Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Esta vez
es una crisis anunciada, causada por tener el enemigo de la racionalidad
democrática en casa. En pequeña o en gran escala, las instituciones sufren de
contradicciones cuando los caminos son demasiado divergentes. España es una
muestra del lastre del exceso de divergencia, de polarización que devora la
eficacia institucional y la convivencia social. Europa padece también los
excesos divergentes, situaciones que no muestran ya riqueza, sino contradicción
y anulación de los valores.
Los
valores que unen a Europa, por encima de cualquier otro, deben ser los
democráticos, la voluntad de libertades y derechos que garanticen la
convivencia tendente a la armonía. Los ideales europeos provienen de sus
contrarios, los tiempos de guerras, rivalidades y odios acumulados en un
continente desgarrado, con la fuerza como argumento. La Unión Europea debe ser,
por el contrario, "unión" y eso implica navegar juntos en lo esencial
y producir sana diversidad. Pero los principios son los principios y sin ellos
no se va a ninguna parte o, peor, se va a una destrucción calculada o
espontánea, según los casos.
El
chantaje realizado por Polonia y Hungría es inadmisible. Y lo es porque va
contra el principio de las libertades. En una unión no es tolerable una
situación que haga variar los derechos de unos ciudadanos frente a otros. Es el
principio del estado de Derecho lo que nos hace europeos. Sin esta situación
igualada en las libertades, la Unión deja de serlo, convirtiéndose en un mero agregado.
En La Vanguardia,
Jaume Masdeu escribe desde Bruselas:
Es un secuestro en toda regla. Hungría y Polonia no tienen nada en contra ni de los presupuestos para los próximos años ni del fondo de recuperación; al contrario, salen muy beneficiados. Sin embargo, los han bloqueado. La razón es la condicionalidad que se establece entre la recepción de estos fondos y el respeto al Estado de derecho, una novedad en la Unión Europea que, como se temía, está resultando difícil de aplicar.
Budapest y Varsovia han decidido jugar fuerte y bloquear un paquete económico que toda Europa, ellos incluidos, esperan como agua de mayo para salir de la crisis provocada por la pandemia. La verdad es que amenazaron desde el primer momento con dar este paso; lo que ocurre es que muchos creían que no se atreverían a darlo. Se vieron sus reticencias en la cumbre de julio cuando se aprobó el mecanismo, y tomaron cuerpo la semana pasada con cartas del gobierno húngaro y del polaco a las instituciones europeas y a la canciller alemana, Angela Merkel, avisando que no tenían intención de asumir esta condicionalidad.*
¿Es
asumible para Europa esta doble manifestación, la falta de condiciones para el
estado de derecho y el veto a los presupuestos? ¿Es aceptable rechazar las
críticas a los comportamientos antidemocráticos y, además, bloquear fondos en
un momento de crisis? ¿Es la respuesta la confirmación del problema? Creo que
sí. Ni Hungría ni Polonia rectifican, solo usan los mecanismos de las instituciones
que desprecian para sus fines.
El
europeísmo es un término que choca con estas diferencias de principios o, si se
prefiere, con este ataque a los principios fundacionales. Para algunos, este
europeísmo es un simple estar en Europa, un planteamiento mecánico y meramente
economicista. Cada vez son más los problemas que se plantean precisamente por
el autoritarismo de los gobiernos en Europa; cada vez se apela más a instancias
superiores para dirimir los problemas inferiores. Esto es una muy mala señal
porque indica que las instituciones nacionales están perdiendo en sentido de la
convivencia próxima por las luchas políticas internas, cada vez más agresivas
con los principios generales de la convivencia. Europa es, sobre todo,
convivencia en torno a unos valores que deben actuar en todos los niveles, los
del estado de derecho, que se deben garantizar y exigir.
Por eso
el serio aviso europeo sobre el estado de derecho en Polonia y Hungría, donde
el poder se encarga de destruir las condiciones para que pueda producirse una
alternancia incidiendo sobre las instituciones, que son ocupadas destruyendo el
equilibrio que garantiza su independencia.
Hungría
y Polonia son países en regresión democrática, con gobiernos populistas, que
siembran el autoritarismo y venden victimismo. Pertenecer a la Unión Europea
implica algo más que una situación geográfica; supone un deseo democrático
claro, unívoco y solidario. Las partes no pueden ir contra el todo; los
húngaros y polacos no pueden estar sometidos a un juego localista de poder
diferente al del resto de los europeos.
Los
modelos de democracia están sufriendo unos ataques sin precedentes. Los mayores
peligros vienen desde dentro, desde voluntades autoritarias que desmantelan los
sistemas de equilibrio institucional. Y esto está ocurriendo por toda Europa y
en muchos otros países, como los Estados Unidos o Brasil, donde se está
imponiendo la falta de respeto a las instituciones y un populismo agresivo que
enaltece la fuerza, carece de respeto hacia los demás y realiza políticas
unilaterales.
Los
Estados Unidos de Trump son un buen ejemplo de los males de este tipo de
planteamientos. Lo que está ocurriendo en estos momentos en algunos países
hispanos es claramente un modelo regresivo en donde el caos institucional
arruina la convivencia y lanza a la calle a los ciudadanos en una especie de
asamblea populista que se limita a corear consignas en apoyo de unos y otros.
Cuando esto ocurre, las instituciones han dejado de funcionar o hay interés en
que no funcionen.
Lo
ocurrido con Hungría y Polonia es muy grave. Lo es desde hace tiempo y es lo
que ha llevado a esta situación. Los condicionamientos para la recepción de
fondos europeos son la respuesta institucional a la reducción democrática de
estos dos países. La respuesta de ambos es el veto presupuestario, una respuesta
autoritaria y que confirma el diagnóstico.
Tenemos
que tener cuidado en Europa con este tipo de comportamientos porque son
contagiosos. Los intentos de debilitar y desmembrar Europa son reales y tienen
orígenes diversos. Unos lo son desde dentro, otros desde fuera, pero el
objetivo es el mismo. El gran enemigo es el populismo antidemocrático que se
extiende por el mundo bajo disfraces nacionalistas en cualquier nivel. Basta
con crear un enemigo interno y externo que convence a muchos de los peligros.
Los tiempos de crisis son favorables a estas situaciones, como sabemos por la
historia. Las crisis de la I Guerra Mundial, la "guerra europea"
provocó la llegada de los fascismos en el continente, convirtiendo el miedo en
odio.
El
artículo de La Vanguardia se cierra con unas palabras de Donald Tusk: “Quien
está contra el principio del Estado de derecho está contra Europa. Espero una
posición clara al respecto por parte de todos los partidos del PPE. Los que se
oponen a nuestros valores fundamentales, no deben ser protegidos por nadie”,
dijo Tusk. Actualmente, el Fidesz está suspendido en el PPE y con amenaza de
expulsión.
Los
gobiernos húngaro y polaco deberían plantearse si realmente es en Europa donde
deben estar, si realmente no es solo una cuestión económica parasitaria y nada
les une como ideales. El problema es serio y, como señala Tusk, nadie debe
sentir la tentación de la disculpa porque estén en el mismo club ideológico.
Hay que
aprender de lo que ocurre fuera y corregir lo que ocurre dentro. La tentación
del populismo es fuerte y tiene en cada país sus aspirantes al gobierno. Los
principios deben ser claros y tenidos en cuenta. Hay que tener cuidado con
quién invitas a tu mesa porque te puedes llevar sorpresas. Ya sea en Europa o
en tu país, los límites de los principios deben estar claros y por encima del
poder circunstancial. La "tentación totalitaria", como tituló J-F
Revel una de sus obras en los 70, define bien este camino destructivo y
peligroso.
* Jaume
Masdeu "Hungría y Polonia bloquean el fondo de recuperación" La
Vanguardia 16/11/2020
https://www.lavanguardia.com/economia/20201116/49497333479/hungria-polonia-bloquean-fondo-recuperacion.html
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