Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nos hemos quejado aquí de la falta de previsión, de la falta de adaptación y ahora habrá que hacerlo de la más necesaria de las virtudes, más allá de la decencia y la sinceridad. Me refiero a la incapacidad de replantearse el futuro a tenor con lo que ocurre a nuestro alrededor.
Los
políticos siguen escuchando las voces de los damnificados de hoy, pero ignoran
las de los damnificados futuros por su incapacidad de adaptarse a lo que ocurre
y establecer un modelo acorde con lo que ocurrirá. Enfermos de presentismo, nuestros políticos
prefieren quejarse del golpe del piano que les cae desde un quinto piso a mirar
hacia arriba y apartarse.
Mientras
leemos en la prensa todo tipo de augurios, readaptaciones, vaticinios de
cambios inmediatos, a medio y a largo plazo, los responsables siguen
improvisando respuestas en corto, lo que da cuenta de la pobreza mental en la
que estamos metidos. Entre salir de los problemas que nosotros mismos
fabricamos y enfrentarnos a los que nos llegan de fuera, vivimos entre
improvisaciones ya sea de UCI o de centros de acogida de inmigrantes. Parece
claro que esta clase política que disfrutamos carece de memoria a largo plazo,
por un lado, y de capacidad de prevención, viviendo en un extraño paréntesis. Y
es que el insulto, los desprecios, los desplantes, etc. quitan mucho
tiempo a nuestra clase política.
¿Cómo
pueden acertar en algo unos políticos
que solo piensan en términos de puentes
y festivos, de campañas de navidad o de verano? ¿Cómo pueden acertar en algo si dejan sin
pensar el futuro del trabajo, de la educación, de las relaciones laborales, de
la investigación científica...? Parece que no han entendido que lo que llega no
es lo de antes, sino algo nuevo, que no ha sido un accidente, sino una crisis
transformadora, una patada hacia el futuro. Por otro lado, ¿cómo habrían de
entenderlo si ellos mismos son un resto del pasado, algo que quedará atrás en
poco tiempo? El pasado te atrapa, te absorbe si no corres más que él. Pronto
dejas de entender lo que pasa y aplicas viejas soluciones a nuevos problemas,
por lo que todo se acaba agravando.
Hay un
consenso cada vez mayor en considerar el COVID-19 como un acelerador de
cambios, una forma de depuración de la realidad, como ha ocurrido con otras
grandes catástrofes en la historia. La diferencia es que ahora ocurre en un
mundo de cambios veloces, en donde retrasarse es perder el tren de la Historia.
España
se ha empeñado en recurrir al mismo modelo al que están llegando ahora los
países que están por detrás, el modelo turístico. Sin producción y sin
invención no se va a ningún lado. O lo uno o lo otro, pero tener que importar
hasta las mascarillas y depender de lo que otros investigan es condenarnos a
ser dependientes, sumisos y atrasados por mucho que vendamos modernidad.
Nuestro
modelo se basa en la explotación de recursos que necesitan de forma absoluta de
terceros. Hemos tenido "suerte" de que este modelo no nos estallara
antes debido a un hecho desgraciado, el terrorismo, que ha supuesto la ruina
del turismo en los países del norte de África que lo habían emprendido (Túnez,
Argelia, Marruecos...) como forma rápida de desarrollo, lo mismo que hicimos
nosotros en los años 60.
Nos
explican los expertos que las oleadas de inmigrantes que se lanzan a la mar han
cambiado su origen. Ahora nos llega de Marruecos por la crisis brutal de
turismo que la ha afectado. Hay poco más que hacer, quizá un "poco de
guerra" con los saharauis para mantener el orden.
Pero
parecemos incapaces de sacar provecho a la experiencia propia y ajena. Tenemos
que dejar de quejarnos por Halloween y similares, de preguntarnos por la
cabalgata, etc. y empezar a cambiar el modelo proponiendo las inversiones de
futuro necesarias. Seguimos con este modelo suicida que no necesita de formación,
que hace emigrar a los más cualificados (ya sean médicos, ingenieros o
científicos), que tanta falta nos hacen, que precariza hasta límites miserables
a nuestra juventud, carne de bar y botellón, que es para lo único que se la
requiere. Sí, España es el país donde mejor se vive, pero donde se cobra muy
mal y por poco tiempo.
Necesitamos
"futuro" y no un pasado prolongado. Nada va a volver a ser igual. Todos
lo dice. Nos empeñamos en volver a la "vieja vulgaridad", como la
califique un día, como una engañosa Edad de Oro. Para eso necesitamos que las
personas que piensan hablen y que las que hablen piensen antes de hacerlo.
El modelo en el que vivimos se agotó hace tiempo. No lo aceptamos porque los que viven bien con él lo hacen realmente bien. No necesita de gran conocimiento y necesita de mano de obra barata, de ese escandaloso abandono escolar que padecemos sin hacernos la pregunta ¿para qué estudiar, para qué aprender si el futuro no llega? Se trata de elegir de qué lado de la barra quieres estar.
Hay que cambiar; hay que salir de este pasado opresivo y de sus necios custodios. No sé si nos lo merecemos, pero sé que está ahí, que hay un futuro que empezó hace tiempo y al que nos resistimos a subir.
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