácil encontrarlos; escasean cada vez más.
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